domingo, 25 de diciembre de 2011

ELEMENTOS

QUISIERA SER como el agua, y fluir por las costuras de la vida, sin pasado ni futuro, solo presente... Y no convertirme en maloliente ciénaga de remordimientos, tristezas y actos fallidos...

QUISIERA SER como el viento, libre para vagar de un lugar a otro, sin comienzo ni final... Y transformarme en el secreto jadeo de dos amantes en el climax...

QUISIERA SER como el fuego purificador, y arrasarlo todo a mi paso, la angustia, la tristeza, la soledad... Y sentir de nuevo la pasión...

QUSIERA SER como la tierra fértil, que renueva el compromiso con la vida... Y tener la promesa de un futuro juntos...

QUISIERA SER como la roca, y preservar por siempre los buenos recuerdos, incluso los verdaderos. Y guardar las voces de los muertos...

QUISIERA SER como el hielo, y conservar la pasión y las promesas, los "te quiero" susurrados al oído y las caricias adormiladas... Y fundirlos cuando faltara ternura...

QUISIERA SER tantas cosas... Agua, fuego, viento, roca, hielo, tierra, hielo... Pero más que nada, quisiera ser de nuevo la mitad de un micromundo, del club más selecto, y compartirlo con Ella...

jueves, 22 de diciembre de 2011

NAUFRAGIO

He naufragado en la vida real al volver de una tormenta de besos en los mundos de tinta...

Durante un rato he desconectado del trabajo, del cansancio, del dolor de pies y de gemelos, la jaqueca, el uniforme marrón relleno de ser humano, la realidad y la soledad...

Y me he sentido bien, mientras lanzaba las redes en los océanos color gris petróleo y verde magenta que anidan en mi interior...

Y he pescado las palabras letra a letra, con desesperante lentitud...

Y luego las he ensamblado sobre la cubierta batida por las olas, como notas en el móvil para plasmarlas esta noche o cuando pueda en el blog...

Y mientras lo hacía me he sentido casi bien, casi entero y casi feliz...

Y al naufragar en la marrón realidad... he tenido ganas de llorar...

TORMENTA DE BESOS




“Varón, blanco, divorciado, busca…” Es curiosa la respuesta de los amigos cuando anuncias tu inminente o consumado divorcio, y la manera en la que varía en función del grado de confianza establecido y del periodo de amistad previo. En esencia, va desde el “¿Ya tienes piso? Porque ella se habrá quedado con la casa…” hasta el “¿Y quién se queda con los niños?”, pasando por preguntas intermedias sobre los motivos de la ruptura, los intentos de reconciliación…


En nuestro caso, me quedo el piso (lo heredé al morir mi padre) y teníamos separación de bienes, lo que ahorra muchos problemas… En cuanto a los hijos, solamente el gato, y me lo quedo yo por razones de espacio tras una ardua negociación… Y el amor falleció por consunción y falta de riego, tras dos años de lenta agonía y varias sesiones de terapia matrimonial que no dieron frutos.



No hubo grandes traumas ni luchas o peleas previas, rompimos incluso por el face, reparto de los bienes y el menaje se zanjó con un “llévate todo lo tuyo y respeta lo mío (libros, películas, discos compactos y vinilos”, incluyendo vajillas, cubertería, juegos de cama y mesa y el espantoso àlbum de la boda… ¡Con la de àlbums de bodas que he preparado para los amigos, y tener que conformarme con semejante espanto! Ocho años de matrimonio y los recuerdos de quince años juntos llenaron apenas dos furgonetas y un mini piso…



No hubo llantos ni besos de despedida (me hizo la cobra la última vez que nos vimos), me quité la alianza al poco de romper, y nuestras familias se siguen hablando de vez en cuando… Todos los trámites los estamos haciendo a través de un bufete de abogados (pagado por mí), para no tener casi ni que vernos, y las cartas están sobre la mesa… “Rien ne va plus, le jeu est fait” (“No hay más apuestas, el juego está hecho »), anuncia el croupier, y la banca siempre gana…



Pero hay demasiadas cosas que nunca te dicen o imaginas al plantearte el divorcio, la primera y más importante es para mí la soledad… Es muy duro cambiar de persona, el “nosotros” por el “yo”…



Los dos hemos salido perdiendo en este aspecto relacional, pero mi “ex” es mucho más sociable que yo, y por su profesión (es auxiliar de clínica en un hospital) tiene muchas más ocasiones de conocer gente nueva cada día, y de establecer amistad con sus compañeras. Yo veo decenas de personas cada día, pero no hablo ni interactúo en ellas (los armarios con patas ni piensan ni hablan ni padecen) (véase “Desde mi invisible silencio”) ni tengo por mi jornada y mis costumbre demasiadas oportunidades de conocer mujeres interesantes o mujeres a secas… No me quedará más remedio que tirar de los amigos para los primeros contactos…



Por eso, la casa se me cae encima, demasiado grande de repente, con algo parecido al “síndrome del nido vacío” de algunos padres al irse los hijos del domicilio familiar, en una fecha cada vez más difícil de establecer por culpa de la “generación ni-ni”, los contratos basura, los “mini Jobs” y la precariedad laboral, entre otras cosas… pero esa es otra historia.



El pobre gato, nuestro primogénito (y unigénito, al menos de momento) al menos ya no llora por los rincones como una Magdalena felina a la hora en la que mi “ex” solía llegar a casa… Tampoco entiende demasiado que ella ya no le quiere, o al menos que no quiere venir a verle más, que no volverá, y que solo me tiene a mí y a mi pequeña familia cuando vienen a vernos…



Pero yo he perdido un hermoso pueblo blanco extremeño, y una gran familia, la de mi “ex”. Siendo hijo de la ciudad, siempre me ha gustado el campo, los atardeceres en medio de la nada, las barbacoas en el patio de la casa o en los cortijos de los amigos, o algo tan simple como conducir hacia el otro extremo de la noche (casi quinientos kilómetros) alejándome de Madrid, con la certeza de encontrar al final del viaje un cálido abrazo y una cama acogedora tras muchas horas al volante. Ahora no tengo ni pueblo, ni casa, ni familia política (un beso a mi prima Marta), ni amigos postizos, ni coche, por lo que estimo que mi pérdida es mucho mayor que la de mi “ex”.

Ella solo ha perdido a mi pequeña familia, al gato, algunos amigos, y varios contactos en el “carapocha” (o “Facebook”)…



Pero lo que más añoro son sus besos, que no en vano de sus labios aprendí a besar: piquitos, con lengua, en la mejilla, compartiendo un caramelo o un chicle de boca en boca o un hielo, calientes y con regusto a café con leche o a chocolate a la taza en la cocina, furtivos tras una cortina en casa de sus primos al poco tiempo de hacernos novios (gracias, ex – primos), en el cuello, en el lóbulo de la oreja con mordisquito incluido, abriendo los ojos al amanecer solo para buscar al otro y besarle antes de volverse a dormir abrazados, robados al sueño, y tan apasionados como para quedarnos solos en un “pub” a altas horas de la madrugada, mientras el pobre camarero, de vuelta de todo, esperaba pacientemente que respirásemos para podernos cobrar y cerrar el local…



Besos, centenares de besos, con los ojos cerrados o entornados, nunca abiertos, públicos o privados, que ahora revolotean de nuevo a mi alrededor con el triste sabor de las cosas perdidas, los recuerdos pasados y los momentos que se fueron para no volver…



Si lo expresase con un anuncio por palabras de los de toda la vida o por la red, pondría “varón, blanco, divorciado y con labios huérfanos busca mujer entre treinta y cuarenta años, para aprender de nuevo a besar…” Porque los besos de verdad ni se compran ni se venden o alquilan, solamente se regalan como moneda de cambio en la balanza del amor… Por muy cursi que suene, es así como lo siento…



Cuando mi corazón se cure un poco más, eso es lo que deseo encontrar, una mujer con quien perderme en una tormenta de besos… Y olvidarnos de todo lo demás…

miércoles, 14 de diciembre de 2011

ESQUÍ DE FONDO

Amarte es sencillo, me basta con tu recuerdo...

Dos años, tres meses y seis días de condena, sin tu sonrisa, sin tu presencia, sin tu risa, sin tí... aquellos lejanos momentos, minutos apenas en verdad, cuando lo mejor de todo el día era llegar al trabajo, levantabas la cabeza, y tras una cascada de cabello rubio dorado, vislumbraba tus ojos, grandes, profundos, azul verdoso, o verde azulado, soñadores, inmensos... Me mirabas, y por esos primeros segundos, intuía cómo sería la tarde: cuando en ellos imperaba la alegría, la fuerza inundaba mis venas; si estabas soñadora, la melancolía me acompañaba un rato; si transmitían cansancio, me arrastraba por las horas muertas; si la ternura los iluminaba, me acompañaban los celos; cuando apareció la profunda tristeza, quise matar por tí; en varias ocasiones, en ellos ví la ira, y temblaron mis huesos...

Fue la típica historia de amor sin amor, de pasión sin contacto: yo era el vigilante, tú la recepcionista, de una cadena de televisión, siempre juntos, de lunes a viernes, pero solamente durante media hora, y después, cuanto te marchabas con una última sonrisa, quedaban ante mí mil ciento setenta segundos, para recordarte...

Según me acercaba a tí, mis ojos seguían paseando por tu cuerpo: resbalando por la tersura de tu frente como sobre nieve recién caída, sorteaban tus cejas perfiladas, y acariciando suavemente tus mejillas, tomaban carrerilla, para propulsarme desde tu hermosa naricita, y aterrizar en tus hermosos, turgentes labios, casi nunca pintados... ¡Cuantas veces tuve ganas de besarlos, de rozarlos, de adorarlos, y no me refiero solamente a la última vez que nos vimos! ¡Cuantas veces imaginé su sabor, tu sabor, tu aliento afrutado!

Mis ojos seguían bajando, deslizandose por tu largo y fino cuello, resbalo por tus clavículas, y me proyecto hacia tus hombros, desde allí, ante mí se abren tres caminos, cada uno con sus peligros: si recorro la curva de tus brazos, fuertes, firmes, suaves y tersos, llego a tus muñecas, y entrelazo la mirada con tus dedos, acariciandolos...

El segundo camino me lleva al valle entre tus pequeños senos, en la espléndida madurez de tus veintipocos años, intento imaginar lo que se siente al recorrerlos, no con la mirada, sino con un lánguido dedo, piel contra piel, o con los labios...

El tercer camino me conduce hacia tu espalda,  me lanzo desde tus clavículas, y aterrizo en tus omoplatos, voy haciendo eslalom entre las vértebras de tu columna, mientras sigo bajando, y pienso en chocolate templado...

Dando un salto de fé, aterrizo en tu ombligo, y me refugio un poquito, protegido por el recuerdo de la entrada en la vida, descanso...

Resbalo hacia tus caderas, una vez más, dudo entre dos caminos, y tomando carrerilla, trazo arabescos sobre tus firmes nalgas, rodeo tu cintura, para continuar después el descenso por tus piernas de gacela, fuertes, prácticas, entrenadas, listas para responder a la primera orden... ¿De quién huyes cuando corres, hacia dónde te dirijes, qué buscas?

Termino el paseo entre los dedos de tus pies, tan pequeños, y remonto el vuelo, directo a tus labios, para robarte un beso...

Pronto hará dos años, tres meses y siete días que te fuiste, que se terminó el sueño... Solamente me quedan algunos recuerdos fugaces, que matará el tiempo, un par de fotos que se han marchitado, de tanto buscar en ellas la sonrisa de tus ojos hechiceros, el fantasma de tu risa, y el aroma a Nenuco en tu cuello...

No hay amor más hermoso, más dulce, más apetecible, que aquél que nunca se ha vivido, que jamás se ha realizado, porque entonces no ha sido mancillado por la realidad... y se convierte en el reflejo de un sueño otoñal, en un recuerdo que te persigue entre la vigilia y el sueño...

Ama, enamórate una y mil veces, sueña, vive, arriesgate... que nunca te puedan acusar, en el último momento, de no haber amado lo suficiente...

DESDE MI INVISIBLE SILENCIO

Desde mi silencio, veo pasar la vida, cada mañana, cada tarde, cada noche, protegido por una coraza invisible, lo veo todo, lo escucho todo, pero casi nadie me ve ni me escucha a mí...

Como otras decenas de miles de personas, en toda España, o millones en todo el mundo, me vuelvo invisible en cuanto llego a mi trabajo, y solamente reaparezco cuando me cambio... Es una de las pequeñas ventajas de vestir uniforme, igual da que sea marrón oscuro, verde guisante y beige, que azul oscuro, o negro con gris y cordón de fantasía, el color es lo de menos, la empresa tampoco importa nada, pues he podido comprobar, en los últimos años, que desaparezco de la vista con mi bonito disfraz...

Poco importa que esté custodiando camiones llenos de mercancías en un puto polígono industrial en las afueras de Madrid, en la sede de un prestigioso periódico, organizando el caos, en unos grandes almacenes, vigilando a los empleados, en un supermercado de barrio, cazando cacos, en las distintas sedes de un Ministerio prestigioso pero utópico (el de Justicia), o en las oficinas de un pequeño y de un gran banco (más bien una financiera atrapa incautos)...

El resultado es el mismo: con el uniforme, no existo. Alguna que otra madre me ha usado para asustar al niño, decirle que se callase, "o se te llevará el guardia"... El tono de algunas personas, y su actitud, siempre cambian: en cuanto te necesitan, existes, y te tratan con algo de cordialidad, te llaman de "usted", te miran a los ojos, te consideran persona... pero en cuanto has aparcado su coche, o les entregas el paquete, o ayudas a cargar la cesta de navidad en el maletero, o les recuerdas que tienen que tienen que recoger el paraguas a las puertas de la sala de exposiciones, en resumidas cuentas, en cuanto termina tu utilidad, se desprenden de tí, y si te he visto, no me acuerdo...

Solamente algunas pocas personas, no llega al diez por ciento, de todas con las que tratas a diario, son capaces de verte, es más, te buscan con la mirada, te sonríen al pasar, se detienen para hablar contigo, aunque sean dos minutos, y puedes tener la certeza de tu existencia...

Si además te encuentras con una gran compañera, cosa que me ha sucedido muy pocas veces en ocho años,
que te habla, te mima, te ayuda, te sonríe y te escucha, y compartís problemas y confidencias, y buscais soluciones, entonces te planteas, que lo mismo tú no eres tan invisible, sino que realmente, el problema es de todos los otros, pues no te ven, porque no quieren hacerlo...

Por eso es tan importante cada sonrisa cada gesto, pues estamos tan faltos de cariño en el trabajo, por mucho que no queramos admitirlo ni verlo, que cada mirada, cada pequeño gesto, cuenta... Recuerda que dentro de cada uniforme, late un corazón, que hay un ser humano que respira, piensa, siente, observa,
escucha, habla, sueña, pasa frío y calor, tiene hambre y sed... No te digo que le des un abrazo, o dos besos, ni la mano... Pero al menos, no rehuyas su mirada, no te escondas, y, si tienes ocasión, sorprendele, o sorprendela, con un sonoro "Buenos días", o "Buenas tardes"...

Para todos los vigilantes de seguridad, auxiliares, personal de mantenimiento, mensajeros, porteros, recepcionistas, camareros, barrenderos, repartidores, auxiliares de clínica, celadores y todos los demás uniformados con quienes comparto tantas cosas, entre otras la invisibilidad... os deseo todo lo mejor, algo que muchas veces se resume en pocas palabras: un buen jefe, un buen ambiente de trabajo y, por encima de todo, un buen compañero... o compañeras...

sábado, 3 de diciembre de 2011

RETALES NAVIDEÑOS

1. Cuando yo era un niño pequeño, la Navidad, así, con Mayúsculas, era una de las fiestas más esperadas durante todo el año, con sus luces, el frío, el misterio, los regalos, la ilusión por aquellos días mágicos y esa extraña sensación de que todo podía ser posible... incluso ser un poquito más felices... Y tenía la enorme suerte de compartirlas con mi hermana y el resto de la familia, muchos de ellos desperdigados a los cuatro vientos por el paso del tiempo y las alas de la muerte... Por eso hoy me apetece volver a recordar algunas cosas de aquellos tiempos... de aquellas navidades de niños madrileños de clase media, en los años setenta y primeros de los ochenta, con la certeza de que muchas de esas cosas buenas no han cambiado con el tiempo...

2. Dos niños pequeños emboscados a los pies de árbol de navidad, en las dos noches mas mágicas del año, esperando la llegada de Papá Noel y de los Reyes Magos... Han aguantado todo lo que han podido, después de la tanda de villancicos, de la cena, incluso de haber sido arropados en las camitas por sus padres y su abuelo... Pero la operación sorpresa está en marcha: esa noche no solo se encontrarán con unos vasos de leche y unos pasteles para tan encantadores personajes, ellos estará allí... Pasan las horas, o los minutos, que a esas edades cualquiera sabe, y nadie viene... Al final, son los padres quienes los conducen de nuevo a sus camitas en mitad de la noche, con la promesa de quedarse ellos de guardia y despertarles cuando llegue San Nicolás... pero esa es una de las muchas promesas que no cumplirán durante su vida, porque al despertarse los pequeños, habrá regalos debajo del árbol... y sonrisas de los padres...

3. Nosotros teníamos suerte: de vivir en una familia que creía a pies y juntillas en Papá Noel y en los Reyes Magos, por lo que los regalos y las celebraciones se multiplicaban por dos... Eramos de los pocos niños del edificio que tenían el privilegio de vivir dos mañanas mágicas con muy pocos días de diferencia, ventajas de ir a un colegio francés donde nos educaban, entre otras cosas, con la creencia de que los buenos actos de los niños buenos tienen su recompensa por duplicado... A veces nos sentíamos un poco mal, porque siempre hay desagradecidos que se empeñan en decir que ninguno de esos mágicos personajes existen, mentiras como que son los padres y los grandes almacenes, pero tampoco se trata de pelearse, como nuestra amiga Montseta, con uno de los alumnos mayores insiste con la cantinela de "son los padres..." ¡Pero qué pena me dan, a mis diez y pocos años, esos niños que han perdido la ilusión!

4. Los regalos nunca eran ni todos los que se habían pedido en las meticulosas cartas a los SSMM los Reyes Magos de Oriente escritas con la ayuda de los padres ni las que se enviaban al Polo Norte... Pero en ambas mañanas, la de Navidad y la de Reyes, encontrábamos paquetes primorosamente envueltos a los pies del árbol, y solo con ir desgarrando los papeles y abriendo las cajas nos ocupábamos buena parte de ambas mañanas... Yo creo que en el fondo, los otros niños del edificio nos envidiaban un poco, por tener padres "rojos" y "afrancesados"... y tener regalos ambas mañanas... y más tiempo para disfrutar con los juguetes, con las cajas y los papeles... Aunque la nuestra no era una familia muy grande, también nos dejaban regalos en la casa de los tíos, de los mejores amigos de mi madre y de otras personas, y los padres nos los daban en diferentes días, para que los disfrutásemos más... ¡Ventajas de Correo Real!

5. Una de las tradiciones más arraigadas en nuestra casa era ir a la Plaza Mayor de Madrid a comprar cada año el Árbol de Navidad... En los años setenta, se formaban colas de coches en los aledaños, con familias enteras pendientes de escoger el más alto, o el más frondoso, aunque todos sabíamos que en el fondo muchas veces eran ramas desgajadas de pinos o abetos mucho más grandes, con los falsos cepellones de arcilla envueltos por un trozo de plástico blanco o una bolsa de basura de las negras... y el único límite para el tamaño del árbol eran el maletero o la baca del coche, en nuestro caso, un Renault 6 TL blanco llamado "Copito" por el borrego de la serie "Heidi". Luego vinieron las nuevas normativas, sobre los árboles con cepellón para favorecer el replantado de los mismos, y al final terminaron imponiéndose en nuestra casa el árbol de plástico plegable y sin sorpresas...

6. Era todo un ritual, llegar a casa con el "árbol" (rama o lo que fuera) y plantarlo en el inmenso tiesto de color amarillo en plástico recio, que durante todo el año esperaba en un rincón de la terraza su quincena de gloria, con sus macizos terrones de arena seca, y que mientras celebrábamos las fiestas se engalanaba con papel albal para tener mejor aspecto. Era toda una labor de ingeniería, llevar el pesadísimo tiesto amarillo al hall de nuestra casa, retirar con unos cucharones la arena seca suficiente del tiesto para "plantar el árbol" (muchas veces sin quitarle las bolsas de plástico, pero haciendo  agujeros para que drenase el agua), y mi hermana y yo ayudábamos lo que podíamos a mi padre en esta tarea, apretando la arena lo mejor posible y ocupándonos del riego cada pocos día,s porque éramos los únicos lo bastante pequeños para arrastrarnos por debajo de las ramas bajas. Una vez plantado el árbol, llegaba la decoración del mismo, con cascadas de espumillón multicolor, riadas de luces y una gran cantidad de bolas de cristal muy antiguas, que mi padre conservaba de su infancia... y solo cuando estaba todo terminado, dejábamos entrar a mi madre y a mi abuelo en la habitación, para que admirasen nuestra obra colectiva... Con el árbol en su sitio a mediados de diciembre, inaugurábamos oficialmente la navidad...

7. Como dicen los ingleses, "Shit happens!", es decir, que a veces las mejores intenciones de renovación se ven saldadas con un fuerte fracaso... Eso es lo que pasó aquellas navidades, cuando a mi padre se le ocurrió que como el árbol no era demasiado grande, seguro que se podía sujetar con carbón de la caldera del edificio, en vez de usar tanta tierra y agua que podía terminar ensuciando el parqué... Y aguantó... al menos lo justo para que terminásemos de decorarlo con todas las guirnaldas, luces y bolas... Pero minutos después de admitir al resto de la familia en la habitación, sucedió la catástrofe: nuestro árbol, profusamente decorado, escogió ese momento para estrellarse contra el suelo, porque el carbón no era una base suficiente... cosa que averiguamos demasiado tarde, en todo caso para las bolas de navidad hacia las que mi padre guardaba un cariño tan especial... Después, mientras que mi madre y mi hermana barrían los cristalitos y despejaban el hall, me fui con mi padre a un comercio cercano, para comprar unas socorridas bolas de plástico, que desde entonces han venido prestando sus destacados servicios en casa, y nuevas guirnaldas de luces... Otro año nos quedamos sin luz por un cortocircuito, y desde entonces cogimos la costumbre de revisar las luces de un año para el otro, y así evitar problemas, antes de colocarlas...

8. La música siempre estaba presente en casa de mis padres, y en aquellas fechas, no podían faltar los villancicos, desde los más tradicionales que hablan de tambores, de peces en el río, de señoras que se peinan, de magos de Oriente... hasta otras canciones algo más "extrañas", por lo menos para algunas de las visitas, que tal vez nunca habían escuchado "Noche de Paz" en alemán, canciones típicas en francés, las poderosas voces de cantantes de ópera con los villancicos más tradicionales, y en cierta ocasión, en maorí a cargo de Kiri Te Kanawa... También había películas fetiche, y muchos años vimos "¡Qué bello es vivir!" en vez de los programas de Nochevieja... eran otros tiempos...

9. La comida, al menos en Nochebuena y en Nochevieja, alcanzaba un gran protagonismo en nuestra casa, como en otras muchas... Además de las sopas, las ensaladas, los cócteles de gambas o de langostinos, los espárragos y todo tipo de postres y de entrantes, la mayor tradición era el pavo relleno... con la receta de mi padre. Casi siempre era para Nochevieja: varios días antes recogíamos el pavo en la carnicería y se guardaba en la nevera, aunque para ello fuera necesario vaciarla en gran parte, y unas horas antes del gran evento, mi padre se quitaba la chaqueta, se arremangaba la camisa y empezaba con la mezcla de relleno, una receta secreta de carne picada, nueces, avellanas, ciruelas, hígado de pavo, coñac y mil cosas más que nunca supe... Con todo listo, y una vez cosido el pavo, mi padre se encargaba de preparar las ciruelas rellenas que hacían de guarnición, envueltas en beicon y pinchadas con palillos sobre el lomo... Dos o tres horas después, el horno había hecho sus labores, y el pavo estaba impresionante: era el momento del flambeado y de interpretar, al menos en los últimos años de reuniones familiares, el famoso "Happy Pavo to you"... Poco importaba que en aquél momento, con casi todas las superficies disponibles de la cocina rellenas de fuentes de comida apetitosa, el pavo casi pareciese menos importante en comparación, pues sabíamos que era el momento estrella de las celebraciones... y el preludio de varios días de comer sobras...

10. Eran los sentimientos que aquellas fiestas generaban en toda la familia, en toda la ciudad, lo que realmente añoro en estas fechas... Aquella inocencia de creer en la magia, de emocionarse con una de las películas navideñas, de pensar que las cosas podían cambiar para mejor, aunque fuera solamente con la lotería de Navidad o con la del Niño... El aroma a regalo recién abierto, el mejor de toda nuestra vida siguen siendo las bicicletas, que todavía conservamos... La ilusión de caminar por las calles de Madrid llenas de escaparates, de ver la vida con otros ojos, los de un niño de diez y pocos años de una familia de clase media, es lo que añoro... y al mismo tiempo lo que me apetece compartir en estas fechas... que por desgracia han perdido buena parte de su magia... Se han convertido en retales de las navidades pasadas... que hoy comparto  con vosotros...