lunes, 1 de marzo de 2010

DOS MUERTES... TAN DISTINTAS



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Siempre me ha gustado el negro, el color del duelo en nuestra sociedad, en nuestro pedacito del planeta... Es el símbolo de la muerte, poco importa que se manifieste con el brazalete o la corbata para los hombres, o con el sombrerito o el velo para la mujer... Aunque tengamos que celebrar que ya no es algo obligatorio para los niños, como si fuera un viejo uniforme hecho de tristezas, que les impediría jugar, reír, vivir... Pocas cosas se me ocurren que ver a un niño vestido de adulto, con el luto riguroso...






Solamente en algunas zonas de España, los cuervos salen en procesión de la iglesia, para presentar sus respetos a la familia, con el besamanos incluído... Como si de alguna manera ese gesto, ese ritual, pudiera ayudar a la familia, a mitigar el dolor, tantos pequeños gestos, tantas palabras, tantos signos de respeto... Hasta la fecha, solamente he vivido una muerte en la familia de mi mujer, en un pequeño pueblo de Extremadura, y no he podido olvidarla...




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Es el silencio lo que más te sorprende, al principio... Nadie habla, los sollozos de las numerosas mujeres de la familia suben en sordina... y el cadaver, completamente destruido, ese hombre que durante los últimos años de su vida se ha dedicado por completo a olvidar, y hacer olvidar, y eliminar los pecados y los fallos, parece que nos está mirando desde su cama, vestido con su mejor traje, afeitado con mimo, perfumado...


Es imposible no verle, subes tres pequeños escalones, y a la izquierda, en el pasillo, se encuentra el dormitorio principal, con su cama de matrimonio, que nunca más volverá a estar llena; a la derecha, el pequeño salón, con la mesa camilla, su estufa, su brasero de picón... El resto de la casa parece no existir, pero todavía queda un segundo dormitorio a la izquierda, y de frente, el cuarto de baño, y a la derecha, la gran cocina... Demasiados llantos, demasiada tristeza... Sobre todo, se trata de no dejar sola a la viuda, a sus niños, a la familia, ni siquiera frente a la muerte... Aquellos son los recuerdos de una noche tan extraña, que parece detenida en el tiempo...





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La viuda y sus hijos han tomado el control del cuerpo, y con la ayuda de varias vecinas, que lo han hecho no sé muy si como último servicio al difunto, o para compartir un poco el dolor... pero yo habría prescindido, sin mayor problema, de todos los pequeños detalles macabros, de la putrefacción del cuerpo, de los gases, del murmullo sordo y amenazador que emana de su vientre, de la técnica usada para sellar todos los orificios corporales, que tanto interés parece tener la viuda en compartir con cualquiera que esté cerca...





Y yo, el novio de la sobrina, que aún llevando casi tres años en la familia, todavía me siguen preguntando "¿Y tú de quién eres?"... Aquél fin de semana, nos habíamos ido al pueblo, y a las tres de la madrugada, suena el teléfono... y nos teletransportamos a otra dimensión... Y allí estamos, en medio de una extraña ceremonia macabra, dentro de una casa tan llena de gente, que para encontrar un poco de paz, debo entrar en la habitación del matrimonio, que durante unas cuantas horas será la del muerto, para presentarle mis respetos, y recordarle que ha tenido mucha suerte de morir así, en su casa, con su mujer, y con la menor de sus hijas...




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Del resto de la noche, no recuerdo gran cosa, solamente nuestra pequeña conversación: es muy fácil hablar con un muerto, todo le parece bien... Por eso, le repetí aquellas palabras que en el fondo llevaban mucho tiempo luchando por salir de mi corazón: "Has tenido mucha suerte... Después de una cena demasiado abundante, te has sentido mal, y has mandado llamar a Martha, tu hija pequeña, y la has podido ver una última vez, antes de morir... Es cierto, el resto de tu familia ha llegado demasiado tarde, pero no estarán solos ni un minuto, y entre todos los amigos, y tus conocidos, y tus clientes, al menos durante el duelo, no le faltará de nada a tu viuda... Y también puedes sentir el respeto, el amor, de tu pueblo, que rápidamente ha olvidado las malas acciones de tu pasado, cuando no bebías leche de cabra, de vaca, o de oveja, sino demasiados vasos de alcohol... Todo olvidado, al cambiar tú, porque un pueblo pequeño como éste, suele estar dispuesto al perdón... y más aún con la muerte..."




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El día siguiente, sin haber dormido demasiado, regresamos a la casa de la viuda... Se diría que los amigos se han estado relevando durante la noche, como si se tratase de una vigilia pascual, para no abandonarla en ningún momento... aunque tanbién la hayan privado del sueño... Así son las cosas en un pueblo pequeño como el de mi mujer, en el cual todo el mundo se conoce, y continúa así hasta el funeral, que se celebrará por la tarde: los amigos y deudos traen mil platos de comida, bebidas, patatas fritas, tortillas de patatas, crocretas, boquerones... y, para honrar al muerto, litros y litros de leche de cabra, de oveja, de vaca... aquella mañana, muchos de nosotros brindamos con leche...





Por la tarde, el cuerpo es exhibido, dentro de su ataúd, en el coro de la Parroquia del Cristo, y se diría que todo el pueblo desfila delante de la familia, decenas de personas, y por ser el novio de su sobrina favorita, es como si me volviera su "Huomo di fiducia", su representante dentro de la Familia (en el sentido Padrino de la expresión), y creo que jamás he estrechado tantas manos, recibido tantos pésames, olido tantos perfumes... Incluso juraría que varias personas han dado la vuelta varias veces, tal vez para comprobar que todo estaba bien...




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Lentamente, la Iglesia se vacía, después de una hora y media de procesión, durante la cual me encargo, sobre todo, de sostener la mano de mi novia, de consolarla como puedo, pero sin rebasar los límites de la tradición, del buen gusto y de la etiqueta, ni un triste beso puedo darle, y mucho menos un abrazo... Y, para cambiar un poco la perspectiva, comienzo a mirar solamente las manos de los hombres y de las mujeres, a clasificar los perfumes por sus ingredientes (no soporto los que huelen a pachuli ni a vainilla, pero me gustan los afrutados...). Estoy harto de todo este espectáculo, de tanta exhaltación de la muerte, de la piedad cristiana, de los remordimientos...





Veinticuatro horas y pico después de la muerte, y habiendo exhibido el cuerpo delante de la pequeña y de la gran sociedad, de la élite y de la plebe, llega por fin el entierro, entre nuevas manifestaciones de luto, llantos incontrolados, rosas, margaritas, manifestaciones de la tristeza, de la solidaridad, con las típicas frases "Era tan bueno, el pobre..." Y yo, que estaba realmente harto de tanto paripé, tengo la impresión de verlo junto al nicho, con su tres piezas, su corbata, con la cara esbozando una sonrisa canalla, muy Jose Antonio ("el pintor")... y tan tremendamente feliz con sus funerales...




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El segundo difunto, mi padre, difícilmente podría haber tenido una muerte más dura, y más distinta... Con la salud arrasada por un cáncer, con una bomba de morfina... Vestido solamente con una bata como las de un hospital... Una de sus últimas noches en la tierra, la pasé sosteniendole la mano, pidiéndole que se rindiera, que descansase, porque su tiempo ya se estaba terminando... Mientras varias velas perfumadas (de rosas, de jazmín...) intentaban combatir el hedor de su respiración, cargado de muerte, de desesperación, de dolor, y de locura...





El electricista fue el primero en certificar la muerte ("Señora, su esposo no respira..." o algo por el estilo), y se lo dijo a mi madre, que estaba preparando algo de comer en la cocina... Aquél lunes de noviembre, el mismo día que comenté en el Instituto la situación, fue precisamente cuando decidió rendirse... Mi padre, siempre tan coqueto, tan preocupado por las apariencias, por su aspecto... salió de su casa dentro de una bolsa de plástico, sobre una camilla... Nosotros fuimos al tanatorio, para realizar todas las gestiones pertinentes... Y, al final, comer un poco, y descansar... y olvidar su rostro desencajado, tan parecido al de cualquier faraón del Bajo Imperio, pero tan carente de cualquier adorno u oropel, que tuvimos que pedirle a los empleados que se lo taparan con una pieza de lino...




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No, nadie se quedó en el tanatorio a velar a mi padre... Ya habían sido demasiadas las noches sin sueño durante la última etapa de su enfermedad... Se quedó solo, con sus fantasmas, sus tristezas, sus ideas sin sentido, separado del mundo por una gruesa lámina de cristal... Estaba tan demacrado, tan consumido por la enfermedad, y por el sufrimiento, que nadie pudo despedirse de él, ni siquiera yo... En el fondo, solamente comprendí que aquél era el final de la pesadilla de mi madre, cuando fui incapaz de llamar al periódico para gestionar la publicación de su esquela, me quedé sin voz, realmente fue demasiado para mí... y mi corazón se fisuró una vez más...





Nos pasamos la mañana completa saludando a demasiadas personas a quienes solamente había visto en otros funerales de la familia, escuchando los inevitables comentarios de conmiseración, recibiendo el pésame de personas que no recordaba, evaluando si el tiempo había tratado bien o mal a ciertos parientes, fijándome mucho en la ropa que llevaban... Cuando en realidad, lo único que lamentaba era que mi padre no hubiera muerto antes, para haber disminuído la tasa de sufrimiento de mi madre... y también el suyo, porque él era mi padre, aunque no mi modelo, y siempre estaría en deuda por la mitad de mi herencia genética...




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Dos muertes en la familia, dos maneras muy distintas de hacerle frente, pero también, de hacerle frente a la vida, de respetar las leyes de la medicina y del sentido común, o de olvidarlas... La diferencia se encontraba más allá de las profesiones, el tío de mi mujer era pintor de brocha gorda, mi padre era médico, y estoy convencido de que los dos actuaron de la mejor manera... Y sin embargo, siempre consideraré que mi padre utilizó aquél cáncer, que le pronosticaron seis años antes de su muerte, como un arma, contra sí-mismo, y contra todos los que le querían...





Mi mujer, y yo mismo, seguimos pensando de esa manera, después del duelo, y de la reconstrucción, y del balance... Es muy duro pensar que la muerte puede establecer tantas diferencias... Pues solamente en las peores pesadillas, me acuerdo de mi padre, en el momento de su muerte, y su espíritu no descansa, ahora ni nunca, preso entre las garras del dolor que él mismo escogió... Por eso, sigo pensando que mi tío político "ganó" en esta triste competición mortal....






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