lunes, 1 de marzo de 2010

EL NADADOR Y LA FE


Yo nado, lentamente, estirando mi cuerpo contra la superficie de mi alma, intento olvidar el miedo que me agobia, y mis brazos se estiran, y mi corazón bate... y yo respiro... Nadar, en el fondo, es una cuestión de fé, una fórmula matemática o física, para explicar que es poco probable el que te dé un calambre, y te ahogues en el agua dulce, salada o clorada...




Pero nadar es al mismo tiempo una metáfora, es hacerle frente a un miedo atávico, perder el control de mi vida, de mi entorno, y dejarme llevar hacia lo desconocido... Es admitir, al mismo tiempo, la existencia de una certidumbre, de un miedo irracional, pues al conocer al enemigo, puedo de alguna manera plantarle cara, y luchar...




Cuando nado, sobre todo por la noche, lejos de las luces de la costa, pierdo toda referencia al alejarme de la orilla... o si me interno en el lago... cuando es toy solo, y mi cuerpo se estira para vencer el miedo, y el frío... Estoy temblando, por el miedo, los nervios, y el esfuerzo... pero me sigo alejando de la seguridad, de las convicciones, y tengo que hacerle frente a mi alma... pues eso es justamente lo que esperan de mí, el único hombre de la familia...




Por eso nado, como si quisiera escapar del presente, del pasado, del futuro... y pienso solamente en la próxima brazada, en batir las piernas, en combatir todos y cada uno de los gestos en los que se traduce el temor... Para mí, es una forma de demostrar el valor... Y me basta con un pequeño esfuerzo de la voluntad, para olvidar que estoy en una piscina cubierta, nadando en manada, con los ojos cerrados, y sumido en el pasado...



No soy un mal nadador, aprendí hace muchos años, y no deja de ser una prueba de la fé que debo mostrar al meterme en el agua, porque odio esa sensación de perder el control, de tener que depositar mi confianza en algo tan traicionero como el agua... Cosa curiosa, me encanta bucear, con las gafas de natación, y las lentillas, pues aunque siga sin tener el control sobre mi destino, al menos veo hacia donde me dirijo...



La realidad me atrapa de nuevo en sus redes, y los grititos de los otros humanos, la alegría de los adolescentes y de los niños, los juegos un poco salvajes tapizan la inmesa piscina con sus voces... El calor del agua, el olor a lejía y disolvente, a sudor y a humanidad reconcentrada, son al mismo tiempo mi referencia espacial y temporal, al mismo tiempo que el cansancio que siento en las piernas, en los brazos, y en mis pulmones, que aúllan por una bocanada de aire...



Nadar es, sobre todo, una cuestión de voluntad, de disciplina, hace más de una hora que estoy nadando, y todo mi cuerpo quiere despedirse del agua, de la metáfora, del miedo, de la soledad, de la tristeza... Cien metros más, y habré terminado, pero cuento cada brazada, que me aproxima a mi meta, al final de esta sesión, de esta terapia, en la cual me enfrento al peor de mis miedos...



No hay tiburones en una piscina cubierta, ni asesinos, ni criaturas extrañas, ni medusas, ni seres que habitan en las profundidades, o en los pantanos... Solamente el miedo a alcanzar los límites de la flotabilidad, y el cansancio extremo... Nadar, es para mí una cuestión de fé, el ceder temporalmente el control de mi cuerpo a las leyes de la naturaleza... Y por eso, cuando alcanzo la orilla, me estiro como un gato, y me sacudo el agua de encima, como después de un mal sueño...

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