miércoles, 23 de marzo de 2011

RECORDANDO EL HUMO EN LOS OJOS...

Todavía recuerdo el acre sabor del tabaco de pipa, deslizándose suavemente por mi garganta... El olor, dulzón y vagamente afrutado de la mezcla especial... Tabaco rubio de Virginia, mi preferido, aunque lo alternaba con un par de marcas presuntamente holandesas... De aquellos tiempos de fumador de pipa, añoro muchas veces el ritual, la relajación que representaba para mí sentir la bocanada de humo en la garganta, su calor, y cuando lo has paladeado, exalarlo muy despacio... Casi siempre, representaba el final de una jornada de trabajo, aquellos minutos en los que me sentaba en el sillón de orejas, con las zapatillas, algo de música (casi siempre, jazz), y el gato en el regazo... y me olvidaba del mundo... De vez en cuando, saco la vieja pipa de madera de brezo de su caja de madera, los dos paquetes de tabaco que más me gustaban (uno americano, otro sueco), y preparo la mezcla, aunque sin rellenar la cazoleta, y mucho menos, sin prenderla. Son gestos ancestrales, ritos que permiten restaurar la calma, y tal vez, incluso recordar buenos momentos...

Empecé a fumar muy pronto, a los 13 años, y no supuso un gran cambio, puesto que mi padre era un fumador empedernido de Ducados, a veces creo que era capaz de fumar incluso en la ducha, como uno de mis profesores de RNE... En casa, era "cosa de hombres", quizás por eso no me lo pensé mucho, cuando por primera vez un compañero de instituto me ofreció un "Fortuna" antes de un examen bastante complicado y, en parte por el mareo, y en parte por llevarlo bien estudiado, aprobé, creo que con nota... Desde aquél día, se convirtió en una especie de tradición el fumar un cigarrillo antes de los exámenes, casi siempre "gorroneado" (el "gorroneo", curiosa táctica que no pasa de moda)... hasta que me compré el primer paquete de tabaco rubio, como siempre, en el puesto de chuches de la plaza...

Era difícil justificar el que todos los días volviera a casa apestando a tabaco, y que siempre tuvieran la culpa los demás, "los chicos mayores", o la gente del metro... Mi padre no olía nada, algo normal en los fumadores empedernidos (cuando murió, fumaba dos paquetes y medio de "Ducados"), pero a mi madre no se las daba con queso, me temo... Lo complicado era fumar en casa, por lo que me escondía en el cuarto de baño blanco, que tenía una ventana de gran tamaño, y mediante toallas agitadas al viento formando un remolino, intentaba que se fuera el pestazo... Un buen día, mi madre me preguntó si fumaba, porque el gasto en ambientador, desodorante y colonia se disparaba después de cada una de mis "expediciones"... sin contar con que para mí sería más cómodo fumar sin esconderme. No tendría más de 15 años cuando se hizo "oficial", y fumé por primera vez delante de la familia...

Quizás las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero lo que más nos motivaba a fumar eran dos cosas: pertenecer al grupo de "los malotes", y sentirte mayor al hacer algo prohibido... En nuestro instituto, establecieron un fumadero al aire libre, y allí nos concentrábamos durante los recreos, en un angosto pasaje que llevaba al baño del patio y a las cocinas... Parecíamos un atajo de presos... Luego, a partir de los 15 años, nos dejaban salir a la calle (con autorización paterna), para desayunar, y era nuestra costumbre el sentarnos en los bancos de un pequeño parque, en la puerta de un instituto privado... Nuestro aspecto no podía ser más diferente: nosotros, con las botas y chupas de cuero negro, pantalones vaqueros azules o negros, y las camisetas heavys; y ellas, de uniforme, desde los zapatos negros, los calcetines blancos, la falda escocesa a cuadros azules y verdes, la blusa blanca y la chaqueta verde oliva... Nosotros, fumando como carreteros, y a la hora de comer, también nos gustaba ir a aquél parque... Nadie diría que pertenecíamos a un colegio/instituto privado y extranjero...

Empecé a fumar por los motivos habituales, me terminé enganchando a los "Marlboro" americanos, y tampoco le hacía asco a los "Camel", pero siempre americanos y de contrabando... Eran los años ochenta, y el tabaco seguía poseyendo cierta aureola de romanticismo... Nuestro inconsciente colectivo estaba dominado por suntuosas bocanadas de humo de Lauren Bacal, Rita Hayworth, y Humphrey Bogart... y cientos de referencias más modernas, como "Flashdance", "Fama"... Las películas nos enseñaban a utilizarlo incluso como forma de relajarnos, de alternar socialmente, y de excusa fácil para ligar... "¿Estudias o trabajas?" era demasiado carca, y todavía eramos demasiado jóvenes para utilizarla... Eran muchas las chicas que se acercaban con un pitillo en los labios, y preguntaban con voz un poco ronca eso de "¿Tienes fuego?"... Quizás era la frase más esperada durante los recreos, en las comidas fuera del centro, y sobre todo, en las noches por Montera... y otras zonas de Madrid, como los bajos de Moncloa... Cada generación se empeña en ser los inventores de algo, nosotros adaptamos el botellón y el consumo social de cerveza... Las famosas litronas de Mahou bien fresquitas que vendían en las gasolineras y en muchos comercios, sin pedir el DNI... Quizás, la mayor diferencia con los actuales practicantes fuera el carácter lúdico, y que recogíamos todas nuestras huellas al terminar... En aquellas noches, había que salir con dos o tres paquetes, si querías estar bien equipado... aunque según pasaban las horas, terminabas fumando cualquier tabaco, de cualquier persona o animal que estuviera a tu lado...

En el fondo, te acostumbras y te adaptas a todo, a los nuevos ambientes... En la Universidad, si ya fumabas, empiezas a fumar más, o eso parece, puesto que el consumo se multiplica: en cuanto los compañeros de clase, fumadores de "Fortuna" y de "Ducados" olían el tabaco americano, enseguida salían peticionarios de todos los sexos posibles... y no vas a decirle que no a una compañera de clase, o un compañero... Llega también la temporada de las fiestas, el último en quedarse sin tabaco era casi el rey...

En un momento dado, te das cuenta de que fumas por vicio, no por gusto, y te pones a pensar en los más especiales del día... Mis favoritos eran el de después de desayunar, después de comer, y después de cenar... Sin embargo, más por reflejo que otra cosa, enciendes multitud de cigarrillos que no necesitas: uno en el paso de cebra, mientras esperas que se ponga verde el semáforo, otro después del aperitivo, uno al ponerte en marcha con el coche, dos o tres por el nerviosismo antes de un examen... Y te planteas que ha llegado el momento de dejarlo, cosa que hice durante un año y pico... Por supuesto, al principio estás muy nervioso, necesitas otro vicio que te haga disminuir la ansiedad, yo me enganché a los chicles de limón. Volví durante la mili en el año 1994, a los 24 años y con la carrera de periodismo, era de los más viejos de la Compañía 11 de la Base de San Pedro... Mal momento para intentar dejarlo, con guardias interminables en mitad de la noche, una semana de maniobras al mes y, en el fondo, demasiado tiempo que matar...

Hasta el año 2001 no me planteé dejarlo en serio, mi novia también fumaba muchísimo, y de todas formas, cuando te acostumbras a un vicio... es muy duro cambiarlo por otro... Mi padre me ayudó, al enfermar de cáncer, por culpa de su desaforado consumo de "Ducados"... Recuerdo como una experiencia aterradora su enfermedad, cuando perdió la capacidad de hablar, los efectos que tenía en su debilitado organismo la quimioterapia y la radioterapia, a las que accedió someterse "in extremis", quizás sintiéndose culpable por no haber decidido tratarse antes o cuando tenía un remedio más sencillo. Llegó vivo a nuestra boda, aunque su degeneración se agudizó tras ella, y un mes y tres días después, falleció. Sin poder hablar ni comer, mantuvo hasta el final su dependencia de la nicotina. Convertido en poco más que una ruina babeante y con los sentidos embotados por la morfina, y sin ninguna sensibilidad en lo que antes fue su lengua, al hacer limpieza de su bata, su pijama, la mesilla de noche y una chaqueta, encontramos 4 mecheros, 2 ceniceros bajo la cama, y 7 paquetes de tabaco... Me quedé con las ganas de meterlos en su ataúd, antes de la cremación, para que hiciera su último viaje acompañado por sus viejos amigos...

Cuenta la leyenda que una de las últimas cosas que me dijo mi padre, entre balbuceos, fue que dejara de fumar... Al menos, es lo queme pareció entender; si bien no hay nada como el ejemplo de una vida arruinada por el cáncer provocado exclusivamente por el tabaco, para que te replantees muchas cosas... No fueron unos meses fáciles, reduciendo poco a poco la cantidad de nicotina consumida al día, venciendo el estrés de un trabajo nuevo en el que te sientes el último mono (estuve dando clases de francés en varios institutos). En el año 2000 empecé a fumar en pipa, en las circunstancias de las que hablé antes, casi siempre en casa, o bien dando un paseo, pero también en el nuevo trabajo, durante la guardia nocturna, al volver a casa... Fui saltándome cigarrillos, dejé de comprar la marca que me gustaba, me pasé al tabaco negro, pues mi objetivo era celebrar nuestro primer aniversario de bodas abandonando el tabaco.

Llevo 8 años "limpio", procuro alejarme de las personas que fuman o que huelen mucho a tabaco, y si empecé a ir de nuevo a los bares y cafeterías con más asiduidad, fue por la famosa ley anti-tabaco. Durante una temporada, pusimos en una hucha el dinero que antes nos gastábamos en cigarrillos, y con eso nos pagamos las vacaciones de verano. Soy socio de la AECC, aunque no colaboro mucho con ellos, me temo... Recuerdo muchas cosas de mis años de fumador, algunas de ellas francamente olvidables, como los costipados, la ronquera, la afonía matinal, al margen del desembolso económico y de la dependencia, es una droga dura, por mucho que digan lo contrario... También recuerdo cosas buenas, ùltimas caladas compartidas con la persona amada, el sabor de una buena pipa, el brillo del fuego en la cazoleta... y de vez en cuando, al notar de nuevo la ansiedad generada por el tabaco, cuando la tentación es demasiado fuerte y me falta poco para salir a comprar tabaco... Recuerdo el rostro de mi padre, sus últimos días... Y respiro, muy lentamente...

1 comentario:

  1. Pues yo lo dejé el uno de enero y llevo alrededor de 20 días enganchada otra vez. Y no quiero... pero no puedo... de momento. Y digo de momento porque la intención es mandarlo a tomar viento fresco en cuanto vuelva a planteármelo

    Y en esas ando. Fumo muy poco, pero me sigue acompañando el puñetero vicio.

    Besos, Minino;-)

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