Cuenta una leyenda urbana que, en una céntrica estación de tren de una pequeña ciudad de provincias, se ha instalado hace algunos años un viejo mendigo... que por alguna razón desconocida, se pasa la mayor parte del día hablando con la gente que se sienta a su lado... Es un mendigo peculiar, lo primero de todo, porque no pide jamás ni dinero, ni cualquier cosa material...
Al principio, cuando una buena mañana de marzo de 1993 se bajó del tren, dejó su pequeña maleta de cartón en el suelo y, estirándose igual que un gato, miró alrededor, abarcando sus nuevos dominios con la mirada, y una gran sonrisa de felicidad iluminó su rostro, y pronunció dos palabras, las únicas que en apariencia salieron desde sus labios: "Me quedo."
Lo más curioso de este personaje, que poco a poco irás descubriendo, es que no se trata exactamente de un mendigo... llamémoslo mejor un "ser que se escapa a toda catalogación"... o si lo prefieres, un espíritu libre, a quien muy pocas cosas atan ya a la Tierra o a la Vida, pues parece que nada le preocupa... Siempre impecablemente vestido con su traje negro, camisa blanca, zapatos negros bien lustrados y corbata roja de pajarita, con su pequeña maleta de cartón, con su cabello largo y blanco y su barbita de cuatro días, y la piel sonrosada, se corresponde mucho con la imagen que todos tenemos de Papá Noël... Los viajeros habituales no le prestaron mucha atención al principio... pero al comprobar que siempre parecía estar sentado en el mismo sitio, y sonriendo a la gente, con esos ojos azúl claro a los que nada parecía escapar, terminaron por convertirlo en parte del paisaje... y en cierto modo, se olvidaron de él...
Pero una mañana de septiembre, particularmente fría, el maquinista del tren de las ocho y media se sentó a su lado y, con una gran sonrisa, le ofreció una taza de café con leche bien caliente... y allí permanecieron un buen rato, compartiendo el silencio... Marcial, el maquinista, estaba algo preocupado por las notas de su hijo pequeño, un talibán de trece años, a quien los profesores tenían bastantes dificultades para meter en vereda... y estaba dándole vueltas a poder hacerle comprender la necesidad de seguir estudiando al menos un año más, para que al menos fuera capaz de valorar la oportunidad que se le dada... Y en eso estaba el buen hombre, cuando una voz se hizo escuchar entre las demás que llenaban su cabeza... "¿Has pensado en apuntarle en alguna actividad complementaria este verano? El Ayuntamiento de tu ciudad tiene un excelente programa de inserción laboral, en el que puede participar, y comprender la importancia de tener unos estudios mínimos para ser lo que él quiera, más adelante, en su vida... Piensatelo..." Esa voz, serena y bien equilibrada, la escucha tan clara, que Marcial se da la vuelta, buscando a quien le había hablado de forma tan acertada... pero sólo encuentra a Diógenes (el nombre que le han puesto al curioso personaje), quien le dedica una hermosa sonrisa inmaculada...
Han pasado los días, y los meses, y Diógenes sigue en el mismo banco, del que solo se levanta en apariencia para ir al baño y lavarse las manos... Nadie le ha visto comer, ni una sola vez... Y jamás le han pillado bebiendo alcohol, ni fumando... Un par de veces a la semana, se cambia de traje, y de pajarita, y la camisa.. bueno, o tiene más de quince camisas todas blancas... o suda francamente poco... Ninguno de los que se han sentado junto a él asegura haberle oído pronunciar una sola palabra... y sin embargo, todos ellos han terminando encontrando la solución a uno de sus problemas, al cabo de pocos minutos de silencio compartido... Los consejos son siempre acertados, siempre oportunos, y desinteresados... Por lo que en cierto modo, se ha ganado fama de sabio... Al llegar el último tren, y minutos antes de que se cierre la estación sobre las nueve de la noche, Diógenes se levanta, y con un paso sorprendentemente firme y ágil para una persona de su edad, recoje su vieja maleta de cartón, y se pone a caminar hacia el final de la calle... y a la mañana siguiente, cuando Blasa y Enriqueta llegan a la estación a las seis de la mañana, ya está en la puerta...
Todo el mundo supone que duerme en algún sitio, en una pensión, tal vez, y a su alrededor se tejen mil hipótesis: que es un antiguo ferroviario jubilado... que lo han soltado de la cárcel, pero tiene una pequeña pensión... que se ha fugado de un psiquiátrico... Mil cosas, la última de ellas, que es puede predecir el tiempo: si por la mañana lleva el paraguas, es completamente seguro que por la tarde lloverá... si tiene puesta la boina negra, mucho frío (aunque sea el 3 de agosto)... si lleva un sombrero de paja, hará mucho sol... Lo único importante es que nunca, jamás, se equivoca... También hay personas que aseguran que es un conocido mentalista, que desapareció hace años, cansado del éxito... Y en lo que todos están convencidos, es de no haberlo visto jamás comer...
También están de acuerdo en afirmar que la voz que escuchan en sus cabezas, con tanta nitidez, es la suya, que jamás han oído, pero que todos describen de la misma manera: pausada, segura, como de locutor de radio... Surgen nuevos rumores casi cada mes... El último de ellos afirma que, una oscura tarde de domingo de 2001, cuatro punkis, enfadados por haber perdido su tren, estaban buscando gresca en los andenes, y sintiéndose tal vez molestos por su aspecto, se dirigieron hacia él con malas intenciones... El vigilante del andén, que se estaba dando cuenta del problema que se preparaba, ya estaba dando parte a su compañero de la entrada, cuando Diógenes, sonriendo, le dijo por señas que no se preocupase, al mismo tiempo que estiraba los brazos y, con el inequívoco gesto de volver las palmas hacia abajo, les indicaba a los punkis que se sentaran en el suelo, a sus pies... Cosa que hicieron, con alguna reticencia... y permanecieron allí sentados, en silencio, con los ojos cerrados, durante casi dos horas... y cuando se levantaron, desperezándose, como abandonando un mal sueño, se dieron cuenta de que realmente se sentían vivos y felices por primera vez en mucho tiempo... Se despidieron cordialmente de él... pero cada martes, siempre encontraban un rato para estar sentados alrededor de Diógenes... Incluso en 2006, con las vidas bastante cambiadas, algunos de ellos con mujer e hijos, continúan con el ritual... "Diógenes nos da mucha paz..."
El 4 de abril de 2011 se produjo la catástrofe... Diógenes, de manera sorprendente, apareció aquella mañana con un antiestético casco naranja de la construcción, además de su paraguas... Nadie comprendía lo del casco... Eran las 19:30, y de repente, a todo el mundo le dieron ganas de hacer cualquier cosa fuera de la estación: coger el tren para ver a sus viejos amigos de la infancia, que vivían a un par de pueblos de distancia... Marcial el maquinista, por primera vez en muchos años, empezó a tocar el silbato de la locomotora... Encarna, la taquillera, se encaprichó de un chocolate con churros... Darío y su grupo de boy-scouts cambiaron repentinamente de idea, y en vez de esperar el último tren, decidieron aceptar la oferta del Albergue Juvenil y dormir aquella noche en la ciudad... Eloísa, que ya no estaba debajo de un almendro, piensa que es mejor quedarse en casa, tan calentita... Los inevitables jubilados que ven pasar los trenes comprenden que es más interesante ir a "ver las chatis del parque"... Y, rompiendo una costumbre de tantos años, cuando toda la estación está completamente desierta, Diógenes se sube al último vagón con su pequeña maleta y, usando un banderín rojo que nadie recuerda haber visto antes, le da la salida al tren de las 19:45, el último que saldría aquella tarde de la estación....
Bueno, aquella tarde... y cualquier otra tarde de cualquier otro mes y año... Pues mientras el convoy se alejaba traqueteando sobre las desiguales y venerables traviesas, un sepulcral crujido, que parecía venir de todas partes a la vez y de ninguna en particular... La recia bóveda, inspirada en los diseños de Gustave Eiffel, que había aguantado durante décadas el paso (y el peso) de los años, soportando también las agresiones del clima, la polución, la lluvia ácida, los nidos de cigüeñas... Empezó a resquebrajarse, lentamente, como si un relámpago de luz diurna rasgara el cielo... Y en poco más de cinco minutos, el techo y la pared posterior de la estación se habían colapsado... Se calcula que, de haberse producido el derrumbe mientras el tren estaba en la estación, los muertos y heridos habrían alcanzado el centenar... Lo mismo que si todos los trabajadores y reincidentes no se hubieran ido por una causa o por otra, también se habrían producido numerosas víctimas...
Desde aquél 4 de abril de 2010 han pasado ya muchos años.. más de diez... y jamás se ha vuelto a saber nada de Diógenes... ni tampoco se le ha podido localizar en la provincia... Nadie comprende muy bien cual fue su función durante aquellos años... Unos dicen que se trataba de dar buenos consejos a la gente, otros que canalizaba sus propias energías, para ayudarles a encontrar una salida... Otros comentaban que nunca estuvo realmente allí, que era un fantasma, cuyas energías canalizaban los deseos, posiblemente un viejo ferroviario... Incluso hay quien afirma que era el primitivo arquitecto de la estación, que necesitaba comprobar si sus cálculos eran acertados... Nadie comprende demasiado bien por qué se pasó tantos años en la estación... pero todos coinciden en afirmar que con su paciencia y su bondad, les pudo dar el mejor regalo: la conciencia del silencio...
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