martes, 26 de junio de 2012

UNA SIESTA CON YOLANDA...


Verte otra vez, y saber que eres mía... Y que yo soy tuyo...

Tus manos acarician tu garganta, lentamente bajan por tu pecho, te acaricias como si fueras una gata, muy despacio... Y recorres perezosamente los mismos senderos que mis manos han ido trazando en tu cuerpo de   diosa... Vale, es cierto que los años no han pasado en balde, y de alguna manera los dos hemos ido cambiando durante todo este tiempo... Ya no eres la dulce adolescente de la que me enamoré desde el primer momento, aquella tarde del mes de julio de 1991... El viejo bañador de color azul turquesa que llevabas puesto hace ya mucho tiempo que lo has desechado, pero sigue ahí, guardado en mi memoria, igual que todos aquellos ratos que pasamos juntos cuando nos conocimos... Igual que todos y cada uno de los momentos que hemos ido compartiendo juntos durante estos años... De todas formas, tampoco yo soy el mismo, la vida me ha robado muchas ilusiones antiguas, pero me ha ido dando otras nuevas, casi sin darme cuenta... Y muchas de ellas siguen teniendo que ver contigo, hasta tal punto que no puedo imaginar lo que sería de mí, si tú no estuvieras conmigo, entre mis brazos, mirándome con esos ojos de gata, negros como el infierno de la ausencia...

Y yo te miro, desde el otro lado de la cama... Son los momentos especiales que casi siempre se dan después del sexo, cuando te relajas... y recuerdas... Atrás queda una de esas tardes de verano, sin demasiado calor en nuestra cama, con el aire movido perezosamente por las aspas del ventilador... Para nosotros, el mundo exterior, con sus prisas, el trabajo, los amigos, incluso la familia, hace ya mucho tiempo que ha dejado de existir... Porque juntos formamos un micro-mundo, el club más selecto, y el resto del universo hace mucho tiempo que dejó de existir...

Tu larga melena negra cae en suaves ondas a lo largo de tu espalda, y la suave brisa del ventilador parece dotarla de vida propia... Siempre me ha intrigado esa capacidad de tu pelo, ¿sabes?... Muchas veces, cuando sales al a calle en calurosas tardes de verano como ésta, lo domesticas, casi siempre en una trenza que te cae casi hasta la cintura, y así es como más me gusta verte... Como estabas antes, cuando paseábamos hacia nuestra casa, esta mañana... Llevabas un vestido ibicenco de color blanco, y las prodigiosas sandalias Cleopatra, con finas tiras de cuello anudadas casi hasta la rodilla, además de un pequeño bolso de cuero blanco, con todas esas pequeñas cosas sin las que las mujeres parece que no podéis vivir: el monedero, el móvil, la cartera, y el botecito de vaselina con sabor a frutas del bosque que tanto me gusta sentir en los labios cuando te beso, además de un pequeño cepillo y un coletero de repuesto... Estabas realmente preciosa durante nuestro paseo... y así te lo he dicho... "Yolanda, hoy estás incluso más hermosa que ayer..." Y tú te has reído, por lo bajito, y luego me has dicho "será que tú me miras con buenos ojos..." y te has parado un momento, cogiéndome la mano muy suavemente, y me has besado...

Hemos llegado a nuestra casa a la hora de comer, hoy tocaba comer ligero, un par de lonchas de salmón fresco, ensalada de lechuga y tomate, y de postre, helado de chocolate, del que tanto nos gusta, amargo pero con un chorrito de leche condensada... Hemos comido en silencio, en nuestra mesa de la cocina, con su lámpara estilo "bistró" francés, con el mantel a cuadros rojos y blancos, ese que tanto le gusta a nuestro gato negro, mientras veíamos la televisión (las noticias de la dos)... Y después, mientras tú preparabas la cafetera de café descafeinado, yo he fregado los platos...

Luego, nos hemos lavado los dientes, y te he acompañado a la habitación, para dormir la siesta... Aunque mientras tú te quitabas el vestido ibicenco para ponerte más cómoda, yo tenía otras ideas en la mente... Además, ¿quién puede pensar solamente en dormir la siesta, cuando está delante de una de las mujeres más bellas del planeta... que además por casualidad resulta que es mi mujer?

Por eso, mientras tú te quitabas el vestido desanudando los lazos de los hombros, yo me he acercado muy despacio hasta ti... te he abrazado por detrás muy suavemente, enlazando tus caderas... y te he besado, levemente, en el cuello... Entonces, te has girado un poco... has abierto un poco tu boca... y me has besado en los labios... Y el mundo ha dejado de tener importancia para los dos... Después han llegado las caricias... Nos hemos seguido abrazando, y besando, con ternura, y hemos terminado el descenso sobre la blanda y blanca superficie de nuestra cama... Entre alguna que otra risa, has conseguido quitarme el resto de la ropa, "es injusto que yo esté solamente con el tanga y el sujetador, y tú todavía estés vestido, ¿no te parece?"... Pero tus hábiles manos han tardado muy poco en compensar la diferencia...

Y allí estábamos los dos, solos, recostados en nuestro campo de batalla preferido, acariciándonos suavemente, sintiendo piel contra piel el tacto de nuestros dedos, trazando perezosos arabescos sobre la piel del otro, y besándonos... Nuestros cuerpos se buscaban, bajo la suave brisa del ventilador... y nos hemos encontrado en nuestro campo de batalla favorito, realizando el ritual más sagrado posible entre dos personas que se aman (sin importar el género): hacer el amor...

Luego, abrazados, nos hemos tapado un poco con la sábana... te has quedado dormida, desnuda, entre mis brazos... Mientras yo te miraba dormir... Estás tan hermosa como en mis mejores sueños, tienes la piel levemente bronceada (gracias a las tardes que hemos pasado en la piscina, y a nuestros paseos vespertinos), y me gusta recorrerla levemente con la mirada, recordando la topografía de tu cuerpo de diosa adolescente, en parte velado por la sábana blanca...

Hace unos minutos, te has despertado, me has dado un beso, y has empezado con el lento ritual del acicalamiento... y tus manos han empezado a recorrer tu larga melena negra... Y han bajado lentamente por tu cuello de garza, mientras yo te acariciaba con la mirada...

Y he pensado que mi mundo era perfecto... Puesto que tú estabas en él...

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