lunes, 15 de febrero de 2016

TENÍA QUE PASAR…



Nunca me han gustado los trepas ni los oportunistas, y ya desde el primer momento, desde la presentación de los nuevos consultores, me pareció evidente que Luis Miguel y yo no nos llevaríamos bien. ¡Menudo pelele, siempre con el “sí señor Martínez… lo que usted diga, señor Martínez”! Vale que en estos tiempos es sumamente complicado conseguir unas prácticas remuneradas en una empresa como Ernst&Young, pero eso no quiere decir que tengas que renunciar a tu dignidad en cuanto cruzas la puerta.
Esa manera de responder a todo el mundo, tan servil…
-          ¿Edad?
-          Veintiocho recién cumplidos.
-          ¿Experiencia previa?
-          Cuatro meses de becario junior en Deloitte, y tres meses en The independent.
-          ¿Idiomas?
-          Francés, inglés e italiano, quinto curso de la Escuela Oficial de Idiomas.
-          ¿Disponibilidad?
-          Absoluta.
-          ¿Incluyendo fines de semana?
-          Y festivos.
-          ¿Aspiraciones económicas?
-          Las que ustedes pongan.

Y yo, asistiendo impertérrita a ese diálogo, porque era la siguiente candidata. ¡Pero qué ganas me dieron de saltarle al cuello con lo de la disponibilidad! ¡Solo le faltó responderle, meloso, “y dispuesto a hacer lo que sea por la empresa…”! ¡Y eso de las aspiraciones económicas! ¡Como si no supiera que te dan bonos de comida del Monopoly y el abono transportes! Bueno, y seiscientos euros si superas los primeros cuatro meses…

Al principio, trabajábamos en departamentos distintos, afortunadamente. Yo en el de “New Prospects”, perdón, clientes potenciales; y él en “Technical support” (soporte técnico), por lo que apenas si nos rozábamos. Vale, no dudo que yo pueda ser un poco picajosa con la dignidad en el trabajo, pero es que el servilismo lo llevo fatal. Los primeros días, iba al trabajo con falda y chaqueta, pensando que de esa manera luciría más las piernas y el bronceado… Pero luego me di cuenta de que todas mis compañeras iban con unos comodísimos trajes de chaqueta, y decidí imitarlas en cuanto me dieron la dirección de  la boutique. Lo malo es que Luis Miguel se fijó en mis piernas (y en mi tipo) en el ascensor. ¡Menudo baboso! ¿Acaso los tíos piensan que no nos damos cuenta cuando nos están desnudando con la mirada? Y yo, tan digna, y tan fría, me puse a mirarle fijamente la entrepierna, hasta que se dio cuenta, se sonrojó, y se puso a mirar al suelo. Me quedé con las ganas de darle una leccioncita de educación. Un pequeño triunfo es que desde ese momento procura evitarme en el ascensor, sobre todo si tenemos que viajar solos. Claro que, trabajando ambos en la planta treinta y dos del edificio Torre de Madrid y para la misma empresa, era inevitable. Aunque es cierto que algunas miradas sientan mejor que otras… Cuando me mira Isabella siento un cosquilleo de lo más agradable…

La cena de empresa fue particularmente interesante. Estaban los jefes, los jefecillos y los trepas, todos ellos en la esquina noroeste del restaurante, bien pegados a la barra. ¡Menudo grupo! Una cosa es que te lleves bien con los compañeros, lo que hace el trabajo mucho más agradable, sobre todo cuando te tienes que quedar hasta tarde para hacer una teleconferencia con el extranjero. Nunca vienen mal unas risas, un poco de compadreo, pero sin traspasar ciertos límites. Pero otra cosa muy distinta es decir que sí a todo. Claro, es que hay algunos que en cuanto se toman un par de copas, pierden la educación, como mi querido Luis Miguel. Míralo, con la camisa desabrochada, riéndole las gracias al señor Martínez, nuestro supervisor del grupo de “trainees”, perdón de putos consultores casi gratuitos. ¿Es que nadie recuerda que dentro de unas horas, cuando termine la barra libre, las cosas volverán a ser como antes? ¿Qué la camaradería y las buenas caras se terminarán? ¿Pero que los numeritos, como el suyo, quedarán en el recuerdo? Lo único bueno de esta dichosa cena de empresa es que pude sentarme al lado de Isabella… Por sus comentarios y su forma de mirarme creí que esa noche podía ser interesante… Y lo fue…

Pero claro, lo que ni yo ni nadie podía pensar era en el “joint venture Project”, es decir, en la unión temporal de departamentos para satisfacer las necesidades del mercado asiático. Resumiendo, que tendría que trabajar mano a mano con Luis Miguel durante varios meses. Nuevos motivos para odiarle: ¡¡se come las uñas!! Y ese dichoso perfume que tanto me gusta en Isabella (a ella le encanta porque es de hombre), es precisamente el que se ha comprado Luis Miguel. ¿Acaso no existen perfumes de hombre suficientes en el mundo, para que los dos usen “Fleur de Jour”, de Hugo Boss? 

Y ahora, tengo que aguantarle a diario, con sus miraditas, sus halagos, su educación tan empalagosa… Claro que, por otra parte, igual puedo aprovecharme de él… No me interesa demasiado que se descubran mis orientaciones sexuales… y teniendo en cuenta las suyas, que he descubierto el otro día, podemos ser un matrimonio de conveniencia… ¡Si al final va a resultar que tanta miradita era puro disimulo! ¡Una bollera y un sarasa, unidos por Ernst&Young, jajaja!



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