jueves, 17 de junio de 2010

EL ASEDIO


Una sola palabra resuena entre las paredes de mi pecho, rebotando contra mi corazón...El pobre, viejo y cansado, curtido en mil triunfales derrotas, está construyendo a toda prisa una fortaleza, una torre, un nuevo muro...No, no es algo digno de ver, ni mucho menos bonito... pero se trata de la última defensa posible frente a un enemigo inclemente, que ha llegado demasiado lejos...


La mampostería es basta, zafia, no en vano está formado por esperanzas rotas, promesas incumplidas, ilusiones adolescentes (y no tan adolescentes), sueños imposibles, derrotas absurdas, falsas esperanzas... Incluso una vieja e irreconciliable enemiga intenta echar una mano, la sacrosanta Razón... y contribuye con sabios consejos, doctas sentencias, sabidurías populares, miedos ancestrales...


Pero da igual... Pese a tantos años de preparación, tanta paciencia, tanta espera, incluso los viejos trucos de siempre, el trabajo, la lectura o la maqueta del Titanic (que yace sepultada por toneladas de fría indiferencia... y algo de polvo fino) y otros remedios tradicionales, como largas horas de sueño, solitarios paseos al atardecer, ver una película, se revelan patéticamente ineficaces...
La batalla está casi perdida, Razón y corazón comprenden que los patéticos restos de las fortificaciones tardarán poco en caer... Que ya no queda nada con lo que luchar... Que la batalla está perdida: ha durado demasiado tiempo, el desgaste ha sido constante, el enemigo implacable, y la estrategia perfecta y eficaz... Aquí no hay orcos, ni medianos o elfos que protejan la última torre, el séptimo de caballería llegará otra vez con retraso, la Brigada Ligera ha cargado hace mil años contra el enemigo... y ni siquiera Rommel con todo el Africa Corps puede ya salvarte...
Y las cornetas del adversario, del vencedor, claman al viento su inminente victoria, repitiendo una y otra vez la misma palabra, aquél sonido que se ha estrellado con retumbante fuerza contra la razón, el corazón, la fe, el sentido común, la lógica, los prejuicios... durante largos días e interminables noches...
Terminará pues el asedio, y perderé otra vez la batalla, y volveré a sentir, a amar, a ilusionarme, a soñar con los ojos despiertos, a estremecerme con el sonido de tu voz, a recordar el tacto de tus dedos, a imaginar el sabor de tus labios, a seguir las cicatrices de tu cuerpo, a conocerlas tanto como las de tu alma... Y todo ello, por la repetición de una sola palabra...
Tu nombre...

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