Otoño en el Parque del Retiro... un manto de hojas muertas, con los colores del fuego, de la vida, tapizan el suelo... leves fragancias a pasados lejanos se desprenden a mi paso, y redescubro aquellos aromas, aquellos recuerdos, olvidados... Pero que siguen vivos dentro de mí, en algún lugar, perdido, que no han sido mancillados por el paso de tiempo y espacio, ni por la propia vida, esa zorra esquiva que masacra la memoria...
Carreras frenéticas por La Chopera, pilotando aquellos triciclos, inmensos, de hierro, con sillín de cuero y cuernos propios de un Mihura, que se alquilaban por horas, y que mi hermana y yo convertíamos en cuádrigas, emulando a toda velocidad la escena culminante de "Ben Hur"... bajo la atenta mirada de nuestro abuelo... Creo que de alguna manera, fueron los precursores de los dichosos "quads"...
El olor de las piras de hojas, que los jardineros apilaban con cuidado en medio de las encrucijadas del parque, antes de prenderles fuego, con un poco de gasolina de mechero y una cerilla, mientras se quedaban observando, complacidos, cómo su trabajo se elevaba hasta el cielo en tenues y grisáceas volutas... En aquellos tiempos, no existían barredoras ni sopladoras, el trabajo se realizaba a mano... eran otros tiempos, insisto... que ahora recuerdo como mejores...
La sorpresa de los niños al encontrar, en medio de un montón de hojas, que siempre parece gigantesco, alguna lombriz, alguna rana que no ha llegado a hibernar, criaturas de la floresta madrileña, incluyendo ratas de agua y algunos topos...
La alegría salvaje de amontonar al pié de un tobogan un enorme montón de hojas, y luego dejarte caer, con los ojos bien abiertos y el corazón en un puño, para perderte durante unos someros instantes dentro de un universo crujiente y colorido, como si hubieras escapado del mundo, y de todos los problemas que, mientras eres niño, parecen tan importantes... y cuando envejeces, en ocasiones se han convertido en pequeños recuerdos agridulces...
Pues supongo que a los barrenderos no les haría demasiada ilusión cada vez que desparramábamos su trabajo haciendo el bestia... Y que para todas aquellas personas que vagaban por las calles sin rumbo fijo, se sentaban en los bancos a mirar el tiempo... con un aparente denominador común: la edad... Y tú, como niño que disfruta jugando, casi no existen... Y cuando creces, y eres un adolescente, vas demasiado pendiente de tu propio cuerpo en ebullición, del calor que desprende la persona amada, del tacto de su mano... O de algo, tan sencillo, como el brazo de un amigo sobre los hombros...
El momento en el que se desprende la última hoja, que afortunadamente no es aquella de la que hablaba O´Henry, uno de tantos narradores americanos que parecen haber caído en el olvido durante los últimos años (os dejo el enlace: http://216.120.251.219/textos/cuentos/ing/henry/ultimaho.htm)... en aquél momento en que los árboles elevan al cielo sus brazos descarnados... notas que algo está cambiando...
Ha llegado el verano... y se ha ido, de puntillas... Ha llegado el Otoño, para quedarse, para envolvernos en sus colores, sus sabores, sus olores... Por cierto, es la mejor época para disfrutar del Hayedo de Montejo, con las excursiones que organizan en casi todas partes... O de los bosques frondosos... Para sentirte profundamente vivo...
Es el contraste, entre la vida que llevas dentro, y la suave fragancia de la muerte, del humus, de la tierra negra y esponjosa, por la que se desliza en silencio la vida... Este año, asisto a los primeros colores del otoño desde primera fila, en el jardín de la comunidad... Los árboles y matorrales ya están preparando sus mejores galas... Y muy cerca, otros dos parques ofrecen la sinfonía de colores, olores, y sonidos: el Parque del Capricho, y el Juan Carlos Iº...
Pero este año, tengo una cita ineludible, cualquier mañana de sábado, en el Parque del Retiro... Con un libro en las manos... y un cucurucho de castañas calentitas... Aunque este año, no seré yo quien desparrame los montones de hojas... ni mucho menos quien baje por el tobogán... Aquellos recuerdos, son algunos de los que conservo con más cariño, en algún lugar del corazón...
Creo que yo seré más bien una de aquellas personas que disfrutan del sol, mientras ven pasar la vida, y siguen con la mirada a los adolescentes que caminan cogidos de la mano... a los niños que juegan entre las hojas... y, sobre todo, a las parejas que pasean por los senderos, empujando un carrito de bebé... Sinfonía, nostálgica, de otoño...
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