miércoles, 11 de abril de 2012

LAS VOCES DE LA CIUDAD....

Las ciudades suelen generar mucho ruido. Calles en las que se siente una especie de hervor acústico en el aire. Gente que se hace notar tocando el claxon del coche, chillando, silbando, parloteando solos o con el teléfono móvil, que se ríe, se lamenta o da voces. El ruido es como una masilla social, codificada en forma de cacofonía.



Guitarristas, cantantes callejeros, saxofonistas a las puertas de los edificios o en los túneles del metro, mendigos y pedigüeños exhibiendo sus penas y sus miserias con voz entrecortada, voces surgidas de los vanos de las puertas o frente a las entidades bancarias, chatarreros, afiladores, tapiceros, los últimos voceadores en la gran ciudad… Las campanas de las iglesias tocando el Àngelus o llamando a misa de difuntos…



Pero no están solos en este desparejado concierto de humanidad doliente. Las cornejas expresan su malestar con sus graznidos indignados; los perros ladran a los coches o a sus amos humanos, o simplemente aullan en su soledad… El eco de las maquinarias de construcción, de los martillos neumáticos, el golpeteo del metal contra el metal.



Ruidos inesperados, familiares, halagüeños, estridentes, agudos, oscuros, enigmáticos; ruidos que se inflaman y decaen, que se aproximan o se alejan; algunos que ascienden como un gas hacia las alturas, y otros que golpean el estómago y el tímpano… El rumor de fondo del tráfico: el petulante bajo-barítono de las pesadas limusinas en franca disputa con los gruñidos de las motos; el timbre de los ciclistas y los claxonazos de los taxis; contra el despotismo de los automóviles deportivos, de las emperifolladas motocicletas, el apremiante “¡Apártate a un lado!” de los autobuses… Puertas de coches que se abren y se cierran sobre riadas de viajeros, devolviéndolos al mundo desde el protector útero de los coches oficiales…



La música de las tiendas y de las “boutiques” que intentan atraer con reclamos de sirenas a los paseantes, convirtiéndoles en clientes potenciales. Los conciertos de pasos que van y vienen en las calles peatonales; pasos que deambulan, que arrastran los pies, de tacones que repican en las aceras, que arrastran los pies, que se pavonean desde inverosímiles plataformas, que llevan prisa; y el cielo vibrante de los truenos de las lejanas turbinas de aviones; y la gran ciudad resonando a todas horas como una gran campana…


Ruidos, siempre hay ruidos en la gran ciudad... que nunca descansa, pues la noche tiene su propio lenguaje, de puertas de locales que se abren y se cierran, vomitando en el aire de la noche ráfagas de música que malean a los vecinos y no les dejan dormir; las voces de los fumadores que comparten un cigarrillo al fresco; las sirenas de los vehículos de emergencia, rara es la noche en la que no se escucha el lastimero aullido de una ambulancia en su viaje sin retorno o los alaridos de un coche de bomberos rodando a toda velocidad hacia el peligro o las agudas sirenas de los coches de la policía... Sonidos de pasos, de tacones altos en las calles semi-desiertas; las voces de los borrachos se mezclan con la muda súplica de los mendigos que conjuran el sueño en los soportales de las iglesias o en los cajeros automáticos... Los roncos estertores del metro a través de las rejillas de respiración y el agudo silbido de los cables del tranvía azotados por el viento, que casi nunca deja de sonar en las hojas de los àrboles y hace ondear las deshilachadas banderas de países que a nadie importan...



Los sonidos de mi ciudad… que nunca duerme...