Entre mis sabores favoritos, la miel, la de verdad, la recién extraída de la colmena, la que te compras en tarros a granel directamente del apicultor, esa que se licúa en verano, pareciendo casi un jarabe, pero al mismo tiempo, la que se condensa tanto en invierno, que no es posible servirte una cucharada con el café... Si la mezclo con media barra de pan, tiene el sabor de la merienda en campamento de verano en la adolescencia, o el típico desayuno de domingo, con el pan tostado, el zumo de naranja recién exprimida y el café con leche... Si la pongo sobre las fresas, no sé, es un sentimiento más bien romántico, un buen postre con tu pareja a la luz de las velas... Y no puedo evitar el pensar en labios... La miel, es sin duda el sabor de la felicidad...
Huevos fritos con patatas: ese ha sido, durante muchísimos años, el "menú turístico", era casi lo único que comía cuando hacía turismo con la familia... Siendo muy pequeño, nunca me dejaban ver la carta, porque realmente no era necesario... Mi padre era un apasionado conductor, y le gustaba muchísimo viajar por España: creo que nos dejamos muy pocos castillos por visitar en Castilla y León, y su concepto ideal de las vacaciones era un sitio donde se pudieran combinar el relax y el turismo... Como aquellos quince días en Galicia, cuando recorrimos más de 2.000 kilómetros, y por la tarde nos daba tiempo de bañarnos... Por supuesto, en aquél viaje, y en otros muchos, no comí solamente huevos fritos con patatas...
El miedo sabe a las típicas nauseas que te dan minutos antes de vomitar... sabe a resaca de alcohol y de tabaco, tras una larga noche de juerga, casi hasta el amanecer... tiene un extraño gusto metálico, cobrizo... y cuando realmente estamos hablando de terror, siempre me viene a la memoria el sabor del metal oxidado... sobre todo, es la impresión de estar masticando arena, ese fino polvillo que viene del desierto, se mete entre tus ropas, debajo de las uñas, y lo conozco bien, pues he viajado por numerosos desiertos... La garganta se me queda tan seca que no puedo ni tragar ni respirar...
La pasión, la lujuria si quieres, tiene para mí el sabor del chocolate negro, puro, intenso... aunque en algunas ocasiones es como un suculento bombón relleno, de esos que vienen en cajas doradas con grabados, y que se presentan ante tus ojos sobre un lecho de papel exquisito... Cuanto más caro es el bombón, menor es la cantidad que te venden... Se me ocurren pocas cosas más excitantes que un cuerpo, al menos un torso, perfectamente depilado y lavado, para luego curbrirlo de chocolate tibio, y que luego, aquella voz amada te diga: "lámeme..." Se puede hacer lo mismo con confitura de fresas o de arándanos, la versión "cutre" se hace con Nocilla, con nata montada... pero yo sigo siendo un fan del cacao... Aunque tengo entendido que en ciertos restaurantes orientales, los invitados comen una selección de platos de sushi que han sido servidos directamente sobre una señorita casi desnuda...
Un poco por todos aquellos amigos que me he ido encontrando en mi deambular, es el café, pero el de verdad, de cafetera italiana de andar por casa, o de cafetería, lo que más asocio con la noción de amistad: junto a ese olor tan especial de bayas maduradas en países lejanos, como Zambia, Hawai, Costa de Marfil, y que afortunadamente desde hace varios años se pueden conseguir en determinadas tiendas muy especializadas, o algunos comercios de toda la vida, me vienen recuerdos algo difusos, de personas especiales... Aunque de una gran amiga, lo que más recuerdo son los aperitivos a media mañana en la cafetería de la facultad, esos tremendos pinchos de tortilla con mayonesa de bote, alguna cervecita y algún Martini blanco... tiempos muy lejanos...
Si pienso en hacer frente a los problemas, sobre todo en aquellos que más me cuesta encontrar una solución, la boca se me llena del regusto a agua más o menos tibia, más o menos sucia, que con un poco de suerte, se termina mezclando con el harinoso contraste de una manzana... Supongo que muchos de nosotros habéis jugado a pescar una manzana de un barril sin usar las manos, y que luego era un triunfo, un portento de distensión mandibular, lo que os permitía obtener el ansiado premio... que no era tanto la dichosa manzana, como el no quedar en ridículo delante de vuestros compañeros de clase y amigos...
Pero el fracaso total, el más absoluto, el de haber llegado hasta el límite de tus fuerzas, para descubrir que ya no te quedaban, que estabas viviendo de la reserva, que no aguantas más una determinada situación... también me sabe a agua, clorada, demasiado clorada, compartida por al menos dos institutos, tíbia y repugnante al paladar... Cuando un profesor de natación se empeña en llevarte al máximo, que todos nademos los diez o doce largos, además en contrareloj, y que hasta que no termine el último ("por Dios, que no sea yo", piensas mientras sacas la cabeza del agua), los demás no pueden irse a cambiar... Creo que fue en aquellos largos años cuando empecé a odiar las piscinas...
Curiosamente, es el té, sobre todo el Earl Grey, el sabor que acompaña al estudio, a las interminables noches de trabajo en una plataforma de atención al asegurado (más de tres años), y luego, las repetitivas guardias en un edificio desierto... Cuando ni los paseos ni el ejercicio te ayudan a evitar el sueño, y optas por meter la cabeza debajo del grifo para conjurar el sueño... También es un sabor que me recuerda los momentos de relax, pues en los demás trabajos, siempre que he podido, me he llevado la jarra de té, y una buena provisión de bolsitas... y de azúcar...
¿Y las fiestas? ¿La Navidad, los Reyes? Ellos también se distinguen por una mezcla de sabores especiales, el del buen cava, el turrón, el roscón de reyes y, sobre todo, ese chocolate a la taza que mi madre hacía todos los años en casa... Desde que murió mi padre, creo que ese conjunto de sabores se ha reproducido muy pocas veces... Y nada tiene que ver, esta reunión de cuatro gatos mal contados, con aquellos lejanos tiempos donde incluso se ponía una mesa para los niños aparte, y entre primos, amigos de mis padres, algo de familia, eramos veinte, el día de Reyes...
Estos son algunos de los sabores de mi vida... pero que no estarían completos sin mencionar otra de mis grandes pasiones: el cine... El de verano, ese que compartes con una buena cantidad de mosquitos, innumerables críos chillones, con las corrientes de aire que te desconcentran en mitad de la película, las sesiones de mis recuerdos más felices, definitivamente saben a bocata de pan de barra, con chorizo frito bien caliente, o con salchichas blancas o rojas, un par de botellas de agua, y por supuesto, las pipas, cuyas cáscaras o te molestas en guardarlas en una bolsa extra, o las terminas tirando al suelo... Durante el resto del año, a no ser que acuda a una de las pocas salas en Madrid donde no dejan comer nada, casi siempre termino comprando una bolsa de palomitas, más que nada como precaución contra vecinos potencialmente ruidosos...
Por supuesto, falta un penúltimo sabor... la Libertad... Es algo dulce, afrutado, con cierta sorpresa en el interior, ese frescor agridulce... Es un jugoso racimo de uvas negras, bien maduras, incluso con pequeñas picaduras de las avispas, que te llena la garganta de esa sinfonía de pequeños toquecitos que hacen que cada una de ellas sea única... De tí depende, como siempre, el añadirle el pequeño amargor suplementario de los pipos, que yo prefiero evitar...
No, tampoco te he hablado, querido lector, del mayor, del más importante de los sentimientos, del que realmente marca la diferencia, ente una vida solitaria y otra plena, el que más une a las personas, pero que al mismo tiempo más nos hace sufrir... el Amor, ese sentimiento dual, que cuando se alcanza y se realiza puede tener el sabor de los labios de la persona amada... y cuando no se consigue, se tiñe de salobre por las lágrimas...
Ahora es tu turno, si quieres: elabora tu lista de sentimientos y de sabores o de personas, bucea en tus recuerdos para localizarlos, intenta ser lo más sincero que puedas contigo mismo... Y tal vez te sorprendan los resultados...
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