sábado, 3 de diciembre de 2011

RETALES NAVIDEÑOS

1. Cuando yo era un niño pequeño, la Navidad, así, con Mayúsculas, era una de las fiestas más esperadas durante todo el año, con sus luces, el frío, el misterio, los regalos, la ilusión por aquellos días mágicos y esa extraña sensación de que todo podía ser posible... incluso ser un poquito más felices... Y tenía la enorme suerte de compartirlas con mi hermana y el resto de la familia, muchos de ellos desperdigados a los cuatro vientos por el paso del tiempo y las alas de la muerte... Por eso hoy me apetece volver a recordar algunas cosas de aquellos tiempos... de aquellas navidades de niños madrileños de clase media, en los años setenta y primeros de los ochenta, con la certeza de que muchas de esas cosas buenas no han cambiado con el tiempo...

2. Dos niños pequeños emboscados a los pies de árbol de navidad, en las dos noches mas mágicas del año, esperando la llegada de Papá Noel y de los Reyes Magos... Han aguantado todo lo que han podido, después de la tanda de villancicos, de la cena, incluso de haber sido arropados en las camitas por sus padres y su abuelo... Pero la operación sorpresa está en marcha: esa noche no solo se encontrarán con unos vasos de leche y unos pasteles para tan encantadores personajes, ellos estará allí... Pasan las horas, o los minutos, que a esas edades cualquiera sabe, y nadie viene... Al final, son los padres quienes los conducen de nuevo a sus camitas en mitad de la noche, con la promesa de quedarse ellos de guardia y despertarles cuando llegue San Nicolás... pero esa es una de las muchas promesas que no cumplirán durante su vida, porque al despertarse los pequeños, habrá regalos debajo del árbol... y sonrisas de los padres...

3. Nosotros teníamos suerte: de vivir en una familia que creía a pies y juntillas en Papá Noel y en los Reyes Magos, por lo que los regalos y las celebraciones se multiplicaban por dos... Eramos de los pocos niños del edificio que tenían el privilegio de vivir dos mañanas mágicas con muy pocos días de diferencia, ventajas de ir a un colegio francés donde nos educaban, entre otras cosas, con la creencia de que los buenos actos de los niños buenos tienen su recompensa por duplicado... A veces nos sentíamos un poco mal, porque siempre hay desagradecidos que se empeñan en decir que ninguno de esos mágicos personajes existen, mentiras como que son los padres y los grandes almacenes, pero tampoco se trata de pelearse, como nuestra amiga Montseta, con uno de los alumnos mayores insiste con la cantinela de "son los padres..." ¡Pero qué pena me dan, a mis diez y pocos años, esos niños que han perdido la ilusión!

4. Los regalos nunca eran ni todos los que se habían pedido en las meticulosas cartas a los SSMM los Reyes Magos de Oriente escritas con la ayuda de los padres ni las que se enviaban al Polo Norte... Pero en ambas mañanas, la de Navidad y la de Reyes, encontrábamos paquetes primorosamente envueltos a los pies del árbol, y solo con ir desgarrando los papeles y abriendo las cajas nos ocupábamos buena parte de ambas mañanas... Yo creo que en el fondo, los otros niños del edificio nos envidiaban un poco, por tener padres "rojos" y "afrancesados"... y tener regalos ambas mañanas... y más tiempo para disfrutar con los juguetes, con las cajas y los papeles... Aunque la nuestra no era una familia muy grande, también nos dejaban regalos en la casa de los tíos, de los mejores amigos de mi madre y de otras personas, y los padres nos los daban en diferentes días, para que los disfrutásemos más... ¡Ventajas de Correo Real!

5. Una de las tradiciones más arraigadas en nuestra casa era ir a la Plaza Mayor de Madrid a comprar cada año el Árbol de Navidad... En los años setenta, se formaban colas de coches en los aledaños, con familias enteras pendientes de escoger el más alto, o el más frondoso, aunque todos sabíamos que en el fondo muchas veces eran ramas desgajadas de pinos o abetos mucho más grandes, con los falsos cepellones de arcilla envueltos por un trozo de plástico blanco o una bolsa de basura de las negras... y el único límite para el tamaño del árbol eran el maletero o la baca del coche, en nuestro caso, un Renault 6 TL blanco llamado "Copito" por el borrego de la serie "Heidi". Luego vinieron las nuevas normativas, sobre los árboles con cepellón para favorecer el replantado de los mismos, y al final terminaron imponiéndose en nuestra casa el árbol de plástico plegable y sin sorpresas...

6. Era todo un ritual, llegar a casa con el "árbol" (rama o lo que fuera) y plantarlo en el inmenso tiesto de color amarillo en plástico recio, que durante todo el año esperaba en un rincón de la terraza su quincena de gloria, con sus macizos terrones de arena seca, y que mientras celebrábamos las fiestas se engalanaba con papel albal para tener mejor aspecto. Era toda una labor de ingeniería, llevar el pesadísimo tiesto amarillo al hall de nuestra casa, retirar con unos cucharones la arena seca suficiente del tiesto para "plantar el árbol" (muchas veces sin quitarle las bolsas de plástico, pero haciendo  agujeros para que drenase el agua), y mi hermana y yo ayudábamos lo que podíamos a mi padre en esta tarea, apretando la arena lo mejor posible y ocupándonos del riego cada pocos día,s porque éramos los únicos lo bastante pequeños para arrastrarnos por debajo de las ramas bajas. Una vez plantado el árbol, llegaba la decoración del mismo, con cascadas de espumillón multicolor, riadas de luces y una gran cantidad de bolas de cristal muy antiguas, que mi padre conservaba de su infancia... y solo cuando estaba todo terminado, dejábamos entrar a mi madre y a mi abuelo en la habitación, para que admirasen nuestra obra colectiva... Con el árbol en su sitio a mediados de diciembre, inaugurábamos oficialmente la navidad...

7. Como dicen los ingleses, "Shit happens!", es decir, que a veces las mejores intenciones de renovación se ven saldadas con un fuerte fracaso... Eso es lo que pasó aquellas navidades, cuando a mi padre se le ocurrió que como el árbol no era demasiado grande, seguro que se podía sujetar con carbón de la caldera del edificio, en vez de usar tanta tierra y agua que podía terminar ensuciando el parqué... Y aguantó... al menos lo justo para que terminásemos de decorarlo con todas las guirnaldas, luces y bolas... Pero minutos después de admitir al resto de la familia en la habitación, sucedió la catástrofe: nuestro árbol, profusamente decorado, escogió ese momento para estrellarse contra el suelo, porque el carbón no era una base suficiente... cosa que averiguamos demasiado tarde, en todo caso para las bolas de navidad hacia las que mi padre guardaba un cariño tan especial... Después, mientras que mi madre y mi hermana barrían los cristalitos y despejaban el hall, me fui con mi padre a un comercio cercano, para comprar unas socorridas bolas de plástico, que desde entonces han venido prestando sus destacados servicios en casa, y nuevas guirnaldas de luces... Otro año nos quedamos sin luz por un cortocircuito, y desde entonces cogimos la costumbre de revisar las luces de un año para el otro, y así evitar problemas, antes de colocarlas...

8. La música siempre estaba presente en casa de mis padres, y en aquellas fechas, no podían faltar los villancicos, desde los más tradicionales que hablan de tambores, de peces en el río, de señoras que se peinan, de magos de Oriente... hasta otras canciones algo más "extrañas", por lo menos para algunas de las visitas, que tal vez nunca habían escuchado "Noche de Paz" en alemán, canciones típicas en francés, las poderosas voces de cantantes de ópera con los villancicos más tradicionales, y en cierta ocasión, en maorí a cargo de Kiri Te Kanawa... También había películas fetiche, y muchos años vimos "¡Qué bello es vivir!" en vez de los programas de Nochevieja... eran otros tiempos...

9. La comida, al menos en Nochebuena y en Nochevieja, alcanzaba un gran protagonismo en nuestra casa, como en otras muchas... Además de las sopas, las ensaladas, los cócteles de gambas o de langostinos, los espárragos y todo tipo de postres y de entrantes, la mayor tradición era el pavo relleno... con la receta de mi padre. Casi siempre era para Nochevieja: varios días antes recogíamos el pavo en la carnicería y se guardaba en la nevera, aunque para ello fuera necesario vaciarla en gran parte, y unas horas antes del gran evento, mi padre se quitaba la chaqueta, se arremangaba la camisa y empezaba con la mezcla de relleno, una receta secreta de carne picada, nueces, avellanas, ciruelas, hígado de pavo, coñac y mil cosas más que nunca supe... Con todo listo, y una vez cosido el pavo, mi padre se encargaba de preparar las ciruelas rellenas que hacían de guarnición, envueltas en beicon y pinchadas con palillos sobre el lomo... Dos o tres horas después, el horno había hecho sus labores, y el pavo estaba impresionante: era el momento del flambeado y de interpretar, al menos en los últimos años de reuniones familiares, el famoso "Happy Pavo to you"... Poco importaba que en aquél momento, con casi todas las superficies disponibles de la cocina rellenas de fuentes de comida apetitosa, el pavo casi pareciese menos importante en comparación, pues sabíamos que era el momento estrella de las celebraciones... y el preludio de varios días de comer sobras...

10. Eran los sentimientos que aquellas fiestas generaban en toda la familia, en toda la ciudad, lo que realmente añoro en estas fechas... Aquella inocencia de creer en la magia, de emocionarse con una de las películas navideñas, de pensar que las cosas podían cambiar para mejor, aunque fuera solamente con la lotería de Navidad o con la del Niño... El aroma a regalo recién abierto, el mejor de toda nuestra vida siguen siendo las bicicletas, que todavía conservamos... La ilusión de caminar por las calles de Madrid llenas de escaparates, de ver la vida con otros ojos, los de un niño de diez y pocos años de una familia de clase media, es lo que añoro... y al mismo tiempo lo que me apetece compartir en estas fechas... que por desgracia han perdido buena parte de su magia... Se han convertido en retales de las navidades pasadas... que hoy comparto  con vosotros...




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