sábado, 26 de diciembre de 2009

CON UN BESO DE MIS FRÍOS LABIOS


En las entrañas de la tierra, en ese horror
que llaman Metro, sentí una mirada en la nuca,
me dí la vuelta, y pese al ardiente vagón repleto,
supe que era ella quien taladraba mi cerebro,
robándome al mismo tiempo el corazón y el alma,
mientras nuestros ojos se contaban una antigua historia...



No tendría más de quince años, diecisiete a lo sumo,
con el largo, lacio y descuidado cabello, cayendo
en cascada sobre el rostro pálido, de hoyuelos marcados,
inmensos, profundísimos, negros y almendrados ojos,
cuello de cisne adornado por una gargantilla de terciopelo,
cazadora de cuero, y un extraño vestido negro...



"Por fin te encuentro, me dijo... Tanto tiempo buscándote,
sin ver la luz del sol, tantos meses y años, circulando
por el Hades... y estás aquí, en el primer vagón de la 5...
¡Tenía tantas ganas de hablar contigo, de verte, de besarte!
¿Ya no me recuerdas? Normal... Hace tantos años...
Yo no he cambiado, pero tú... sí lo has hecho...



Aquella primavera de mis dieciséis... Yo era romántica,
apasionada, absoluta... Y llegaste tú... el nuevo profe...
Y contactamos enseguida, con aquél primer poema
de Bécquer, que leíste en tu segunda guardia con la clase...
Las fieras no querían callarse, pero tu voz, armónica,
obró lentamente el milagro, y te escuchamos...


¡Dios, la de tonterías que se piensan de joven!
Me enamoré de tí, ¿sabes?, sin apenas conocerte,
creo que fue porque me hiciste comprender
la poesía, amar la literatura, y me animaste
a pensar por mí misma... Jamás olvidaré nuestra
lectura del final de "Cyrano de Bergerac"...



Aquella fotocopia que compartimos, tus palabras,
sus versos, tu voz... mi voz... Sí, de acuerdo,
alguna duda tuvimos, pero las fieras callaron...
Hundir mis ojos en los tuyos, profe, entregarte
mi corazón, mi alma entera... sin decirte jamás
una sola palabra de las que llenaban mi pecho...



Cuatro meses de amor, cuatro meses de gloria,
de esperar toda la semana para que vinieras
a mi clase... continuar en la seguna fila, ¿recuerdas?
¿junto a la ventana, iluminada por el sol?
Y buscar en la biblioteca los autores que mencionabas:
Khalil Jibran, Tagore, Richard Bach, y tantos otros...



Pero un buen día, te despediste de nosotros, y leímos
aquél fragmento de "Romeo y Julieta", con tanto
desgarro, que la clase entera se quedó en silencio
primero, y después nos regaló una estruendosa ovación...
Tenías razón, profe, la tinta, la poesía, amansa a las fieras...
y a veces, incluso, consigue que piensen por sí mismas...



Al despedirte, recuerdas, me regalaste un libro antiguo,
"Las mil mejores poesías de la Lengua Castellana", y
marcadas, las que compartimos... ¡Pero qué bobo eras!
... y qué tierno... Te pusiste rojo como la grana, cuando
en tu despacho, me fuiste a besar... y yo giré la cara,
y te robé un beso... con aroma a café con leche y donut...


Aquél verano, devoré, varias veces, el libro entero...
memorizando muchas estrofas, por tenerte más dentro,
recordando tu voz... y lo extraña que sonaba en la clase,
primero con el ruido, y después... en el silencio...
Ese era tu don: callar a las fieras, y funcionaba bien,
pues nos hacías sentir, no sé... distintos...


Te extrañaba tanto, que en septiembre empecé
a buscarte, en la web, en listados de profesores...
y a finales de octubre, me llamó una amiga,
para hablarme de tí, del poeta, del "silenciador",
que había llegado a su centro... ¡Eras tú!
Tenía tantas ganas de verte, que corrí al Metro...
No sé lo que pasó, profe... Quizás fue la puta bota,
mal atada... o el vuelo del vestido... Me resbalé...
Caí rodando por la escalera... Y con el último
peldaño, me partí el cuello... No sufrí, al menos...
Morir así... A los dieciseis... Con un libro de poesía
en la mano, y en los labios un beso robado...



Tenía ganas de verte, tantas, que me quedé allí,
observando cómo se llevaban mi cuerpo, mi libro,
circulando por los mil y un andenes, trenes, estaciones
de la red de Metro... Buscándote sin cesar...
¡Cómo iba yo a saber que ni siquiera estabas
en Madrid, pues cambiaste de trabajo y de ciudad!


Mas hoy, por fin, después de tantos años, te veo...
me recuerdas, lo sé... ahora sí... por el libro...
No llores, profe... que no tienes la culpa de nada...
Déjame, solamente, susurrarte una última estrofa,
y robarte un último beso... Pues con un beso de mis
fríos labios, me despido de tí... o quizás no..."



Y eso hizo: noté un gélido beso en los labios,
escuché el fragmento de un verso ("Mi corazón
no os dejará ni un segundo..."), y se desvaneció,
con un susurro de tela, y un tenue aroma a Nenuco...
Y aquella extraña sensación, por aquél recuerdo
de más de cincuenta años, me hizo soñar de nuevo...

2 comentarios:

  1. UNA HISTORIA REAL,SIGUE EXISTIENDO LA PENA DE LA MUERTE Y EL REENCUENTRO DEL AMOR.
    ME GUSTO

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  2. "Con la palabara se puede ganar el amor de una persona, más que con gestos, miradas y aspecto físico. es una historia muy bonita y muy triste a la vez, pero, cuando le llegue la hora a ese profesor de literatura, élla estará esperándole para abrazarle de nuevo y robarle otro beso en la dimensión de la muerte.
    Bella historia sin duda alguna, donde la palabra hace callar a las fieras, pues está demostrado, que las letras bien utilizadas y bien expresadas hacen milagros.
    También me da rabia que esa pobre niña, cuando va toda emocionada a ver a su amor, tenga que morirse por un tropiezo, la vida a veces da estos golpes.
    Yo estoy seguro de que todos tenemos a alguien que se ha ido y está a nuestro lado constantemente, pues se siente en el ambiente." (enviado por Rómulo)

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