Un ángel de granito, llorando sobre una lápida...
¿Por qué lloras, ángel mío, con tus manos yertas, tus enormes alas? ¿Por quién te deshaces en llanto?
¿Lloras acaso por los muertos, por los que se fueron... o por los vivos, por quienes se han quedado, y sienten la ausencia?
No te lamentes por los muertos, no es necesario que lo hagas, lo sé muy bien...
LLora en todo caso por los vivos, por quienes olvidarán mi voz, y buscarán el recuerdo de mi risa en el viento, y sentirán entre las sábanas recién planchadas el tacto de mis manos, y en la niebla encontrarán mis besos... LLora por quienes he dejado atrás, por todas las personas para las que he sido importante (padre, madre, hermanos, algunos amigos...), y por las que han marcado la diferencia en el curso de mi vida, acompañandome, orientandome, guiándome en lo más duro del camino (mi abuelo, el monitor de Bárcena Mayor, y otros muchos...). Y ríete en la cara, en las fauces, de mis escasos enemigos, a muchos de los cuales habría acompañado con placer a la misma sepultura donde hoy entierran mis ceniza...
Confieso que he amado. Durante toda mi vida, el amor ha sido una constante... Mi romanticismo, incurable, irredento, avasallador, apasionado, me ha metido en no pocos problemas... pero no me arrepiento de nada... ¡Al contrario! Si he vivido con intensidad el amor, mucho más fuerte ha sido el desamor, la tristeza de la soledad, el rompimiento del alma, por cada vez que me enamoré sin ser correspondido, pues en el fondo tampoco lo pretendía...
No he tenido mala vida, pues he alcanzado el equilibrio entre lo frustrante de mi trabajo, y la expresión de mis sueños, entre el vacío cotidiano y la sangre entintada de mis venas, entre mis realidades cotidianas y lo febril de mis sueños. La lectura, la música, la escritura, ir al cine, los pocos y buenos amigos, me ayudaron a seguir trabajando y viviendo.
Tras de mí, dejo familia y amigos, libros, maquetas, compactos y discos, fotos, colecciones varias y demasiados escritos y cartas. Que las cartas me acompañen al crematorio, las colecciones se repartan, los libros se donen a una biblioteca, y el resto, que se lo repartan. Eso pedí en el testamento, que no se ha respetado, por lo que mis pertenencias mortales al final serán fruto de las polillas y los ratones, en los anaqueles de un trapero.
Mas no me importa, angel mío... Si esto es la muerte, el umbral hacia la nada, si después de la vida queda tan solo un corto periodo de latencia, si solamente permanecemos anclados a este mundo mientras alguien nos recuerda, si después del olvido nos hundimos, nos fusionamos con la tierra... Y después, la nada... No más cielo ni infierno, no existen, solamente tristeza y olvido...
Acompañame, pues, angel pesaroso, del todo a la nada, del recuerdo al vacío...
casi un año después de haberlo escrito, pienso que este sería mi panegírico... o mi testamento...
ResponderEliminar