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'Causa Abierta' cede hoy la palabra de nuevo, como firma invitada, al periodista Fernando Codina, un joven y a la vez viejo docente que diserta sobre el papel del profesor para llegar a algo más: el sentido final de la educación, la madurez de la sociedad, el papel de los padres y, cómo no, la actitud de los alumnos. Adelante, pues, con un artículo que invita a la reflexión y a la participación. Paula Ballesteros.
Yo también defiendo al profesor
Por Fernando Codina
Hace algunos días, me enviaron un enlace hacia una campaña de firmas, en defensa del profesor. Y, al margen de lo acertada que me parezca la iniciativa, o de las “figuras” del mundo del deporte, empresarial, sindicatos y muchos particulares, incluyendo a profesores y directores de instituto, lo que más me preocupa es, precisamente, el que haya sido necesario ponerla en marcha. Que este grupo de personas consideren que un profesor tiene que ser defendido.
Se puede dividir en cuatro bloques, cada uno con su finalidad. La primera parte es una letanía de titulares de prensa, o de fragmentos de informativos de distintas cadenas de televisión, para abordar el problema. La segunda se centra en diversas micro-entrevistas con periodistas, portavoces de un sindicato de profesores, docentes, directores de un centro. La tercera, tal vez un poco larga, es otra letanía, donde padres, alumnos, profesores, deportistas, repiten machaconamente el mismo mensaje: “Yo también defiendo al profesor”. Y la cuarta, aunque fuera del vídeo, es la invitación a firmar, indicando de esta manera tu apoyo hacia el docente.
En general, y más allá de ciertas afirmaciones, que como poco me parecen repetitivas, está bien... pero hay clamorosas ausencias, como sería la de un jurista que mencionase la normativa vigente; un representante de las fuerzas del orden público; incluso un psicólogo o psiquiatra que hablase del “mobbing” o el testimonio de un profesor. De todas formas, la impresión general es que las cosas han cambiado mucho, y a peor, en estos últimos años.
En el fondo, creo que se trata de una cuestión de respeto y de reconocimiento. Respeto hacia los profesores, sobre todo los de Educación Secundaria Obligatoria, puesto que el cambio, la “monstruización” (y perdón por la palabreja) de los alumnos parece producirse con la llegada al instituto (o I.E.S.). Y de reconocimiento de la labor, importantísima, que se realiza a diario. El mero hecho de que se plantee la necesidad de estas dos “erres” me hace pensar que las cosas han cambiado mucho, y por supuesto, a peor.
“In illo tempore”, “en aquellos tiempos…” como diría mi profesora de latín, cuando yo mismo iba al instituto, siempre teníamos presentes aquellas dos “erres” en nuestro trato con los profesores, ni se nos ocurría pensar en levantar la cabeza cuando estábamos leyendo un texto en clase de Literatura, o hablar, ni siquiera en voz baja, si se nos había llamado la atención.
Nuestra función era aprender, y por eso íbamos a clase, y al menos algunos de los conocimientos que nos proporcionaban nos ayudaría a tener un futuro mejor. Cuando tienes doce o catorce años, muchas veces te interesa más el mundo exterior, o las piernas o el escote de tu compañera de pupitre, que una larga disertación sobre la batalla de las Termópilas.
Entonces, te limitas a poner cara de interés, mientras que estás pensando en tus cosas. Pero de ninguna manera te dedicas a interrumpir la clase. Es cierto, los primeros días del nuevo curso, el ambiente era algo peculiar, tanteabas a los docentes, para conocerles un poco, el tipo de exámenes, las maneras de evaluación complementarias.
Los profesores, por su parte, tenían muy claro que bastaba con una simple mirada, como la del señor Roda, para obtener el silencio. Y que no era necesario alzar la voz. Ni tampoco resultaba peligroso darse la vuelta para escribir en la pizarra. En los pasillos, los alumnos nos separábamos para dejarles pasar. Y la sala de profesores era una especie de remanso de paz, a la vez que purgatorio, al que nunca queríamos entrar.
Y sobre el reconocimiento… quizás el más evidente sea el que, veintidós años después de abandonar las aulas (como estudiante), todavía te acuerdes de sus nombres, de aquellos profesores, hombres y mujeres, que te enseñaron tantas cosas: Mme. Flambard, Mme. Pauthal, Mme. Diaz, Mr. Roda, Mme. Thauvain.
En aquellos tiempos, insisto, no tan lejanos, yo nací en 1970, la impresión en el colegio y en el instituto era la de estar trabajando juntos, alumnos y profesores, por lo que, de todas formas, nos incumbía sobre todo a los estudiantes: formarnos para nuestro futuro. Sin embargo, había más elementos implicados en esta formación: la familia, los amigos, y, de alguna manera, la sociedad.
En el año 2000, regresé a las aulas, mas esta vez, como profesor interino de francés. Y durante cuatro años, he “disfrutado” en diversos institutos de las “delicias de la enseñanza”. En el video, hablan de algunos de los problemas que tienen que afrontar los profesores en la actualidad. Bien, pues os puedo asegurar que, en demasiados aspectos, se quedan cortos. Hablan del profesor “quemado”, y este caso lo conozco muy bien, puesto que es el mío.
El mayor problema que tiene que afrontar un profesor recién llegado al centro, es el de ubicarse: nadie te prepara, ni te da información sobre la localización de tu aula, el tipo de alumnos que hay en ella, el número, si tienes repetidores. En el mismo departamento, dependes muchísimo del jefe de departamento, de los propios compañeros. Y siempre llevas la etiqueta de “temporal”, porque todos saben que eres “el interino”, y que en cualquier momento, te puedes ir a la calle, de no ser una de las cotizadísimas vacantes de curso entero.
Los alumnos están, por supuesto, a la expectativa, y el desarrollo de tu trabajo estará condicionado por las primeras horas de clase: consejo para los interinos: pisa fuerte, créate fama de profesor duro, y gánate el respeto, que para suavizarte, siempre hay tiempo.
Al principio de este artículo, hablaba de la “monstruización”, ¿recordáis? Tiene que ver con la integración de los alumnos, recién llegados del colegio, en el instituto (o IES): en 1º de la ESO, vienen con los ojos abiertos, el corazón a veces en un puño, y la impresión de ser los más pequeños del centro, cuando antes eran los más grandes, pero dar clase con ellos, en general, es una experiencia gratificante.
En 2º, el ambiente se vuelve un poco más confuso, la dichosa adolescencia entra en acción, y empieza a haber más hormonas que interés por el estudio. En 3º, bueno, es necesario atarlos muy corto, para que no se desmanden, y al menos unos pocos estudien. En 4º, puede ser el cielo o el infierno, en función de tu aguante, tu tolerancia, o tu eficacia en imponer algo de disciplina.
Abandoné la enseñanza, y conocí algunos de sus aspectos más oscuros, “gracias” a un grupo de 4º-A y 4º-B de la ESO, y en buena parte fue también responsabilidad de la dirección del centro, al juntar a 40 alumnos, un altísimo porcentaje repetidores, para aprender una asignatura que no les interesaba lo más mínimo.
Ahora bien, ¿cuáles son las dolencias del sistema educativo español? Son muchas, seguro que tú encuentras algunas más, pero yo me quedo con unas cuantas.
1º) El mismo sistema de las oposiciones: tienes que memorizar toneladas métricas de datos que no utilizarás en la vida, normativas, teorías, que a la hora de la verdad, no te sirven para nada. Eso por no hablar de los sistemas de baremación, los puntos extra. Y del propio examen, completamente decimonónico, y la asignación de plazas.
2º) No todos valen para enseñar: la docencia no debería ser una alternativa laboral para cualquiera, si no hay interés por desarrollar una carrera en este ámbito, si no hay vocación y conocimiento previo, es mejor opositar a otra cosa.
3º) Los profesores: es imperioso lograr una mayor implicación de los profesores con la sociedad, con los alumnos, hacer que se sientan más apoyados, que no tengan “miedo”… Pero ellos solos no pueden cargar con todo el peso.
4º) Los alumnos: hay una falta de respeto muy elevada, un menosprecio hacia los docentes, que en buena medida deriva de la “utilidad” de la materia. Si enseñas matemáticas o inglés, tienes mucho ganado. Pero si te especializas en educación plástica o en francés, que Dios te coja confesado.
5º) Los padres: tienen buena parte de la culpa de lo que sucede actualmente con el sistema educativo, con el respeto a los profesores… “Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo”, como dice el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud en su " Decálogo para formar un delincuente".
6º) La sociedad: a nadie le importa cómo se sienta un profesor, o si un alumno aprende o pierde el tiempo. De lo que se trata de tener a los jóvenes el mayor tiempo posible en las aulas, sean las que sean, para retrasar de esa manera su incorporación a las listas del paro. A la vez se va creando un trabajo cada vez más paupérrimo, de ínfima calidad y nula expectativa de superación o de mejora.
Y es necesario que todos estos actores se tomen las cosas en serio, que desde el Gobierno y las Instituciones de todo tipo, se pongan de acuerdo, y cambien las cosas. Aunque para ser un país de teleoperadores y comerciales, de bailaoras y camareros, tampoco hace falta mucha formación ni cultura, ¿verdad?
Si la tendencia no se modifica, dentro de poco, igual en 10 o 15 años, el ser “profesor” igual se convierte en una profesión de riesgo, y tienen que acudir a sus clases protegidos por vigilantes de seguridad (armados, por supuesto) o por escoltas, e impartir las lecciones desde una pecera de cristal blindado, procurando en todo caso no despertar a los “queridos alumnos” con el ruidito de la tiza… ¿Crees que exagero? Bueno, el tiempo dirá...
Una vez más, y gracias a Paula Ballesteros, cuya sección "Causa abierta" es francamente interesante, los compañeros de "El Digital de Madrid" me han permitido escribir y publicar un artículo de opinión. Espero que os guste y, sobre todo, os haga pensar un poco...
ResponderEliminary, afortunadamente, el proceso de "monstruización" no afecta por igual a todos los alumnos... No se puede generalizar... Hay alumnos brillantes en todos los niveles, como también hay auténticos desastres... Y también hay buenos, malos, excelentes y pésimos profesores... Pero si las cosas no empiezan a cambiar pronto, quizás terminemos siguiendo los pasos de América, donde los detectores de metales y los vigilantes de seguridad armados se han convertido en parte del mobiliario de muchos institutos...
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