miércoles, 18 de agosto de 2010

JUEVES AL SOL


La gente pasea por la orilla. Cuerpos de mil tipos lucen michelines, sudorosos y bamboleantes. Perdiendo cualquier rastro de pudor, familias enteras de albóndigas retozan en el agua mansa, y cuesta distinguir los tangas de los señores entre las lorzas y sobrelorzas de grasa cervecera… Ajenos a cualquier tipo de estética, ciertos hombres llevan bikinis de hace veinte temporadas, luciendo esmirriados paquetes peludos… Incluso abuelas de ubres caídas hacen “top less”… Contengo a duras penas las ganas de vomitar.

Fugaces apariciones de adolescentes que juegan a saltar las olas con sus pequeños bikinis consiguen animar un poco al personal… ¿Qué tendrán aquellos cuerpos tan jóvenes y fronterizos, entre dos edades, que nos hacen pensar… “quién tuviera veinte años menos”…? ¿Añoramos realmente aquellos años, o solamente la juventud perdida? ¿Por qué me siento un pelín culpable, al mirarlas?

Veo formas y colores aureolados por la jaqueca…

“Carros de fuego” resuenan en mi mente, mientras un niño de tres años, con sus manguitos de colores, corre a toda velocidad hacia los brazos de su padre… Cuando le falta menos de un metro, parece elevarse de un solo brinco en el aire… Los envidio, y mucho, a los dos…

Un secreto: los tatuajes no envejecen, son eternos… Las personas, sí lo hacen. Y los aguerridos y rudos marineros se vuelven patéticas reinonas con grabados desvaídos. Las sirenas se convierten en morsas, y se expanden entre carnes fofas y viejas arrugas. La cabeza de chivo, que veinte años antes sembraba el desconcierto en los muelles de Marrakech, ahora parece un hipopótamo con perilla… Nunca te grabes a fuego el nombre de tu “único, irrepetible y verdadero” amor en ninguna parte del cuerpo, o te convertirás en pasto de clínicas de cirugía estética, cuando el amor pase, y solo quede el recuerdo… y necesites borrarlo a toda costa… Las cicatrices de los rayos láser también son visibles…

Una gran verdad: las mujeres detectan a un kilómetro a los buhoneros, que recorren las playas con sus hatillos (algunos llevan carritos de la compra, aunque pierde encanto)… Sus instintos atávicos se potencian cuando ven los bikinis de mercadillo… Se los prueban con ansia, por encima de los propios, generando morcillas de dos capas… Mientras tanto, los hombres esperan cerca, con el monedero listo... y no deja de ser gracioso ver a un primo de Rambo, con un monederito blanco de cuero con flecos, y el sombrero de paja de su señora en la otra mano… Solo se atreve a mirar a la cara a los demás varones, cuando descubre que uno de ellos tiene en la mano el bolso de tela de la parienta… y el tercero, la ridícula sombrilla multicolor…

De vez en cuando, una Diosa despistada exhibe su prodigioso cuerpo… Y deja a su paso un rastro de varoniles tropiezos, y de cuellos retorcidos… que harían feliz a cualquier quiropráctico… Pero si muestra sus gloriosos, erguidos, firmes y turgentes pechos… incluso el mar retrocede, y se queda en silencio… En doce mañanas de playa, solamente he visto dos Diosas…

Jueves de agosto en la playa, a orillas del Mediterráneo… Los buhoneros se quedan solos… Una Diosa se sienta a mi lado, bañando su glorioso cuerpo al sol… Y yo me siento bien…

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