Pues sí, cuarenta años y un día... Esto, que puede sonar a historia carcelaria, es justamente mi edad... ¡Qué lejos queda ya la adolescencia, cuando los días pasan casi siempre o demasiado rápido, o demasiado lentos, y a menudo nos dejamos llevar por los extremismos! Mientras estás inaugurando el aumentativo "-añero", es decir, mientras eres un veinteañero, todo me parecía más sencillo: familia, estudios, trabajo, novia.. Incluso el comenzar la tercera década es algo más sencillo de llevar, aunque mis prioridades seguían siendo las mismas, aunque los estudios ya estaban terminados...
Pero desde ayer, ese dichoso "-tón" me pesa... una tonelada... Me siento distinto, como si los viejos trucos para priorizar ya no fueran del todo válidos, y de repente me hubiera vuelto más "responsable", más "maduro", o simplemente, más viejo... Sobre todo, soy consciente de que tampoco tengo demasiados motivos para quejarme, al margen de los inevitables achaques de la edad... Y en cierto modo, es como volver a redactar los (des)propósitos de Año Nuevo, pero siendo un poco más realista... Por eso, me conformo con poca cosa: 1º) ordenar de una vez la mesa del despacho (que las facturas y recibos no se van a guardar solitos); 2º) ir al dentista, que la puta muela me está matando... desde hace tres meses; 3º) llamar por teléfono (aunque es un aparatejo que odio a muerte); 4º) algo más de deporte y vida sana (la siesta no es un deporte olímpico); 5º) ser más cariñoso con mi mujer y mi pequeña familia y 6º) atreverme a decir "NO" más a menudo... Porque el 7º (tener un hijo) y el 8º (publicar un libro) no dependen exclusivamente de mí... Y los últimos dos, los dejo en blanco, para que me queden algunos deseos por cumplir...
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