Los dos despertadores han roto el silencio del dormitorio, con un minuto de diferencia, y sin los cinco de prórroga, recordándome que es la hora de abandonar los sueños cotidianos, que ha llegado el momento de extirparse del abrazo de las sábanas, y posar los pies helados sobre el cálido parquet...
A tientas, guiado por la luz residual del jardín comunitario, recojo toda la ropa que preparé la noche anterior y, con una última mirada hacia la compañera de mis noches (lo que últimamente es más cierto que nunca, pues con los turnos opuestos, casi nunca estamos juntos durante el día), me dirijo al baño sin encender la luz, para comenzar con la rutina mañanera: afeitado, fregoteo bajo la ducha tibia, rociada de colonia para niños, terminar de vestirme, cualquier día saldré de casa con las zapatillas de felpa... Nota: tengo que comprarme las de pezuñas de oso, para que nuestro gato las aceche... Casi nunca desayuno en casa, pero antes de salir, compruebo que la fiera tenga comida suficiente... Hoy he cojido el coche, llevo no sé cuantos días en reserva, pero me apuntaré en la mano izquierda la palabra mágica: repostar... Tras las habituales maniobras para salir del garaje, enciendo la radio, y con la música tecno, el viaje resulta mucho más llevadero...
LLego al banquito, me pongo el uniforme, y comienzo la rutina: ronda, desayuno, correo... Todo está bien a mi alrededor, el arbol de plástico y las palmeras moribundas, las paredes revestidas de madera de la recepción, el mostrador de cristal, acero y madera que comparto con Mar, los botes llenos de mil tonterías, las notas sobre clientes, los teléfonos... y, por supuesto, las tres fotos de Bea, que me sigue sonriendo desde aquél momento perdido y a la vez fijado en el tiempo... Las cosas han cambiado, y mucho, desde entonces... todavía no sé si para mal o para bien... El canarito cavernícola me mira fijamente, igual que en el Ministerio... Todo está moderadamente bien, pero a la vez, hay algo distinto... Y no es solamente por la jaqueca que me tiene machacado desde que me cambié, ni por la certeza de otra larga mañana en el purgatorio...
Entonces, recibo el correo electrónico.
"Estimado aprendiz de escritor y de persona: si estás leyendo estas líneas, quiere decir que ya me he hartado de tí... Estoy cansada de tus fábulas crueles, donde tu mayor empeño es terminar con la Humanidad... Estoy harta de que escribas con el corazón, de una sola tacada, pero sin reflexionar lo suficiente en los argumentos... Me tienes hasta los ovarios con tus larguísimas búsquedas de información para tus historias macabras... Pero, sobre todo, me siento explotada: ¿qué te crees, que una es de piedra? ¿Que es fácil darte los materiales para que escribas una historia cada día? ¿Quién te crees que eres, Camilo José Cela? Si no eres más que un aprendiz de escritor, enganchado a la red, que defiende la originalidad de sus argumentos... cuando realmente estás muy condicionado por todos los libros que has leído en tu vida, por todas las películas que has visto, los documentales que te han gustado, las representaciones teatrales, y por supuesto, las canciones que has escuchado... Ya lo dijeron hace cientos de años los romanos: "Nihil novo sub solem", o sea, "nada nuevo bajo el sol"...
Además, me tienes trabajando sin contrato, sin seguridad social, sin vacaciones, no me pagas horas extras, ni nocturnidad, ni plus de peligrosidad... ¡Que las musas no somos de piedra, y tenemos nuestros gastos! Y para estar siempre guapas y atractivas, para seducir a los poetas despistados, a los funcionarios que se aburren en cualquier Ministerio, a los presos, a los adolecentes en las aulas, a los pacientes en los ambulatorios, tenemos que invertir un cierto capital en nosotras mismas, sobre todo en perfumes, en reflejos difusos, en breves destellos de vida en el fondo de los ojos, en ropa y accesorios... Pues aunque solo me hayas visto tres o cuatro veces, casi siempre detrás de tí, en los espejos de una habitación a oscuras, o reflejada en un escaparate desierto, tengo que vestir en consecuencia con tus gustos: el pelo, muy largo y muy negro, suave al tacto y a la vista; la piel, tersa, y tostada; los ojos, de un intenso color verde botella; el vestido, escotado y recatado a la vez como los de viudas ricas del siglo XIX; las botas negras de largo tacón e interminables lazadas; las medias de seda negras con liguero... Eres un pelín rebuscado, y te gusta lo gótico, pero en el fondo, no puedo quejarme demasiado... Pues tengo algunas compañeras musas que realmente lo pasan peor...
Pero tienes que cuidarme más, mimarme un poco, si realmente pretendes que ponga mi magia a tu servicio, tendrás que cuidarme un poco más... Déjame descansar, al menos, por la noche; y los fines de semana, por lo menos dos al mes... Declarame en la Seguridad Social, para que tenga algún lugar donde descansar... LLevame a cenar de vez en cuando a un sitio bonito... Pon música bonita cuando trabajemos por la tarde... Y acompañame en mis paseos por el Parque del Capricho... Comparte conmigo algún amanecer desde la costa... Revive mis sueños de libertad contigo... Y no te enfades si tengo celos de tu mujer, ella al menos puede acariciarte mientras duermes...
Espero tu respuesta... al filo de la medianoche... respondiendo a mi correo...
Tu musa."
Mi pobre musa, que mal se ha tenido que sentir estos últimos tiempos... Por eso, no me pienso demasiado la respuesta:
"Mi querida musa: te espero esta noche, en la hora bruja, en el salón, junto al árbol de Navidad, a la luz de las velas... Del otro lado del espejo... Tenemos que hablar, de muchas cosas, pasar un rato a solas... Por tí, volveré a la música clásica, a Shubert, a Mahler, a Chopin y a Debussy... Las vacaciones, los fines de semana y las noches, lo podemos negociar... Espero que hoy habrás descansado, porque mañana seguiremos creando historias... y destruyendo a la Humanidad... Un cordial maullido... y buena suerte..."
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