Amarte es sencillo, me basta con tu recuerdo...
Dos años, tres meses y seis días de condena, sin tu sonrisa, sin tu presencia, sin tu risa, sin tí... aquellos lejanos momentos, minutos apenas en verdad, cuando lo mejor de todo el día era llegar al trabajo, levantabas la cabeza, y tras una cascada de cabello rubio dorado, vislumbraba tus ojos, grandes, profundos, azul verdoso, o verde azulado, soñadores, inmensos... Me mirabas, y por esos primeros segundos, intuía cómo sería la tarde: cuando en ellos imperaba la alegría, la fuerza inundaba mis venas; si estabas soñadora, la melancolía me acompañaba un rato; si transmitían cansancio, me arrastraba por las horas muertas; si la ternura los iluminaba, me acompañaban los celos; cuando apareció la profunda tristeza, quise matar por tí; en varias ocasiones, en ellos ví la ira, y temblaron mis huesos...
Fue la típica historia de amor sin amor, de pasión sin contacto: yo era el vigilante, tú la recepcionista, de una cadena de televisión, siempre juntos, de lunes a viernes, pero solamente durante media hora, y después, cuanto te marchabas con una última sonrisa, quedaban ante mí mil ciento setenta segundos, para recordarte...
Según me acercaba a tí, mis ojos seguían paseando por tu cuerpo: resbalando por la tersura de tu frente como sobre nieve recién caída, sorteaban tus cejas perfiladas, y acariciando suavemente tus mejillas, tomaban carrerilla, para propulsarme desde tu hermosa naricita, y aterrizar en tus hermosos, turgentes labios, casi nunca pintados... ¡Cuantas veces tuve ganas de besarlos, de rozarlos, de adorarlos, y no me refiero solamente a la última vez que nos vimos! ¡Cuantas veces imaginé su sabor, tu sabor, tu aliento afrutado!
Mis ojos seguían bajando, deslizandose por tu largo y fino cuello, resbalo por tus clavículas, y me proyecto hacia tus hombros, desde allí, ante mí se abren tres caminos, cada uno con sus peligros: si recorro la curva de tus brazos, fuertes, firmes, suaves y tersos, llego a tus muñecas, y entrelazo la mirada con tus dedos, acariciandolos...
El segundo camino me lleva al valle entre tus pequeños senos, en la espléndida madurez de tus veintipocos años, intento imaginar lo que se siente al recorrerlos, no con la mirada, sino con un lánguido dedo, piel contra piel, o con los labios...
El tercer camino me conduce hacia tu espalda, me lanzo desde tus clavículas, y aterrizo en tus omoplatos, voy haciendo eslalom entre las vértebras de tu columna, mientras sigo bajando, y pienso en chocolate templado...
Dando un salto de fé, aterrizo en tu ombligo, y me refugio un poquito, protegido por el recuerdo de la entrada en la vida, descanso...
Resbalo hacia tus caderas, una vez más, dudo entre dos caminos, y tomando carrerilla, trazo arabescos sobre tus firmes nalgas, rodeo tu cintura, para continuar después el descenso por tus piernas de gacela, fuertes, prácticas, entrenadas, listas para responder a la primera orden... ¿De quién huyes cuando corres, hacia dónde te dirijes, qué buscas?
Termino el paseo entre los dedos de tus pies, tan pequeños, y remonto el vuelo, directo a tus labios, para robarte un beso...
Pronto hará dos años, tres meses y siete días que te fuiste, que se terminó el sueño... Solamente me quedan algunos recuerdos fugaces, que matará el tiempo, un par de fotos que se han marchitado, de tanto buscar en ellas la sonrisa de tus ojos hechiceros, el fantasma de tu risa, y el aroma a Nenuco en tu cuello...
No hay amor más hermoso, más dulce, más apetecible, que aquél que nunca se ha vivido, que jamás se ha realizado, porque entonces no ha sido mancillado por la realidad... y se convierte en el reflejo de un sueño otoñal, en un recuerdo que te persigue entre la vigilia y el sueño...
Ama, enamórate una y mil veces, sueña, vive, arriesgate... que nunca te puedan acusar, en el último momento, de no haber amado lo suficiente...
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