miércoles, 6 de enero de 2010

ME EMBORRACHO CON LOS RECUERDOS DEL ALMA



Una vez más, mientras atardece en el jardín, observando las galas del otoño a través de la ventana, regresa como un mazazo aquella terrible sensación, de pérdida, de dolor, de ausencia... sobre todo, de ausencia, ante mí aparece, de nuevo, aquella ominosa botella, de cristal tallado, y aquél vasito de cristal, grabado...

Y yo, que nunca bebo, desenrosco el tapón, me sirvo, y poco a poco, me emborracho, con los recuerdos del alma...


El primero, el más amargo del momento, se desliza, como aquél vodka ruso a la pimienta que probé, hace mil años, mercurio líquido que te hace llorar... La última noche, junto a mi padre moribundo, crudamente iluminado por dos velas rojas perfumadas, para ocultar el hedor de la muerte, memorizando aquél rostro, estragado por el cáncer, hablándole, cogiendo su mano, diciéndole que, pese a todo, ha tratado de ser un buen padre, que a mí no me toca juzgarle, que ya se puede morir, que no vale la pena luchar, y horas más tarde, un lunes de noviembre, expiró...



El segundo, también ardiente, cuando tuvimos que taparle la cara con un paño de lino, pues tenía las facciones tan destrozadas, que parecía uno de sus queridos Faraones...


El tercero, algo más cálido, algo menos doloroso, es en verdad un conjunto de despedidas, desde el andén de una estación, cuando mi novia, tras un último y apasionado beso, sube al autobús, y desde su asiento, me busca con la mirada, sonríe pese a las lágrimas, articula un "Te quiero", y me saluda, tristemente, mientras el monstruo arranca, y se la lleva lejos... Al recordar todo esto, yo me pregunto... ¿Adonde se han ido todos aquellos besos?


El cuarto, aquella noche de domingo, trabajando en el call center, pero sabiendo, al mismo tiempo, que mi abuelo agonizaba en un sombrío hospital... No me pude despedir de él...


El quinto recuerdo es de unas lágrimas que caen sobre el teclado, los ríos de la pena se abren paso, arrasan todas las barreras, tan duramente erigidas durante tantos años, por no sufrir, por no pensar ni sentir... Diez largos años de lágrimas amargas, negras como la muerte... Los sentimientos desolados se abren paso, y lloro casi toda la noche, mientras escribo una carta de tristeza, de ausencias, y desamor... Se rompe el bloqueo, me siento morir, quiero aullar mi dolor... pues ya nunca más estaré junto a tí...


El sexto recuerdo, en verdad, está formado por varias decenas de viajes en coche, con la madrugada, hacia el nuevo día, por aprovechar un poco más el fin de semana... Noches de mirada fija en la oscuridad del camino, y de muchos, tal vez demasiados, pensamientos...

El séptimo recuerdo me hace regresar en el tiempo a una ermita perdida en los montes de Cantabria, a los años de la inocencia (relativa), al descubrimiento del mundo, de la naturaleza, y de la amistad... Fue una fría noche, todo el grupo durmiendo en los sacos, todos muy juntos... La puerta está cerrada, y tú velas durante un rato el sueño de todos, y te sientes bien...Pequeño y enclenque testigo del tiempo, tan solo te vence el cansancio, cuando el fulgor del alba desliza sus dedos bajo la puerta... Volví a la vieja ermita, casi veinte años más tarde, y nada había cambiado en ella...


El octavo y último trago me trae de nuevo al presente, al ahora, a cada momento desperdiciado, a cada beso que ha muerto, de tristeza, sin salir de tus labios...
La botella está vacía...

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