Me hablaron, hace algunos meses, de una dulce Hechicera, cuyos ojos y labios, al convertirse en tierna mirada y pícara sonrisa, eran capaces de devolver la vida a cualquier corazón... Harto de no sentir odio ni amor, de la nada cotidiana y del insulso todo, emprendí el viaje hacia su lejano reino, y hacia mi helado corazón...
Rey sin reino, sin corona, pero con casta y exigente dama, en mí debía cumplirse la profecía, y volver con un corazón fuerte, que no tuviera miedo de amar, ni de sentir, ni de soñar... Rey Vassili me llamaban, por mis constantes cavilaciones, cada vez que tenía que adoptar una decisión, que pudiera implicar algún mal... o algún bien... realmente, me aterra tomar decisiones, por eso tengo siempre algún buen consejero que las toma por mí...
Por ello, emprendí el camino, una suave mañana de abril, hacia aquél reino lejano, dominado por una Hechicera, tan peligrosa y tan letal... Un pastor en el camino intentó que cambiase de opinión, "pues si duro es no sentir nada, mucho peor era, según decían, la empatía total: un árbol cae en el bosque, y sientes la tristeza por cada una de sus raíces, que son bruscamente arrancadas de la tierra; un halcón alcanza una paloma torcaz en el aire, y sientes a la vez muerte y triunfo; si pescas en un torrente, no podrás comer luego tu presa..." Cansado de sus dislates, le agradecí sus consejos con una moneda, y continué mi viaje hacia el lejano reino... Tendría que haberle prestado más atención, pero eso lo descubrí mucho más tarde...
Muchos días más tarde, con la montura agotada de tanto viajar, en mitad del páramo encontré una muestra más de su tremendo poder: los restos momificados de otro caballero, sobre una losa de piedra, y sobre su escudo profanado con su sangre, se leían estas palabras: "Muerto por amor"... Pensé que era una exageración... hasta que me acerqué al cuerpo, y pude comprobar que no tenía ninguna herida visible, y que en su mano derecha guardaba un pañuelo de gasa lavanda, que todavía conservaba un levísimo perfume, de incienso, mirra, azahar y almizcle... Un tiempo después, me contaron la historia completa de tan triste y lóbrego caballero, y la tristeza se mezcló con la repugnancia y el miedo, al enterarme.... bueno, pero eso es otra historia...
Comenzando el mes de mayo, vislumbré a lo lejos un palacio en ruinas, más bien una antigua abadía levantada por gigantes, de altísimos muros negros, torres tambaleantes, majestuosos arcos sosteniendo el cielo, y viejas lápidas de granito y mármol, restos de un venerable cementerio arrasado por la Naturaleza y por el viento... En el patio de justas, se estaba celebrando un combate a muerte, mas un silencio espectral, pesado y tenso, reinaba en el recinto, donde solamente se escuchaba la respiración de los caballos, el retumbar de sus cascos, la madera de las lanzas al quebrarse contra el pecho del contrario, y el sonido del cuerpo forrado de hierro al impactar contra el suelo. Acercándose al caído, el vencedor alza su mandoble, y como respondiendo a una orden ciega desde el palco, la clava a escasos centímetros de su oponente, para después, humilde como un penitente, recoger un beso lanzado al aire por una figura envuelta en velos grises y negros... Algunos meses más tarde, los dos caballeros cuya lid había presenciado se embarcarían en la mayor búsqueda de toda la Humanidad... pero eso es otra historia...
Había alcanzado mi destino... y lo que más despertó mi curiosidad, incluso en aquél primer momento, fue la ausencia total y absoluta de mujeres en la Abadía. Ninguna entre el público, pero tampoco en las cocinas, en los comedores, en los huertos ni en los jardines, ni tan siquiera lavanderas... Solamente había hombres, y la mayor parte de ellos tenían algún tipo de mutilación o herida, especialmente cortes de cuchillo en la cara, algún brazo roto y mal soldado, y más de uno arrastraba renqueando una pierna... A los dos días, comprendí por qué era tan calamitoso su estado: peleaban, casi a diario, por alcanzar los favores de aquella hechicera... Mas no había, en apariencia, ningún contacto físico, ella permanecía lejana, y los más furibundos combates eran por una sola mirada de sus ojos hechiceros, o por una sonrisa de sus turgentes labios...
Princesa, diosa y reina a la vez, ella se alzaba sobre todos nosotros, postrados en adoración a sus pies, envuelta en sus velos grises y negros... Sí, es cierto, todos la amábamos, todos la deseábamos... pero al mismo tiempo, nos manteníamos al margen, pues dos negros torbellinos, pusátiles como un ser vivo, mas al mismo tiempo incorpóreos y de tremenda fuerza, la protegían en todo momento... ¡Y pobre de quien no respetara su espacio vital, pues creciendo con increíble rapidez, lo absorbían con caballo, armadura y lanza si era necesario, y lo lanzaban más allá de los decrépitos muros exteriores de la abadía! Así nació, posiblemente, la leyenda del caballero volador, que aplastó al caer del cielo a la hermosa princesa, y quedó perdidamente enamorado del dragón... pero esa es otra historia...
Era cierta la leyenda, sobre la manera en que la hechicera despertaba el corazón en todo aquél que la contemplase, y todos los caballeros, incluso los más duros, suspiraban cual damiselas cuando ella recorría salones y pasillos, de camino al campo de justas... Bueno, más de uno realmente era una damisela, disfrazada de escudero, para intentar controlar las andanzas de su andante caballero...
Los días se sucedían inmutables: por la mañana, despertábamos del lugar donde habíamos pasado la noche, generalmente el patio y el ala este de la abadía, y recogíamos nuestras pertenencias; luego, los sirvientes traían un gran caldero de gachas, y lo repartían entre todos nosotros, mientras otro equipo nos ofrecía alguna bebida caliente; tras esto, nos acercábamos al terreno de justas, y se decidían los combates de la mañana; después, nos reuníamos todos en el gran comedor para almorzar, algo de carne, e ingentes cantidades de repollo, nabo y patatas; por la tarde, una reparadora siesta; y antes de cenar, una nueva justa, mas esta vez poética, y los rudos caballeros volvían a suspirar cual doncellas (algunos incluso bordaban); tras la cena, a dormir... Al cabo de dos semanas, ya estaba harto, y con diez victorias a mis espaldas (y otras tantas derrotas), decidí que era necesario acercarme más a ella, pues al margen de alguna que otra comezón en el pecho, que posiblemente se debiera a la falta de higiene personal, pues entre tanto suspirar, pelear y componer, apenas si quedaba tiempo para el aseo, no había comprobado si ella podía curarme de mi mal... y hacerme sentir otra vez...
El famoso Caballero Mofeta, que a duras penas podía mover el peso de su armadura, de tanto tiempo como llevaba en la abadía, comentaba que solamente en dos ocasiones en todo el año, ella se quedaba sola, sin sus guardianes, pues necesitaba restaurar sus energías y sus fuerzas, con un baño ritual de purificación, a la luz de la luna, en la más alta torre... También comentaba que él la había visto sin sus ropajes, emerger de la pila de piedra, mas... ¿quién iba a hacer demasiado caso a alguien que anunciaba su presencia con su hedor, a más de veinte metros a la redonda, y que por si fuera poco, afirmaba que la tierra no era plana? Como faltaban todavía algunos meses para el solsticio, y ya estaba un poco aburrido de perder miserablemente el tiempo, siempre lejos de la supuesta bella (que de momento solamente había visto de lejos, y por partes), decidí irme de wakabout, y recorrer otras tierras, conocer otras gentes... pues en verdad, de tanto hacer el vago, le había cojido algo de gusto a dejar en manos de mi reina y de sus consejeros los asuntos diarios... Durante mis erranzas en solitario, a lomos de mi fiel caballo, y con la mula para llevar el equipaje, pescando en ríos y lagos para alimentarme, y cazando en el bosque pequeños animales, encontré algunos curiosos personajes, como los Caballeros del No, enemigos encarnizados de los Señores del Ni... todos ellos fieros y excelentes guerreros, si no fuera por su manía de luchar con almohadas de plumas en medio del claro, menos una vez que un Ni metió en la funda un guantelete de hierro... pero eso es otra historia...
Faltando dos semanas para el solsticio, me despedí de mis alegres compañeros del bosque, y regresé a la abadía... Había incluso más gente que antes, y ni las inclemencias del tiempo ni lo magro de la comida parecían tener importancia para los demás caballeros, pues casi todos ellos afirmaban que por una sola mirada de nuestra hechicera, te quedarías enganchado para siempre, y jamás dejarías aquél terreno sagrado... Poco tiempo después, el Caballero Mofeta me dió un consejo: "Escóndete con tiempo en la más alta torre, métete dentro de una de las hornacinas, y tíñete la ropa y el cuerpo con grasa y carbón. Mas antes comprueba que desde tu lugar, puedes ver claramente la pileta de piedra, llena de agua de lluvia y de rocío..." Y eso hice, aquella tarde del veintiuno de diciembre, mientras los demás caballeros se dedicaban a las justas poéticas, yo prefería acechar a quien nos había robado el seso y el corazón...
Sin espada, coraza ni escudo, camuflado entre la negrura de la hornacina, observé el movimiento de la luna sobre la superficie rielante del agua... Faltando unos minutos para las doce, apareció ella... No la ví entrar, mas en un parpadeo, estaba allí, quitándose lentamente los velos grises y negros, y los blancos, hasta quedarse finalmente con una camisola transparente, que poco ocultaba bajo la luz de la luna... Cabello largo y negro, piel de nácar, ojos profundos, labios turgentes y rojos, miembros largos y espigados, el sueño más físico de cualquier caballero... Mas en aquél momento, cuando vestida todavía por la camisola, avanzó un paso más hacia la pileta, se escindió en dos, pues de aquél cuerpo níveo y virginal, surgió el retorcido fantasma de una vieja hechicera, negro sobre negro, pulsando contra el viento...
Y las dos se giraron hacia mí a la par... y sus bocas se abrieron al unísono, y de ellas surgieron estas palabras: "¿Ya estás satisfecho, príncipe Vassili? ¿Ya has cumplido tu deseo? ¿Tu corazón late de nuevo? Mas has de saber que toda visión tiene dos caras, como lo que has visto esta noche en mí... Amarás de nuevo, es cierto, pero solamente a mí... Hasta que no hayas recorrido medio mundo, hasta que no hayas contado tu historia diez mil veces, nunca serás libre... Y cuando hayas cumplido tu penitencia, volverás a mí, y te liberaré..."
Y esta es mi historia... Han pasado quince años, no tengo esposa, ni reino, ni consejero... Ya he contado nueve mil novecientas ochenta veces el relato, por lo que dentro de poco tiempo, podré volver a la abadía, coincidiendo con el solsticio de primavera, donde ella me espera... Pues lo que nunca cuento son sus últimas palabras: "O te haré por siempre mío, siempre joven, si cumples la promesa..." Aunque también es posible que dijera: "Y cuando regreses a mí, te mataré... para que dejes de sufrir por mi ausencia..."
Pero eso es otra historia...
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