lunes, 21 de diciembre de 2009

ECLIPSE DE LUNA





Si algún día me preguntases


"¿Cuándo te enamorastes de mí?",


tendría que mentirte, mi sueño,


al igual que me engañé a mí mismo,


pues te respondería "No lo sé", o bien


"Cuando saliste de mi vida la primera vez"...






Mas en el fondo, sería un doble engaño,


pues de sobra conozco y recuerdo el momento:


el mismo instante en que te ví, al entrar,


cuando alzaste la cabeza y descubrí,


detrás del telón de tu melena castaña,


tu ojos profundos, oscuros, hechiceros...






"¿Eres un ángel? ¿Eres una diosa? ¿Una sirena?",


todas esas cosas, y otras muchas, te quise preguntar,


pero perdí la voz, y la cabeza, y el corazón,


cuando humedeciendo con la lengua tus tersos labios,


sellaste mi destino al decirme tu nombre,


y darme la mano, y un beso en la mejilla...






Poco recuerdo de aquella tarde que pasamos juntos,


enseñandome, aprendiendo, todos los mínimos detalles


del nuevo destino, con el cuerpo todavía oliendo


al Ministerio más utópico, y disfrutando plenamente


de tu voz, de tus palabras, de tu presencia,


de tus gestos, de tu aura, de todo tu ser...






Si alguien me hubiera dicho que, a mis años,


con mi vida organizada, mi compañera,


con el corazón encerrado bajo siete llaves,


me iba a volver a enamorar, de tal manera,


con tanta fuerza, sin esperanza alguna,


le habría respondido: "Lo siento, te equivocas."





Mas en el fondo de mi alma, yo lo sabría,


y tendría que darte la razón, porque la tienes,


reconocer ante tí, dulce y suave hechicera,


que te entregué mi alma nada más verte,


y en vez de decirte que no me interesaba el destino,


decidí quedarme, para verte, por tí...







Compañeros de fatigas, de risas y de pesares


durante dieciocho meses, mas en el fondo,


tan juntos como la luna y el sol, o sea, nada,


vivía esperando el pasajero eclipse diario,


para exprimir cada momento de aquellos minutos


en que tu luz calentaba mi viejo corazón...





LLegó el verano, y la ropa se fue desprendiendo


de tu altivo, desconocido y hermoso cuerpo,


desaparecieron chaquetas, jerseys y guantes,


y llegaron polos, camisetas, piratas, alguna falda,


y cada tarde, al filo de las dos, de tu crisálida uniformada,


salía la más bella de las mariposas adolescentes...






¡Dios, cuanta inocente belleza desplegabas ante mí!


¡De cuanta ternura y simplicidad disfruté en tí!


Y como toda mujer realmente hermosa, y que lo sabe,


jamás hacías ostentación, te sonrojabas,


y encontrabas y alababas, en las demás mujeres,


la hermosura que fieramente negabas en tí...




Te tuviste que ir, a otro destino, buscando algo de paz,


confundí mi lugar, y te perdí, tal vez para siempre,


y con buenos motivos... y por eso te escribo...


para de esta manera, canalizar las lágrimas,


y seguir viviendo, trabajando y soñando,


lejos de tí, mi sol, mi hechicera, mi Princesa...












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