domingo, 13 de julio de 2014

* DESAYUNOS DE OTROS TIEMPOS...

Hoy me ha dado por soñar con desayunos, compartidos con personas que han ido dejando, al menos durante algún tiempo, huella en mi corazón… Momentos especiales muchos de ellos, personas a las que se ha llevado el tiempo, aunque algunas de ellas siguen presentes…

Cuando era pequeño, el desayuno era toda una ceremonia, un momento en el que la familia se reunía por turnos en la cocina, porque nunca hubo demasiado espacio… Pero lo más importante fue la conquista del café con leche… Mi padre siempre se tomaba una bañera de café con leche para desayunar, más bien asustaba al café con unas gotas de leche, y mojaba en él galletas… Mientras que yo me tenía que limitar a la leche con Cola-Cao… Pero pasaron los años, fui creciendo, y  un buen día tuve derecho a mi primer café con leche… Ya lo había probado en unas cuantas ocasiones, y me gustaba, pero siempre me decían que era cosa de adultos… debería tener unos trece años cuando lo conseguí, y de repente, me sentí tan mayor, tan adulto…


Desayunar con mi abuelo era toda una experiencia, los sábados y domingos… Como siempre, él se levantaba muy temprano, para ir a comprar el periódico, y muchas veces subía churros a casa… Era el mejor desayuno de la semana, tranquilo, en paz… Mientras él sorbía su malta con leche (nunca entendí cómo le podía gustar esa infusión) y leía el periódico (su País), yo remojaba los churros con la leche azucarada… No había ninguna prisa, el día entero se consagraba al relax… Comida en familia, y por la tarde, cine con mis padres y mi hermana…

En Bárcena Mayor, al cumplir los trece años, fue la primera vez que me vi inmerso en desayunos colectivos… El albergue juvenil estaba abarrotado, daba la impresión de que medio colegio estaba allí… Recuerdo las gigantescas cacerolas de Cola Cao con leche caliente, cómo los monitores la servían en nuestros cubiletes de metal, y nos daban por cada dos un paquete de galletas María… Hacer sopas de galletas era muy divertido… Todavía lo hago de vez en cuando…

Pero sobre todo recuerdo los desayunos con mi padre, en la cafetería California, en la calle Goya… Eran el premio por portarme bien durante los análisis de sangre… Siempre pedía lo mismo, café con leche, un trozo de brioche, y un zumo de naranja… El gusto de sentirse mayor, aunque nunca fui capaz de mirar cómo me pinchaban, y todavía hoy sigo desviando la mirada…

Desayuno en el Transiberiano… Ese viaje mágico a la Rusia comunista (sería el año 1982), y nos fuimos, el abuelo, mi hermana y yo, con un grupo de Amigos de la URSS, para recorrer el país durante quince días… Visitamos muchas ciudades, Moscú, Leningrado, Kiev…. Pero recuerdo sobre todo el traqueteo del tren, el sabor del té (fuerte y amargo), las pequeñas galletitas, bastante duras, que había que remojar… Las bandejas en precario equilibrio sobre las mesas plegables del tren… Era un sabor a libertad, a la aventura…
Más tarde, en Málaga, me alojé unos días en casa de A., una de mis mejores amigas… Sus padres me abrieron las puertas de su casa, y me cedieron su habitación… Creo que fue la primera vez que salía de Madrid y dormía en casa de un amigo (sin contar mi estancia en Dublín)… El café recién hecho, las tostadas crujientes con aceite y tomate… La magia de lo nuevo, de una ciudad y de una gente… Los recuerdo con mucho cariño, aunque ya hayan pasado muchos años…

Azuaga, el pueblo de mi ex… Levantarme pronto, para disfrutar del fresco, y mientras ella dormía, aprovechar la mañana… Mi suegra parecía intuir siempre a la hora que me despertaría, y me esperaba en la cocina, con la cafetera lista para después de la ducha, mi tazón gigantesco y una selección de repostería, sobre todo unas inmensas madalenas, y mis perrunillas caseras… Era un momento de paz, en el que aprovechábamos para desayunar y hablar tranquilamente, mientras el resto de la familia dormía… La echo mucho de menos, a Isabel, mi segunda madre…

“Hoy invita la empresa”, tal podría haber sido nuestro grito de guerra, cuando trabajaba en el turno de noche en una empresa de asistencia telefónica… Con el paso de los meses, algunos de nosotros nos convertimos en expertos en saquear las máquinas de las dos cocinas, antes de que pasase el reponedor… Para los estantes más bajos, utilizábamos unos alambres que sacábamos de las carpetas de archivo; para los superiores (allí se encontraban los Dan Up), no dudábamos en volcar casi las máquinas entre tres o cuatro… ¡Menudo grupo de saqueadores estábamos hechos! ¡Todos unos profesionales! Muchas mañanas, el reponedor nos invitaba al café con leche, y en ese momento nos sentíamos un poco culpables por las fechorías nocturnas…

Desayuno en el cuartel, es decir, grandes marmitas de café con leche (allí no había otras opciones), y chuscos de pan del día anterior… No había gran cosa que comer… Llegábamos al comedor, un barracón situado casi a medio kilómetro de nuestras compañías, después de haber recorrido la pista americana, o de haber corrido más de dos kilómetros por la periferia de la Base de San Pedro, con un hambre de lobo… Durante las maniobras, una semana al mes, era distinto: había jamón york, huevos, salchichas, pan recién horneado, todo un lujo para un grupo de soldados hambrientos…


Desayuno de hospital… Siempre lo mismo: café con leche recalentado, y un mísero paquete de galletas envasadas al vacío, con una porción de mermelada de albaricoque… Da igual el hospital del que se trate (y he estado ingresado en varios), el desayuno siempre era el mismo, y venía acompañado por las inevitables pastillas… Durante la enfermedad de mi padre, las escasas noches que me quedé a su lado (casi siempre era mi madre la que se quedaba), iba a desayunar a la cafetería del hospital… Incluso allí imperaba el olor a medicamentos y desinfectante…

Desayuno tardío en la facultad… Casi siempre acompañado por Carmen y Elena… Café con leche, calentito y dulce, y tostadas recién hechas con mantequilla y mermelada… Se notaba la calidad de una universidad privada… Aunque a veces, más que desayunar, nos tomábamos un aperitivo… Entonces, era Martini blanco y un pincho de tortilla con mayonesa…

Viaje a México… Hotel Mérida Misión (es el único que recuerdo, aunque nuestro periplo por tierras mexicanas duró catorce días… Desayuno continental, un inmenso bufé para elegir, aunque casi siempre tomaba lo mismo: huevos revueltos o fritos, salchichas, beicon, zumo de naranja y café con leche… Pero lo más importante era ella, Gacela, hundirme en sus ojos marrones, mientras me sonreía desde el otro lado de la mesa…

Camping La Paz, en la playa de Vidiago (Llanes, Asturias)… Mientras ella dormía en la tienda de campaña (casi siempre se levantaba un par de horas después que yo), me iba a desayunar a la cafetería: sobaos pasiegos recién hechos, o pan tostado con mantequilla y mermelada, y mi inevitable café con leche… Lo mejor eran las vistas, porque tenían una terraza que daba sobre el acantilado, y solo veías el mar… Espectacular…


Desayunos, gentes, lugares, recuerdos…

miércoles, 11 de junio de 2014

* EN LA PLAYA...

Hoy he vuelto a soñar con ella… o tal vez no fuera un sueño, no lo sé… a estas alturas, lo real y lo imaginario se mezclan en mi conciencia, sin orden ni concierto…

Todo empezó, como otras veces, con el sonido de la música, de las olas del mar, emanando desde los altavoces del ordenador… relájate, me dijeron, y escribe sin pensar… y esto es lo que va naciendo… mirando fijamente un punto de la pantalla, con el arrullo inmortal de las olas, inicio el descenso…

Poco a poco, los bordes de la habitación, del despacho que me rodea, se van difuminando… Me dejo llevar por el sonido… y aparece primero el túnel… lo conozco, a pesar de la escasa luz, porque lo he recorrido muchas veces en los últimos días… me levanto de la silla, siguiendo el sonido de las olas… y llego hasta la puerta del ascensor… es como los del Metro, de paredes de cristal, pero con muchos más niveles…

Las puertas se abren en silencio… estoy completamente solo, y no hay luz en la cabina, pero no tengo miedo… pulso el botón más bajo, el que corresponde con la salida y al mismo tiempo con el nivel diez, y empiezo a bajar, en silencio, salvo por el sonido de las olas, que me acompaña…

Mientras voy bajando, a mi alrededor se hace la oscuridad… solo brillan en el ascensor los números de los pisos que voy bajando… diez… nueve… ocho…. Siete… mi cuerpo está pero no está a la vez… la oscuridad me envuelve, me abraza, como si zarcillos de niebla se adueñasen de todo mi entorno, pero no tengo miedo… seis…. Cinco… cuatro… noto que la ropa me agobia… tres… dos… uno… surge la claridad dorada del ocaso…

Cero… las puertas se abren, y estoy allí…

Hace calor… pero una suave brisa refresca mi cuerpo… estoy vestido con un bermudas y una gorra blanca… noto la arena cálida entre los dedos de los pies… y veo el océano, mi querido Mediterráneo, en la lejanía…

La playa está desierta… me extraña, porque el paisaje no puede ser más hermoso, ni tampoco más tranquilo… huelo el salitre, siento la sal sobre mi piel… hace mucho calor… de repente, me doy cuenta de que no llevo las gafas, allí no las necesito, por lo que mi visión es panorámica, ilimitada…

Me pongo a caminar por la playa… me recuerda mucho a la de Gandía, pero sin gente ni edificios, como si estuviera al margen del tiempo… solo arena, viento, mar, agua, olas…

La arena está cálida, pero sin llegar a quemar… es agradable… me acerco a la orilla, muy lentamente, sin prisa…. Las mansas olas lamen la planta de mis pies mientras camino hacia la izquierda, siguiendo la costa… disfruto como un niño de la tranquilidad, del agua cálida…

Es la libertad, el pasado sin futuro, o el futuro sin pasado… el presente continuo…

A lo lejos, vislumbro dos palmeras, y colgadas de ellas, una hamaca como la que tiene mi hermana en su jardín… sin prisas, me voy acercando… la hamaca es la única presencia humana en aquella playa perfecta… es de lino, o al menos, eso me parece cuando me voy acercando a ella… sus flecos revolotean en la suave brisa…

El mar lame mi piel… hace ya un buen rato (¿minutos, horas?) que voy caminando por la orilla, pero no estoy cansado…

Me siento en la hamaca, mirando el mar… junto a ella, en una cubitera de alpaca, una familiar botella blanca y otra verde, me están esperando… ¿Tomar un Malibú con piña colada al borde del agua? ¿Y por qué no?
Entonces la veo a ella… Su silueta se recorta contra el océano en llamas… una silueta atractiva… no la veo muy bien, pero sé que es hermosa… me levanto y la espero en la orilla, con una toalla en la mano, la que estaba extendida en uno de los cabos de la hamaca…

Mientras se va acercando a la orilla, la admiro… esa extraña sensación de conocerla, de saber quién es a pesar de la distancia…

La espero de pié en la orilla, mientras las olas lamen mis pies…

Tiene el cabello largo, negro como la noche infinita, es más o menos de mi altura… sus brazos y sus piernas son largos, bien torneados… un bikini blanco contrasta con su piel dorada… tiene una sonrisa dulce, los ojos verdes, la boca perfecta, los dientes brillantes de puro blancos…

La envuelvo en la toalla… parece tener frío… Me sonríe mientras la abrazo y la acompaño de regreso a la orilla…

No hay gran cosa que decir… estamos solos en la playa desierta, pero la música de las olas me susurra su nombre… Sofía…

Me sonríe… y noto que se me olvida el resto… todo… incluso la propia vida…

No la conozco… pero al mismo tiempo, presiento que ella está allí para mí, que en cierto modo nos conocemos desde siempre… y que teníamos que encontrarnos en el ocaso, en la playa desierta…

La acompaño hasta la hamaca… pero antes de sentarme a su lado, preparo un par de Malibús con piña, y brindamos en silencio, mientras nos quedamos mirando el ocaso en las olas…

No existe nada ni nadie, el mundo ha dejado de existir a nuestro alrededor… ese frescor que desciende por la garganta, el dulce ron…

Dejando las copas ya vacías en la arena, me inclino sobre ella, y la beso… sus labios se entreabren como los pétalos de una flor… noto el sabor de la sal en los labios, el extraño perfume, el suave tacto de su piel…
Mis labios descienden por su cuello, lentamente, para lamer una solitaria gota de agua entre sus pechos…
Suena la alarma del móvil… Ha pasado media hora… hay que regresar a la realidad…

¿Nos veremos allí de nuevo, al margen del espacio y del tiempo?


No lo sé, es la primera vez que mi playa no estaba desierta…

jueves, 29 de mayo de 2014

DIECIOCHO DIAS, UNA VIDA

Veintiuno de agosto… Hoy ha muerto, entre mis brazos, tal y como debía ser… Su cuerpo estaba consumido por el tiempo, sus huesos eran frágiles, pero la última vez que me miró, con sus ojos grises, relucientes, parecía que el tiempo había dejado de tener importancia… Vivir una vida entera en dieciocho días no es algo al alcance de todos los mortales, pero claro está, él no era un ser humano como los demás… Ni tan siquiera era humano, pero por amor a los hombres, decidió compartir una vida entera, a mi lado… Siempre le echaré de menos… Hoy me apetece recordar cómo fue nuestra historia, recurriendo a mi diario…

Uno de agosto… Por fin he llegado al lugar de mis sueños, perfecto para pasar unas vacaciones tranquilas, y olvidarme del mundo… ¿Qué más se puede pedir? Una cala de arenas blancas, aislada en una isla paradisiaca… Un pequeño bungaló, con cocina americana, una cama de sábanas blancas, un baño coqueto y bien equipado, y un buen surtido de libros, para leer perezosamente recostada en la hamaca, suspendida entre dos palmeras… Ha sido relativamente caro, pero vale la pena el esfuerzo…

Dos de agosto… Han aparecido dos turistas en moto en mi cala… No me molesta un poco de compañía de vez en cuando, soy una persona sociable por naturaleza… Pero en cierto modo, he sentido que la magia del lugar había disminuido algunos niveles… Por suerte, se han marchado a media tarde… Volveré a quedarme sola, para disfrutar la puesta de sol…

Tres de agosto… Hoy me ha pasado una cosa de lo más curiosa: ha aparecido un niño en mi playa… Parecía tan feliz, jugando entre las olas, corriendo detrás de ellas, sin miedo a mojarse, disfrutando como sólo los niños saben hacerlo… Por la tarde, me ha parecido verle de nuevo… Pero no podía ser el mismo niño: el de la mañana era poco más que un bebé, y el de la tarde debería tener sus buenos cinco años, aunque claro está, nunca se me ha dado demasiado bien calcular la edad de los niños, y tampoco he tenido un gran espíritu maternal… Pero lo más curioso ha sido que por la tarde, mientras recogía la toalla y sacudía la arena, se ha acercado a mí, y me ha dicho: “Me gustas”… Tiene el pelo rubio, los ojos grises veteados de verde, la nariz pequeña y perfectamente formada, la barbilla firme, es bastante alto, y su piel está muy bronceada… Me ha llamado la atención su forma de mirarme, como si pudiera mirar el fondo de mi alma, y me he estremecido bajo su mirada… No he sabido qué responderle, cuando antes de marcharse caminando al borde del mar hacia la otra punta de la cala, me ha dicho: “¡Hasta mañana!”.

Cuatro de agosto… Esta mañana, mientras estaba tomando el sol, me ha pasado algo curioso… Ha vuelto a aparecer en la playa el mismo niño… ¿El mismo niño? No es posible: el de ayer no tendría más de cinco años, y el de esta mañana no podía tener menos de diez… Pero ha repetido las mismas palabras: “Me gustas mucho… ¿puedo sentarme a tu lado?” Estábamos solos en la cala desierta, no había nadie a la vista, y le he hecho un huequecito en la toalla… Nos hemos quedado allí, mirando el mar en calma durante un par de horas, dejándonos acariciar por el sol, por la brisa del mar… No recuerdo bien de qué hemos hablado, porque, de todas formas, ¿de qué se puede hablar con un niño pequeño, por espabilado que sea? Le he preguntado si iba al colegio, me ha respondido que todavía no, que sus padres preferían que estudiara en casa… También me ha dicho que no tenía muchos amigos de su edad, porque en el fondo no le interesaban demasiado: “Es una edad demasiado complicada…” De alguna forma, me he sentido intimidada por la forma en que me miraba mientras nos bañábamos (¿qué se puede hacer en una cala desierta, aparte de bañarse, leer y jugar entre las olas?)… De su mochila azul ha sacado un bocata, un bote de refresco y un libro, “El Principito”, que yo leí hace muchos años… Nos hemos despedido con un beso en la mejilla (sus ojos son realmente impresionantes), y hemos quedado en vernos al día siguiente… ¿Dónde vive? ¿Dónde están sus padres? Los de la agencia me han asegurado que no había ninguna otra casa en muchos kilómetros a la redonda… Se ha ido caminando por la playa, hacia las rocas…

Cinco de agosto… Hoy ha vuelto a presentarse en la cala, pero es imposible que fuera el mismo niño: parece que tenga ya quince años, se ha convertido en un adolescente desgarbado, como si le costase adaptarse a su cuerpo… Es alto, y está bien proporcionado, puro músculo… Y sin embargo, sus ojos, su sonrisa, no engañan… Se ha sentado de nuevo a mi lado (esta vez se ha traído su propia toalla, y me ha mirado fijamente a los ojos… No puede ser el mismo niño que vino a verme los dos días interiores… ¿Verdad? Y sin embargo, juraría que es el mismo niño… Yo estaba durmiendo tranquilamente sobre la arena, al cabo de un rato, he abierto los ojos, y allí estaba él, mirándome, y sonriendo… Entonces ha hablado: “¿Sorprendida? Sé que para vosotros debe ser extraño ver el paso del tiempo…” Me he asustado un poco, juraría que en sus ojos había una nota de deseo… A ver, estoy acostumbrada a que los hombres, incluso los adolescentes, me miren así: aunque tengo treinta años, me conservo bien: soy una mujer alta (con mi metro setenta y cinco), peso poco más de cincuenta kilos, tengo los brazos y piernas largas, mis pechos están bien formados, tengo el cuello largo, ojos verdes, labios turgentes (¿esa es la palabra?), y una melena larga y negra… Ha seguido hablando, mirándome fijamente a los ojos: “Me llamo Galadriel, y me gustaría pasar mi vida contigo…” Y curiosamente, parecía decirlo en serio… “¿Toda la vida? Pero si apenas nos conocemos…” “Toda la vida…” Ya anochecía cuando nos hemos despedido… ¿Me estaré volviendo loca? ¿Cómo es posible que ayer fuera solamente un niño, y hoy ya sea un adolescente? ¿Y mañana qué, será ya un adulto? Y sin embargo, esta noche, mientras cenaba envuelta en mi albornoz blanco, me he preguntado si no sería todo un sueño…

Seis de agosto… Galadriel ha vuelto a la playa a las once de la mañana, convertido en un adolescente de unos veinte años… hemos hablado un largo rato, y se ha desvelado en buena parte el misterio… “No soy como tú, Sofía… No soy exactamente un ser humano, sino un ser de luz, que por amor hacia ti ha adoptado un cuerpo mortal… ¿Me crees?” Y, aunque parezca mentira, le he creído… “Soy tu ángel de la guarda, o al menos, así nos conocéis… Llevo observándote, velando por ti, desde tu nacimiento… Cuidándote, acompañándote en tus sueños… Pero con todo este tiempo juntos, necesitaba más, estar a tu lado, besarte, acariciarte, sentirte… ¿Me sigues creyendo?” Y le he creído, pero también le he hecho una pregunta, mientras hablábamos tumbados en la arena: “¿Por qué? ¿Por qué yo?” “Los seres de luz somos inmortales, cuando nace un niño, nos asignan su custodia… Y tú fuiste mi misión, desde tus primeros momentos en la Tierra… Llevo a tu lado treinta años, pero no podía soportar más tiempo lejos de ti… Por eso pedí el cambio… aunque su precio es muy elevado…” “¿Qué sois?”, le pregunté… “Somos criaturas de energía, nacidas de la mente del Creador en el inicio de los tiempos… Somos custodios, de vez en cuando podemos intervenir en la vida de nuestros protegidos, ayudándoles, dándoles ideas, para que alcancen la felicidad en la medida de nuestras posibilidades… No, no somos todo poderosos, y también tenemos enemigos… Y frustraciones…” “¿Cómo cuales?”, le pregunto… “Que nunca conoceremos la vida ni la muerte, nunca envejecemos, nunca amamos, nunca sentimos… Pero incluso, para eso, hay un remedio, si estamos dispuestos a pagar el precio…” A estas alturas de la conversación, yo estaba preocupándome seriamente por su cordura, y por la mía, de paso… Pero era más mi ansia de saber… “¿Cuál ha sido tu sacrificio, y tu recompensa?” “He pedido, y se me ha concedido, el vivir como un ser humano… Pero cada día pasado en la Tierra, a tu lado, equivale a un periodo de cinco años en la vida de un hombre… Durante ese periodo de tiempo, podré vivir como un humano, evolucionar, cambiar de aspecto, envejecer, disfrutar de los cinco sentidos, comer, beber, dormir, amar… Al vigésimo día, correspondiente a los cien años, que es más o menos la máxima edad de un humano, moriré y desapareceré… Pero ha valido la pena, por estar a tu lado…” Sentí que mis creencias se tambaleaban: ante mí tenía la prueba de lo que me estaba contando, porque en estos cuatro días había alcanzado el desarrollo correspondiente a un adolescente (extremadamente hermoso, por cierto, fiel reflejo de mis gustos)… “¿Y si yo te decepciono?”, le dije… “No me decepcionarás… Llevo toda tu vida observándote, protegiéndote… Acompañándote en los buenos y malos momentos… Aunque por encima de todo, está tu libertad de aceptarme o no, tal y como soy, por lo que soy…Si me dejas, seguiré a tu lado, hasta el final de mi vida mortal… Y si tu deseo es que desaparezca, lo haré, vagaré por esta hermosa isla hasta que llegue mi hora… Y a pesar de todo, seré feliz por cada minuto que he pasado a tu lado… Voy a darme un paseo por la playa, a nadar un rato, y cuando regrese junto a ti, me darás una respuesta…” Una vez dichas estas palabras, se levantó, no sin antes darme un beso en la mejilla, y se alejó paseando por la playa… Volvió al cabo de una hora, le vi venir nadando (¡Parecía un Dios!), y agacharse junto a mí… Solo fui capaz de decirle una palabra: “Sí”… Y de esa manera quedaron sellados nuestros destinos… Pasamos el resto de la mañana tumbados en la playa, dimos un par de paseos, nos bañamos, y le invité a comer a casa… Por la tarde, seguimos hablando, de muchas cosas (su curiosidad es infinita)… Me sentía bien a su lado, mejor que con cualquier otro hombre… Al caer la tarde, cuando el sol empezaba a ocultarse en el mar, cediendo a un impulso, le besé en los labios… Él me respondió, con dulzura y pasión creciente…

Siete de agosto… Hemos pasado la noche juntos, haciendo el amor… Ahora duerme a mi lado, mientras el sol se desliza sobre las sábanas… Para ser tan ¿joven?, ha resultado un amante excelente, tierno, considerado… Sabía perfectamente como complacerme, conocía todos y cada uno de mis puntos erógenos… ¿Me habrá estado observando mientras hacía el amor con otros hombres? Es lo más posible, a fin de cuentas su misión es protegerme… Pero algunas de las cosas que hemos hecho las habrá aprendido seguramente de Mathilde e Isabel, mis dos amantes de la universidad, a quienes no veo hace tantos años… Ya se está despertando… Esos ojos grises… Esos labios… ¿Le apetecerá seguir donde lo dejamos anoche?

Ocho de agosto… Pasamos el resto del día de ayer en la cama, en la ducha, sobre el sofá… Nuestros cuerpos, nuestras almas, se buscaban, se devoraban… Después de un desayuno tardío, nos fuimos a dar un paseo por la playa, nos bañamos bajo el ardiente sol, completamente desnudos (¡bendita depilación laser!), y volvimos a la casa… a la cama… Hoy ya tiene el aspecto de un joven de veinticinco años… Vamos a coger la moto de gran cilindrada que alquilé al llegar a Formentera, y nos vamos a dar un paseo por la isla, porque temo que se aburra siempre a mi lado…

Nueve de agosto… Hoy cumple treinta años… El paseo por la isla fue una gran idea, y Galadriel disfrutó muchísimo el paseo… Todo le llama la atención, todo es nuevo para él… Salvo mi cuerpo, que conoce en todos sus recovecos… Hoy hemos descansado en la playa… Me ha pedido prestado uno de mis libros (siempre viajo con un buen surtido, porque tantos días de sol y playa, sin hacer nada y lejos de la rutina, a veces me aburren un poco), y hemos pasado buena parte de la tarde leyendo en las hamacas del porche… Es un lector voraz, inquieto, inteligente: ha valido la pena la experiencia… Aprovechando su curiosidad, mañana cogeremos el transbordador para ir por la tarde a Ibiza… Nos vendrá bien un pequeño cambio… Aunque nunca tenemos tiempo de aburrirnos…

Diez de agosto… Esta mañana, mientras él dormía para recuperarse de los excesos de la noche (por muy ser de luz que sea, le sienta un poco mal el Lambrusco…), he cogido la moto para ir a la pastelería del pueblo, y comprar una tarta y treinta y cinco velitas… Me sabía mal que no celebrara su cumpleaños… Y también le he llevado un regalo, el último libro de Stephen King… Le he despertado con un beso… Nos hemos comido la tarta (bueno, entera no, solo dos porciones generosas, y el resto lo hemos guardado en la nevera), y tras una pequeña ración de sexo (¡es insaciable en la cama!), nos hemos vestido para nuestra excursión a Ibiza…Se ha mareado un poco en el barco, y hemos pasado el día recorriendo la isla en un coche alquilado… Ha disfrutado mucho… No le he dejado conducir, aunque insistía en que sabía hacerlo (“poseo todos los conocimientos de un hombre de mi edad”, me dijo con una gran sonrisa…), y nos hemos ido a ver atardecer al famoso bar… Hemos pasado toda la noche de fiesta, de discoteca en discoteca, de bar en bar… ¡Es una máquina bailando! Justo lo que yo necesitaba después de tanto relax… Y hemos vuelto a Formentera con el primer ferry…

Once de agosto… Nos hemos levantado muy tarde… Tarde de relax, de tomar el sol y leer en la playa, y de ver anochecer sentados en el porche… Hoy cumple cuarenta años, y se empieza a notar el paso del tiempo… Sigue siendo hermoso como un Dios… ¿Cómo será a los cincuenta? Mañana lo sabré…

Doce de agosto… ¿Es cierto lo que estamos viviendo? ¿Es todo real? ¿Estará siendo feliz conmigo? No paro de pensar en el sacrificio que ha hecho, por estar a mi lado, de una abogada madrileña criminalista… De alguien de quien afirma estar enamorado toda mi vida… Pero todas las preguntas se han desvanecido, en cuanto ha abierto los ojos, esos increíbles ojos grises, y nos hemos besado… Por la tarde hemos ido a dar otra vuelta en moto por la isla, y hemos cenado en un pequeño restaurante… Galadriel se agarraba con fuerza a mi cuerpo en el viaje de regreso… ¿Será que con la edad se está volviendo más responsable?

Trece de agosto… Día de relax… Cincuenta y cinco años, y aunque no los aparenta (como mucho, cuarenta y cinco bien llevados), ya no es tan fogoso en la cama… Es paciente, busca darme el máximo placer, y lo consigue… ¡Vaya si lo consigue! Nunca pensé que estaría saliendo con un hombre tan mayor… ¡Mayor! ¡Pero si nació hace diez días! Por la tarde, nos hemos quedado en casa, leyendo, y hablando… Sobre el bien y el mal… “El bien y el mal, existen desde el principio de los tiempos… No puede existir un Bien Absoluto sin un Mal Absoluto… Y del mismo modo que existen las criaturas de la Luz, existen las Oscuras… El campo de batalla es la Tierra, y el premio, las almas de los hombres…” Sobre la vida y la muerte: “La vida y la muerte no existen… todo lo que tenemos es el aquí, el ahora… La muerte no es el final, es más, puede ser el principio… Existe la reencarnación… Pero también la Perfección… Cuando un alma llega al final de su camino, ya sea en una o varias vidas, puede optar por unirse al Creador, a la Luz… Pero como también existe el Mal, puede escoger unirse a la Oscuridad, fundirse en ella…” ¿Yo que seré?

Catorce de agosto… Sesenta años… Ya empieza a tener las primeras canas, algunas arrugas en la comisura de los ojos y de los labios… Su cuerpo sigue estando firme, pero se nota el paso del tiempo… Hoy nos han mirado un poco raro en el restaurante (uno distinto al de ayer, porque sería muy difícil justificar los cambios en su aspecto), como si pensasen “Fíjate en el viejo, está al lado de un pibón… ¿Qué le dará, aparte de dinero y caprichos?” Sienta un poco mal que te miren como si fueras una puta… Pero Galadriel me ha mirado, como diciéndome: “Tranquila, ellos no saben nada…” y hemos seguido cenando tranquilamente…

Quince de agosto… Por más que intente disimularlo, se le notan las marcas de la edad… Está durmiendo a mi lado, apenas cubierto por la sábana (anoche hicimos el amor de nuevo, con la misma pasión, con la misma ansiedad, la misma rabia que treinta años antes), nunca le ha gustado madrugar, los años van dejando su huella en un cuerpo hace poco tiempo tan perfecto… Hoy pasaremos el día en la playa, leyendo, y hablando… Sigo estando locamente enamorada de él (¿dejaré de estarlo alguna vez?), y lo estaré más allá de su muerte… Ha sido, es, mi alfa y mi omega, mi amigo, mi amante, mi compañero…

Dieciséis de agosto… Esta mañana, a primera hora, he ido a la agencia de alquiler, para devolver la moto y alquilar un cochecito…A Galadriel le apetecía hacer turismo por la isla, descubrirla con tranquilidad, y ya no está para montar en moto… Ha sido un día curioso, hemos visitado algunas pequeñas localidades de interés turístico, visitado el Museo Etnológico, comido en un pequeño restaurante encantador… Parecíamos un padre y una hija, como todo el mundo… Un padre y una hija, no dos amantes… Antes de volver a casa, hemos parado en el mercado: para cenar, ensalada de tomate con atún, y tortilla francesa con queso y finas hierbas… Luego, a disfrutar del atardecer, un rato de lectura, y a la cama…

Diecisiete de agosto… Ochenta y cinco años… Muy bien llevados, es cierto, pero con algunas limitaciones… Hemos dado una vuelta por la otra zona de la isla, descubriendo pequeñas poblaciones… La comida, en un restaurante típico, ha sido maravillosa… Volver a casa a media tarde, y después de la siesta, leer tranquilamente, dar un paseo por la playa, una cena ligera… Nos hemos quedado un rato mirando las llamas de la chimenea… Esa complicidad de viejos enamorados… Porque sigo estando enamorada de él, a pesar del tiempo… “¿Me sigues amando?”, me preguntó Galadriel… “Sí, más que a mi vida…”, le respondí… Y es cierto… Sobre todo teniendo en cuenta el sacrificio que él ha hecho por estar a mi lado…

Dieciocho de agosto… Hoy le ha costado levantarse de la cama… El tiempo empieza a hacer estragos… Pero en sus ojos sigo notando el mismo brillo, la misma intensidad, y su sonrisa hace que me derrita… Se conserva bien, a pesar de todo… Nos hemos subido al cochecillo, para terminar de ver el interior de la isla, y hemos comido al borde del mar… Siempre tenemos cuidado de no repetir dos veces el mismo sitio, sería muy complicado explicarle a alguien los cambios en su cuerpo, pero al ser una isla tan pequeña… Creo que un camarero me ha reconocido, le habremos visto en otro sitio hace días… pero ha sido una mirada fugaz… Hemos pasado la tarde sentados al borde del mar, ha insistido en darse un último baño… Mi querido Galadriel…

Diecinueve de agosto… Noventa y cinco años… Ver envejecer de esa manera a alguien que lo ha dado todo por mí es tan doloroso… No quiero que me vea llorar, y por eso he ido a dar un paseo por la paya al amanecer… Le queda ya tan poco tiempo de vida… Con un poco de ayuda, se ha levantado de la cama, y nos hemos quedado un ratito en el porche, leyendo, hablando de todo un poco… “¿Tienes miedo al día de mañana?”, me preguntó… El día de mañana… El último que pasaremos juntos en esta tierra “No debes tenerlo, Sofía… Ha sido mi elección, vivir, envejecer, a tu lado, y no me arrepiento de nada… No llores, que me vas a hacer llorar a mí… Y prefiero mirarte… Grabarte a fuego en mi alma…” Me he acercado a él, y le he besado en los labios, hundiéndome en sus ojos grises…

Veinte de agosto… Hoy es su último día de vida, y lo hemos pasado juntos, hablando, paseando lentamente por la playa… Es como perder de nuevo a mi abuelo, estoy triste, pero no quiero que se me note… “No estés triste”, me dice, con un hilo de voz, mientras paseamos al borde del mar y las olas cabrillean a nuestros pies… “He cumplido mi sueño, he estado a tu lado… He conocido el amor, el sexo, la comida, la bebida… He disfrutado plenamente, de los cinco sentidos, algo que no había experimentado durante mi vida inmortal… Y mañana retornaré ante el Creador, con la satisfacción de un sueño cumplido: una vida a tu lado… No estés triste, Sofía… Celebra la vida… Vívela intensamente… Y acuérdate de vez en cuando de mí… Que yo, esté donde esté, te seguiré amando…”

Veintiuno de agosto… Hoy ha muerto entre mis brazos… ¿Ha muerto? No lo sé… Porque apenas se han cerrado sus ojos, en cuanto ha exhalado su último aliento, ha desaparecido ante mis ojos… Se ha esfumado… Como si nunca hubiera existido, como si estos dieciocho días fueran solamente un sueño… Primero sus facciones se han vuelto más difusas… Y luego ha desaparecido…

Pero siempre me quedará un recuerdo, de un ser especial, mágico, que ha hecho que dejara de tenerle miedo a la vida, a la muerte, al tiempo, a la nada…

Me quedará su hijo, que noto crecer en mis entrañas… Siempre he sido muy regular en la menstruación, hace ya varios días que tendría que haberme bajado… ¿Me habré quedado embarazada de un ser de luz, que se volvió carne y sangre, por amor?


Así lo espero…