martes, 16 de febrero de 2010

PEDACITOS DE ETERNIDAD


Me gustan mucho todos los pequeños besos, que recojo de los labios de mi mujer... sobre todo, cuando ella no se lo espera... Son pedacitos de eternidad, hilvanados en la pequeña colección de anécdotas que conforman nuestra historia de amor... Dentro de un mes y pico, celebraremos catorce años juntos... Y cuando me sumerjo en mis recuerdos, veo tantos pequeños momentos, que sonrío involuntariamente...


Cuando pienso en ello, no puedo recordar un solo momento en el cual nuestros labios se hayan unido... y nuestros ojos se queden abiertos... Es uno de los pequeños secretos del amor: cuando amas de verdad, los ojos se cierran... Muchas veces, en casa, y con nuestro gato muy atento para prestar un testimonio como es debido, lo hemos intentado, Fátima y yo... pero al ver los esfuerzos del otro, esa mirada bizca, tartamuda... nos ha entrado un ataque de risa tan tonto, que ha sido completamente imposible...


Por eso, creo que salvo hacer el amor, un beso en los labios es una de las actividades más íntimas, más fascinantes, que se puedan imaginar... Por supuesto, hay millones de tipos de besos, tantos como personas se pueden besar en la Tierra, todos diferentes, pero el de Robert Doisneau es uno de los más conocidos... Sobre todo, por esa impresión de haber paralizado el tiempo, y por ese lánguido abandono, y su regusto a eternidad... En cuanto al cine, siempre me ha gustado el que le da Tony Curtis y Marilyn Monroe, o tal vez sea al revés, en la película "Con faldas y a lo loco"...



Todos nosotros conservamos, me parece, algunos pequeños recuerdos, que nos hacen sonreir involuntariamente, pero que antes podrían haber sido una catástrofe... Para mí, el más embarazoso fue cuando probé por primera vez el sabor de los labios de mi mujer... Soy el típico hombre que siempre ha funcionado muy bien como amigo fiel, como paño de lágrimas, pero sin olvidar nunca el aspecto platónico de la expresión, y por ello, pese a los cinco años de diferencia con mi mujer, mi experiencia en ese ámbito era nula... Al principio, no se lo podía creer... pero los hechos hablaron por mí...
Desde aquella madrugada, hemos aprendido muchas cosas juntos... Nuestros cuerpos se conocen tanto, que a veces nos cuesta distinguir los límites... Pero nos encanta, por la noche, que la otra mitad de la pareja (casi siempre soy yo... y muchas veces con el gato en brazos), salga a saludar al recién llegado... y comparta el sabor de la noche en los labios del otro... Por supuesto, ya no existe el encanto de antaño, y ya no somos "los enamorados que se dan besitos en el banco" ("Les amoureux qui se bécotent sur les bancs publics", de Georges Brassens)... Posiblemente porque en una relación tan larga, ya no necesitamos demostrarnos a cada momento nuestros sentimientos... Y hemos pasado por lo tanto "al tiempo de las caricias" (Le temps des caresses, de Charles Aznavour)...
¿La moraleja de esta pequeña historia? Que el beso es un acto de amor, de entrega, que aproxima los cuerpos y las almas... Y por eso, muchas veces, no son exclusivamente los labios los que se juntan, también son los ojos, y las almas, y el presente, y el futuro...

No hay comentarios:

Publicar un comentario