Hoy
me ha dado por soñar con desayunos, compartidos con personas que han ido
dejando, al menos durante algún tiempo, huella en mi corazón… Momentos
especiales muchos de ellos, personas a las que se ha llevado el tiempo, aunque
algunas de ellas siguen presentes…
Cuando
era pequeño, el desayuno era toda una ceremonia, un momento en el que la
familia se reunía por turnos en la cocina, porque nunca hubo demasiado espacio…
Pero lo más importante fue la conquista del café con leche… Mi padre siempre se
tomaba una bañera de café con leche para desayunar, más bien asustaba al café
con unas gotas de leche, y mojaba en él galletas… Mientras que yo me tenía que
limitar a la leche con Cola-Cao… Pero pasaron los años, fui creciendo, y un buen día tuve derecho a mi primer café con
leche… Ya lo había probado en unas cuantas ocasiones, y me gustaba, pero
siempre me decían que era cosa de adultos… debería tener unos trece años cuando
lo conseguí, y de repente, me sentí tan mayor, tan adulto…
Desayunar
con mi abuelo era toda una experiencia, los sábados y domingos… Como siempre,
él se levantaba muy temprano, para ir a comprar el periódico, y muchas veces
subía churros a casa… Era el mejor desayuno de la semana, tranquilo, en paz…
Mientras él sorbía su malta con leche (nunca entendí cómo le podía gustar esa
infusión) y leía el periódico (su País), yo remojaba los churros con la leche
azucarada… No había ninguna prisa, el día entero se consagraba al relax… Comida
en familia, y por la tarde, cine con mis padres y mi hermana…
En
Bárcena Mayor, al cumplir los trece años, fue la primera vez que me vi inmerso
en desayunos colectivos… El albergue juvenil estaba abarrotado, daba la
impresión de que medio colegio estaba allí… Recuerdo las gigantescas cacerolas
de Cola Cao con leche caliente, cómo los monitores la servían en nuestros
cubiletes de metal, y nos daban por cada dos un paquete de galletas María…
Hacer sopas de galletas era muy divertido… Todavía lo hago de vez en cuando…
Pero
sobre todo recuerdo los desayunos con mi padre, en la cafetería California, en
la calle Goya… Eran el premio por portarme bien durante los análisis de sangre…
Siempre pedía lo mismo, café con leche, un trozo de brioche, y un zumo de
naranja… El gusto de sentirse mayor, aunque nunca fui capaz de mirar cómo me
pinchaban, y todavía hoy sigo desviando la mirada…
Desayuno
en el Transiberiano… Ese viaje mágico a la Rusia comunista (sería el año 1982),
y nos fuimos, el abuelo, mi hermana y yo, con un grupo de Amigos de la URSS,
para recorrer el país durante quince días… Visitamos muchas ciudades, Moscú,
Leningrado, Kiev…. Pero recuerdo sobre todo el traqueteo del tren, el sabor del
té (fuerte y amargo), las pequeñas galletitas, bastante duras, que había que
remojar… Las bandejas en precario equilibrio sobre las mesas plegables del
tren… Era un sabor a libertad, a la aventura…
Más
tarde, en Málaga, me alojé unos días en casa de A., una de mis mejores amigas…
Sus padres me abrieron las puertas de su casa, y me cedieron su habitación…
Creo que fue la primera vez que salía de Madrid y dormía en casa de un amigo
(sin contar mi estancia en Dublín)… El café recién hecho, las tostadas
crujientes con aceite y tomate… La magia de lo nuevo, de una ciudad y de una
gente… Los recuerdo con mucho cariño, aunque ya hayan pasado muchos años…
Azuaga,
el pueblo de mi ex… Levantarme pronto, para disfrutar del fresco, y mientras
ella dormía, aprovechar la mañana… Mi suegra parecía intuir siempre a la hora
que me despertaría, y me esperaba en la cocina, con la cafetera lista para
después de la ducha, mi tazón gigantesco y una selección de repostería, sobre
todo unas inmensas madalenas, y mis perrunillas caseras… Era un momento de paz,
en el que aprovechábamos para desayunar y hablar tranquilamente, mientras el
resto de la familia dormía… La echo mucho de menos, a Isabel, mi segunda madre…
“Hoy
invita la empresa”, tal podría haber sido nuestro grito de guerra, cuando
trabajaba en el turno de noche en una empresa de asistencia telefónica… Con el
paso de los meses, algunos de nosotros nos convertimos en expertos en saquear
las máquinas de las dos cocinas, antes de que pasase el reponedor… Para los
estantes más bajos, utilizábamos unos alambres que sacábamos de las carpetas de
archivo; para los superiores (allí se encontraban los Dan Up), no dudábamos en
volcar casi las máquinas entre tres o cuatro… ¡Menudo grupo de saqueadores
estábamos hechos! ¡Todos unos profesionales! Muchas mañanas, el reponedor nos
invitaba al café con leche, y en ese momento nos sentíamos un poco culpables
por las fechorías nocturnas…
Desayuno
en el cuartel, es decir, grandes marmitas de café con leche (allí no había
otras opciones), y chuscos de pan del día anterior… No había gran cosa que
comer… Llegábamos al comedor, un barracón situado casi a medio kilómetro de
nuestras compañías, después de haber recorrido la pista americana, o de haber
corrido más de dos kilómetros por la periferia de la Base de San Pedro, con un
hambre de lobo… Durante las maniobras, una semana al mes, era distinto: había
jamón york, huevos, salchichas, pan recién horneado, todo un lujo para un grupo
de soldados hambrientos…
Desayuno
de hospital… Siempre lo mismo: café con leche recalentado, y un mísero paquete
de galletas envasadas al vacío, con una porción de mermelada de albaricoque… Da
igual el hospital del que se trate (y he estado ingresado en varios), el
desayuno siempre era el mismo, y venía acompañado por las inevitables
pastillas… Durante la enfermedad de mi padre, las escasas noches que me quedé a
su lado (casi siempre era mi madre la que se quedaba), iba a desayunar a la
cafetería del hospital… Incluso allí imperaba el olor a medicamentos y desinfectante…
Desayuno
tardío en la facultad… Casi siempre acompañado por Carmen y Elena… Café con
leche, calentito y dulce, y tostadas recién hechas con mantequilla y mermelada…
Se notaba la calidad de una universidad privada… Aunque a veces, más que
desayunar, nos tomábamos un aperitivo… Entonces, era Martini blanco y un pincho
de tortilla con mayonesa…
Viaje
a México… Hotel Mérida Misión (es el único que recuerdo, aunque nuestro periplo
por tierras mexicanas duró catorce días… Desayuno continental, un inmenso bufé
para elegir, aunque casi siempre tomaba lo mismo: huevos revueltos o fritos,
salchichas, beicon, zumo de naranja y café con leche… Pero lo más importante
era ella, Gacela, hundirme en sus ojos marrones, mientras me sonreía desde el
otro lado de la mesa…
Camping
La Paz, en la playa de Vidiago (Llanes, Asturias)… Mientras ella dormía en la
tienda de campaña (casi siempre se levantaba un par de horas después que yo),
me iba a desayunar a la cafetería: sobaos pasiegos recién hechos, o pan tostado
con mantequilla y mermelada, y mi inevitable café con leche… Lo mejor eran las
vistas, porque tenían una terraza que daba sobre el acantilado, y solo veías el
mar… Espectacular…
Desayunos,
gentes, lugares, recuerdos…
Y ese café con leche con churros y porras en una cafetería cualquiera al lado de la torre de Madrid.
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