jueves, 24 de junio de 2010

AMORES QUE MATAN


Después de buscarte por medio mundo, y de haber perdido la esperanza de encontrar mi medio melocotón (nunca me han entusiasmado las naranjas), de pensar que mi destino sería el del Holandés Errante, y bastante harto de miles de desengaños amorosos; cuando ya pensaba que terminaría como tantos solteros desesperados, adictos a las teletiendas y con toda la casa repleta de mil cachivaches prescindibles; en aquél momento que me empezaban a llamar poderosamente la atención los anuncios de empresas de "relaciones personales", pero dentro de un ámbito profesional; cuando incluso los amigos se estaban hartando de proporcionarme citas a ciegas con todo bicho con faldas y buen aspecto (incluyendo un travesti "de muy buen ver", como decía La Trinca); en el momento preciso para que ni tan siquiera la idea del sexo plástico me pareciera extraña (es decir, mediante el pago con tarjeta)... me encontraste...


En medio de la multitud, durante uno de mis habituales paseos por el Jardín Tropical de la Estación de Atocha, de repente noté que me daban un pequeño tirón en la manga de la camisa... Me di la vuelta, intrigado... Y allí estabas tú... Tan frágil, tan pequeña, tan vulnerable en apariencia (más tarde pude comprobar que era solo en apariencia), que entre mis instintos se desató una batalla a muerte... Un rápido vistazo, el tiempo de un parpadeo, y comprendí que incluso mi alma te pertenecía...


Sí, es cierto, antes había escuchado a los demás hablar de las almas gemelas, de personas que sin saber muy bien cómo, tienen la impresión de conocerse desde los principios del tiempo, que sin haber cruzado una sola palabra, han alcanzado y han vuelto del mismo Sol, encarnado, o quizás anegado, en los ojos de otra persona... Esa impresión de que el mundo entero se ha parado durante unos instantes, que el tiempo no tiene ningún sentido, toda la gente parece fluir como el agua, y ni siquiera la agresiva megafonía puede ya herir tus oídos... Porque al final, lo sabes, tienes la certeza absoluta, de haberla encontrado...


Ni siquiera te dejé hablar, porque de todas formas, comprendí que las palabras sobraban, y que tú estabas sintiendo lo mismo, miles de mariposas en el estómago, la electricidad que recorre todo tu cuerpo... por lo que simplemente te atraje hacia mi pecho, y con los ojos medio cerrados, te besé en los labios...


Lo siguiente que recuerdo... fue despertarme en el hospital... Resultó que tras tu fachada de adolescente angelical se escondía una tremenda karateka, que con dos patadas voladoras al pecho y un hermoso puñetazo en la glotis, me dejó completamente noqueado... Sí, es cierto, luego me dijiste que me habías confundido con otra persona (ya sabía que mi clon malvado me acabaría jugando una mala pasada...), pero comprenderás perfectamente la ambivalencia de mis sentimientos hacia ti, cuando te veo entrar en la habitación del hospital, con la mirada algo arrepentida...


Sí, amor mío... Estoy loco por tus huesos... Me fascina tu forma de mirarme, de caminar hacia la cama, de inclinarte sobre mí para darme un beso en los labios (mientras yo, instintivamente, intento esquivarlos), me gustaría conocerte mejor, ir a comer algún día, compartir una copa de helado, bailar en cualquier verbena...


Pero de momento, comprenderás que no me levante, ¿verdad? O que ni siquiera te bese... Es lo que suele pasar, cuando una patada voladora te destroza la rodilla derecha... la segunda de machaca el codo izquierdo... y el puñetazo en la nuez te deja casi sin voz, y te permite lucir un hermoso collarín... Hay amores que matan, querida... y nuestro primer encuentro podría haber sido uno de esos... Y prefiero no pensar en lo que habría pasado si no te hubiese gustado mi beso...


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