viernes, 23 de julio de 2010

NADA QUE ESCONDER...

"Estoy segura de que puedes hacerme un book de fotos hermosas...", me dices, una tarde de viernes... "Nos podemos poner a trabajar juntos, yo con mi cuerpo, y tú, con tu mirada, con tu cámara que acaricia mi piel..." ¿Y cómo iba yo a negarme? Daba igual que yo tuviera planes para ese domingo, cuando España se jugaba el ser campeones del Mundo de fútbol, ni que hubiera quedado con los amigos para ver el partido en casa de Isidro, con su enorme televisión de plasma... Estabas tan segura de ti misma, de la fortaleza magnética de tu presencia, que ni siquiera me lo preguntaste...
Y aquí estoy, a las cinco de la tarde de un domingo de julio, con todo el estudio preparado, ajustando luces, espejos, focos, cámaras, aunque trabajo con soporte digital casi siempre, me gusta conservar negativos, y por eso el "back-up" lo hago con mi vieja Yashica Minister D... Todo está listo, y solo me faltas tú, como decían los Hombres G...
Estoy nervioso, lo reconozco, porque en el fondo, llevo años preparando esta sesión contigo... Estudiando el lenguaje secreto del cuerpo, de la luz y de la sombra, empapándome de Man Ray y de Salgado, mis dos ídolos, junto a Robert Cappa... He perdido la cuenta de los desnudos que he fotografiado, de las mujeres que han ido desvelando, poco a poco, sus secretos delante de mis ojos... "Los desnudos más elegantes y sugerentes del año", ese fue el premio que me entregaron el año pasado los representantes de la asociación de fotógrafos iberoamericanos...
Sigo pensando que el único truco es distinguir los límites del erotismo: resulta más hermoso insinuar que mostrar directamente, por eso, y sin importar aquellas partes del cuerpo que queden al descubierto entre foto y foto, deseo mantener un aire casi asexuado con todas mis modelos... Es cierto, tengo mis preferencias: me gustan las mujeres menudas, de largo pelo negro azabache, labios turgentes, pechos firmes, cintura proporcionada, nalgas firmes, piernas largas... Por lo que en cierta manera, a través de todas aquellas mujeres, he aprendido a sacar el máximo partido de tu belleza... Tal vez por eso estoy esperando con tanta ilusión que vengas esta tarde a mi estudio... Y al mismo tiempo, una secreta inquietud me perturba...
Ya lo tengo todo preparado... Desde el biombo de lino para que te cambies, hasta los percheros para que cuelgues tu ropa... También está listo el "atrezzo": el sillón de orejas, la cama de uno cincuenta, los taburetes, las sillas, la chimenea encendida... medio estudio dedicado exclusivamente a crear un entorno cálido... para amparar precisamente el secreto de la desnudez...
Sí, en efecto, soy un fotógrafo de desnudos femeninos, y aunque me lo han propuesto, jamás he aceptado fotografiar a un hombre... En todos estos años, decenas de mujeres, unas veces solas, otras con algún ayudante que ha permanecido en la salita, tomando un café, han ido desvelando suavemente sus secretos... Erotismo naïf, llámalo como tú quieras...
Pero de todas formas, hoy, cuando has llamado a mi puerta, puntual como los trenes italianos, con ese ligero vestido de verano, el pelo suelto sobre los hombros, casi sin maquillaje, con tus sandalias de cuero anudadas al tobillo, una pequeña bolsa de lona al hombro y tus profundos y sonrientes ojos negros... cuando te has acercado para besarme, y has rozado mis labios... y me has acariciado el cuello, preguntándome, en todo burlón, si estaba listo... mientras seguías tu camino... me he quedado sin palabras...
¡Por los dioses del Olimpo, que nunca he visto una mujer más hermosa! ¡Por Afrodita, que esta sesión es la más importante de mi vida! Y sin embargo, cuando has salido de detrás del biombo, con un albornoz de rizo blanco (que seguramente traías en la bolsa de lona), mi corazón se ha saltado un latido cuando has levantado muy lentamente la cabeza y, en el mejor estilo de Norma Jean Baker, me has lanzado un beso... Cuerpo de mujer tanto tiempo amada y deseada en silencio... Amiga distante que derriba las últimas barreras... Cortejo silencioso de la exposición del cuerpo... Diosa que se muestra en su gloriosa sencillez...
Si no fuera por la cámara, porque no me atrevo a mirarte directamente a los ojos mientras te voy impartiendo instrucciones precisas, y tú respondes con languidez... Si no fuera porque me repito constantemente "eres un profesional, eres un profesional..." igual terminaba cayendo en tus redes... En cierto modo, Carmen, eres precisamente como siempre te imaginé, desde tu largo cuello de garza (que me muero por besar), hasta la pequeña herida (artroscopia, me dices) en la rodilla derecha... y curiosamente, lo que más me fascina son tus manos (no son tan grandes como tú dices) y tus pies (con el dedo meñique izquierdo ligeramente doblado)...
Han pasado casi dos horas desde que empezamos la sesión, y hemos trabajado sin parar... Más de doscientas fotos digitales, y dos carretes en blanco y negro... Ahora, cuando prácticamente me conozco de memoria tu cuerpo, y si esto fuera posible, me tienes mucho más fascinado que hace diez años, cuando nos conocimos... Te has subido al taburete, sin mirarme apenas... ¿Será que te intimida mi presencia, después de tantas fotos? Tienes la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y a la izquierda, en una postura ligeramente extraña pero de todas formas fascinante... Y justo cuando acabo de hacerte la que tal vez sea la última foto, me dices, con esa voz ligeramente ronca que te caracteriza... "Si quieres, puedes besarme..."
Y yo me quedo sin palabras... Y te sigo haciendo fotos, me refugio en la cámara, aunque mi corazón late como un caballo desbocado... ¿Besarte, yo, que posiblemente mataría por ti? Y la cámara sigue recogiendo tus movimientos... Cómo te levantas, despacito, del taburete... Cómo te vas acercando a mí, con el primer paso, exhibiendo tu perfecta desnudez... Un momento capturado en el tiempo, cuando inclinas suavemente la cabeza a la izquierda, a un paso de mí... El primer plano de tu pecho izquierdo, con el pequeño lunar... Y de repente, estás a mi lado, me separas suavemente de la cámara y del trípode, y levantando con tu índice mi barbilla, me besas en los labios, y tu aliento, levemente perfumado por el regaliz, desciende por mi garganta...
Es cierto, tengo por norma el no acostarme jamás con mis modelos... En eso se basa precisamente mi éxito, en que soy capaz de actuar siempre con profesionalidad, de respetar la intimidad y crear un ambiente mágico... Pero contigo, Carmen, estoy más que dispuesto a hacer una excepción... Y aquella tarde de domingo, la terminamos, perezosos y sin ropa (al final, fuiste tú la que me desnudó, una experiencia que me gustaría repetir...), en la cama redonda con sábanas de lino... y mientras España entera celebra el gol de la prórroga, nosotros nos miramos, segundos antes de cerrar los ojos, y fundirnos en otro beso...

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