Nunca me han gustado los
trepas ni los oportunistas, y ya desde el primer momento, desde la presentación
de los nuevos consultores, me pareció evidente que Luis Miguel y yo no nos
llevaríamos bien. ¡Menudo pelele, siempre con el “sí señor Martínez… lo que usted
diga, señor Martínez”! Vale que en estos tiempos es sumamente complicado
conseguir unas prácticas remuneradas en una empresa como Ernst&Young, pero
eso no quiere decir que tengas que renunciar a tu dignidad en cuanto cruzas la
puerta.
Esa manera de responder a
todo el mundo, tan servil…
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¿Edad?
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Veintiocho recién cumplidos.
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¿Experiencia previa?
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Cuatro meses de becario junior en
Deloitte, y tres meses en The independent.
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¿Idiomas?
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Francés, inglés e italiano, quinto curso
de la Escuela Oficial de Idiomas.
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¿Disponibilidad?
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Absoluta.
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¿Incluyendo fines de semana?
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Y festivos.
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¿Aspiraciones económicas?
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Las que ustedes pongan.
Y yo, asistiendo
impertérrita a ese diálogo, porque era la siguiente candidata. ¡Pero qué ganas
me dieron de saltarle al cuello con lo de la disponibilidad! ¡Solo le faltó
responderle, meloso, “y dispuesto a hacer lo que sea por la empresa…”! ¡Y eso
de las aspiraciones económicas! ¡Como si no supiera que te dan bonos de comida
del Monopoly y el abono transportes! Bueno, y seiscientos euros si superas los
primeros cuatro meses…
Al principio,
trabajábamos en departamentos distintos, afortunadamente. Yo en el de “New
Prospects”, perdón, clientes potenciales; y él en “Technical support” (soporte
técnico), por lo que apenas si nos rozábamos. Vale, no dudo que yo pueda ser un
poco picajosa con la dignidad en el trabajo, pero es que el servilismo lo llevo
fatal. Los primeros días, iba al trabajo con falda y chaqueta, pensando que de
esa manera luciría más las piernas y el bronceado… Pero luego me di cuenta de
que todas mis compañeras iban con unos comodísimos trajes de chaqueta, y decidí
imitarlas en cuanto me dieron la dirección de
la boutique. Lo malo es que Luis Miguel se fijó en mis piernas (y en mi
tipo) en el ascensor. ¡Menudo baboso! ¿Acaso los tíos piensan que no nos damos
cuenta cuando nos están desnudando con la mirada? Y yo, tan digna, y tan fría,
me puse a mirarle fijamente la entrepierna, hasta que se dio cuenta, se
sonrojó, y se puso a mirar al suelo. Me quedé con las ganas de darle una
leccioncita de educación. Un pequeño triunfo es que desde ese momento procura
evitarme en el ascensor, sobre todo si tenemos que viajar solos. Claro que,
trabajando ambos en la planta treinta y dos del edificio Torre de Madrid y para
la misma empresa, era inevitable. Aunque es cierto que algunas miradas sientan
mejor que otras… Cuando me mira Isabella siento un cosquilleo de lo más
agradable…
La cena de empresa fue
particularmente interesante. Estaban los jefes, los jefecillos y los trepas,
todos ellos en la esquina noroeste del restaurante, bien pegados a la barra.
¡Menudo grupo! Una cosa es que te lleves bien con los compañeros, lo que hace
el trabajo mucho más agradable, sobre todo cuando te tienes que quedar hasta
tarde para hacer una teleconferencia con el extranjero. Nunca vienen mal unas
risas, un poco de compadreo, pero sin traspasar ciertos límites. Pero otra cosa
muy distinta es decir que sí a todo. Claro, es que hay algunos que en cuanto se
toman un par de copas, pierden la educación, como mi querido Luis Miguel.
Míralo, con la camisa desabrochada, riéndole las gracias al señor Martínez,
nuestro supervisor del grupo de “trainees”, perdón de putos consultores casi
gratuitos. ¿Es que nadie recuerda que dentro de unas horas, cuando termine la
barra libre, las cosas volverán a ser como antes? ¿Qué la camaradería y las
buenas caras se terminarán? ¿Pero que los numeritos, como el suyo, quedarán en
el recuerdo? Lo único bueno de esta dichosa cena de empresa es que pude
sentarme al lado de Isabella… Por sus comentarios y su forma de mirarme creí
que esa noche podía ser interesante… Y lo fue…
Pero claro, lo que ni yo
ni nadie podía pensar era en el “joint venture Project”, es decir, en la unión
temporal de departamentos para satisfacer las necesidades del mercado asiático.
Resumiendo, que tendría que trabajar mano a mano con Luis Miguel durante varios
meses. Nuevos motivos para odiarle: ¡¡se come las uñas!! Y ese dichoso perfume
que tanto me gusta en Isabella (a ella le encanta porque es de hombre), es precisamente
el que se ha comprado Luis Miguel. ¿Acaso no existen perfumes de hombre
suficientes en el mundo, para que los dos usen “Fleur de Jour”, de Hugo Boss?
Y
ahora, tengo que aguantarle a diario, con sus miraditas, sus halagos, su
educación tan empalagosa… Claro que, por otra parte, igual puedo aprovecharme
de él… No me interesa demasiado que se descubran mis orientaciones sexuales… y
teniendo en cuenta las suyas, que he descubierto el otro día, podemos ser un
matrimonio de conveniencia… ¡Si al final va a resultar que tanta miradita era
puro disimulo! ¡Una bollera y un sarasa, unidos por Ernst&Young, jajaja!
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