Si algún día me preguntases
"¿Cuándo te enamorastes de mí?",
tendría que mentirte, mi sueño,
al igual que me engañé a mí mismo,
pues te respondería "No lo sé", o bien
"Cuando saliste de mi vida la primera vez"...
Mas en el fondo, sería un doble engaño,
pues de sobra conozco y recuerdo el momento:
el mismo instante en que te ví, al entrar,
cuando alzaste la cabeza y descubrí,
detrás del telón de tu melena castaña,
tu ojos profundos, oscuros, hechiceros...
"¿Eres un ángel? ¿Eres una diosa? ¿Una sirena?",
todas esas cosas, y otras muchas, te quise preguntar,
pero perdí la voz, y la cabeza, y el corazón,
cuando humedeciendo con la lengua tus tersos labios,
sellaste mi destino al decirme tu nombre,
y darme la mano, y un beso en la mejilla...
Poco recuerdo de aquella tarde que pasamos juntos,
enseñandome, aprendiendo, todos los mínimos detalles
del nuevo destino, con el cuerpo todavía oliendo
al Ministerio más utópico, y disfrutando plenamente
de tu voz, de tus palabras, de tu presencia,
de tus gestos, de tu aura, de todo tu ser...
Si alguien me hubiera dicho que, a mis años,
con mi vida organizada, mi compañera,
con el corazón encerrado bajo siete llaves,
me iba a volver a enamorar, de tal manera,
con tanta fuerza, sin esperanza alguna,
le habría respondido: "Lo siento, te equivocas."
Mas en el fondo de mi alma, yo lo sabría,
y tendría que darte la razón, porque la tienes,
reconocer ante tí, dulce y suave hechicera,
que te entregué mi alma nada más verte,
y en vez de decirte que no me interesaba el destino,
decidí quedarme, para verte, por tí...
Compañeros de fatigas, de risas y de pesares
durante dieciocho meses, mas en el fondo,
tan juntos como la luna y el sol, o sea, nada,
vivía esperando el pasajero eclipse diario,
para exprimir cada momento de aquellos minutos
en que tu luz calentaba mi viejo corazón...
LLegó el verano, y la ropa se fue desprendiendo
de tu altivo, desconocido y hermoso cuerpo,
desaparecieron chaquetas, jerseys y guantes,
y llegaron polos, camisetas, piratas, alguna falda,
y cada tarde, al filo de las dos, de tu crisálida uniformada,
salía la más bella de las mariposas adolescentes...
¡Dios, cuanta inocente belleza desplegabas ante mí!
¡De cuanta ternura y simplicidad disfruté en tí!
Y como toda mujer realmente hermosa, y que lo sabe,
jamás hacías ostentación, te sonrojabas,
y encontrabas y alababas, en las demás mujeres,
la hermosura que fieramente negabas en tí...
Te tuviste que ir, a otro destino, buscando algo de paz,
confundí mi lugar, y te perdí, tal vez para siempre,
y con buenos motivos... y por eso te escribo...
para de esta manera, canalizar las lágrimas,
y seguir viviendo, trabajando y soñando,
lejos de tí, mi sol, mi hechicera, mi Princesa...
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