Hace muchos, pero que muchos, muchos años... vamos, tantos que me cuesta incluso recordar la historia que os quería contar... ¿era la del recaudador de impuestos honrado? ¿la del carretero que montó a su buey en el carro, y lo llevó de paseo por todo el pueblo? ¿la de Marco, que vivía en un pueblo muy lejano, al pie de las montañas? ¿la de aquella famosa juglar, que se hizo pasar por varón, para conseguir el amor de una dama? Por cierto, esa es una muy buena historia, pero igual no es demasiado adecuada para tan tiernos oídos...
Pues eso, que hace incluso demasiado tiempo para saber cuando fue... alguna vez pasó algo importante... o puede que no lo fuera demasiado... aunque tal vez sí... bueno, en la duda, diremos que posiblemente pasó algo importante... pues de otro modo, no tendrá demasiado sentido el contaros algo sin interés, ¿verdad? Básicamente, porque tengo la certeza de no dedicarme a la política, ni a la religión, ni a la venta puerta a puerta de pergaminos con el secreto para maximizar la rentabilidad de la cosecha de nabos...
Resumiendo: que hace tanto tiempo que ni me acuerdo, en un lugar del que tampoco conservo memoria, pasó algo que pudo ser importante, o tal vez no... Además, depende mucho de la definición que cada uno tenga de la importancia: que te caiga una manzana sobre la cabeza no es algo en principio demasiado importante, pero quizás sí lo sean sus consecuencias... ¿De qué estábamos hablando?..... ¡Ah, sí, lo recuerdo! Del caballero enamorado, que se dejó morir de amor, en medio del bosque... abatido por la ensoñación de una hechicera... Este caballero era de lo más común, de lo más sencillo en estos convulsos tiempos: mitad caballero, mitad rufián, mitad trovador... ¡Cómo, que no se pueden tener tres mitades! Vale, cambiemos entonces mitad por tercio, si os gusta más...
Ahora, solo falta que me digáis que no se puede morir de amor... Pues sí señor, se puede, y de hecho, sucede con más frecuencia de la que ustedes/vosotros piensan... El amor tal vez no te mata directamente: no te lanza virotes envenedados con una ballesta, ni te aporrea el cráneo con una maza... ni te destroza el pecho y las costillas como una lanza... Pero puede resultar igual de letal, pues te envuelve el corazón en finas tiras de remordimiento, de pasión no confesada, de ausencia... y lentamente, lo va aplastando... lo va triturando... y finalmente revienta....
Y eso es lo que le pasó al pobre caballero enamorado, que yace en mitad del bosque, sobre un pedestal de metro y medio, que erigió con madera y piedra y tierra... Y allí espera, por siempre, la visisita de su amada, con las armas dispuestas a su lado, la lanza estirada a su derecha, la espada a su izquierda, la cota de malla alisada, el escudo sobre el pecho... y el yelmo alzado, mirando a los ojos al cielo, con una sonrisa fija por siempre en los labios... Pues el pobre infeliz, por los delirios del hambre, murió convencido de que su princesa, su Hechicera, vino a su lado, y le arrebató la vida con un beso de sus turgentes labios...
Lo más curioso es que yo también creo que pasó de esa manera... ¿Que cómo lo sé? Muy sencillo: yo estuve allí... Desde entonces, con el paso del tiempo, de los meses, de los años, es como si un extraño sortilegio se hubiera apoderado del cuerpo, pues la carne se ha convertido en piedra, y por siempre perdura el recuerdo del caballero que murió por amor...
No, ahora mismo no recuerdo si llegó a revelarle alguna vez sus sentimientos a la Hechicera... y de todas formas, tampoco es importante.... ¿Pues no seréis ahora capaces de decir que el Verdadero Amor necesita, imperiosamente, ser exteriorizado? Además, su historia, su romance, su idilio, si es que lo hubo... realmente forma parte de otra historia... de la que ahora mismo no consigo acordarme...
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