Luis Rodríguez Marquez (Bilbao, 1909; Madrid, 2000)
Siempre afirmaba que nació en Bilbao de casualidad, pues sus padres eran cómicos de la legua, y su parto les pilló de sorpresa entre función y función (pero más tarde, siempre usó una txapela con orgullo). Era una amplia familia, y buena parte de su infancia la pasó entre bambalinas, con sus tíos y sus primos, probándose con ellos casi todos los trajes de las funciones.
Siempre afirmaba que nació en Bilbao de casualidad, pues sus padres eran cómicos de la legua, y su parto les pilló de sorpresa entre función y función (pero más tarde, siempre usó una txapela con orgullo). Era una amplia familia, y buena parte de su infancia la pasó entre bambalinas, con sus tíos y sus primos, probándose con ellos casi todos los trajes de las funciones.
Él siempre se definía con tres palabras: comunista, republicano, y masón, prestó sus servicios en el Servicio de Inteligencia Militar del bando republicano; y fue capturado en el Puerto de Valencia, en los últimos días de la guerra, mientras esperaba, con otros muchos luchadores, aquella “cuarta carabela”, aquél barco salvador… que nunca llegó. Y allí comenzó su calvario, pues realizó la ruta por los campos de concentración del régimen de Franco: estuvo en el Campo de los Almendros, donde se comieron hasta la última brizna de hierba, la corteza de los árboles, para no morir de hambre; en la Plaza de Toros de Valencia, donde agruparon a los perdedores, y desde la cual los llevaban regularmente “a dar el paseíllo”, del que nadie volvía. Fue juzgado por sus ideas y por sus actos durante la guerra, primero lo condenaron a muerte, luego a 30 años, y al final, cumplió 7 años en las cárceles del régimen.
Pero la vida seguía, antes de la guerra, conoció a una mujer, se enamoraron, y se casaron; tuvieron una sola hija, que a los siete años tenía que hacerse cargo de su madre y de su abuela, mientras su padre estaba en la cárcel… Cuando fue liberado, Luis se puso a estudiar la carrera de Intendente Mercantil, y gracias a ello, consiguió trabajo en la Diputación Provincial de Madrid. Allí trabajó toda su vida, aunque durante muchos años, le persiguió el estigma de ser “rojo”, y posiblemente fuera un handicap para su desarrollo profesional. Su hija también se enamoró, se casó y le dio dos nietos… Cuando murió su esposa, sintió que su mundo se desmoronaba, que nada tenía sentido… pero decidió seguir viviendo por sus nietos, el que ya acunaba, y la que estaba por venir…
Estudioso incansable, cuando se jubiló, se puso a estudiar informática y programación (el famoso “Basic”); y por entrenerse, aprendió ruso, francés, italiano… Era un alma inquieta, afable, que no guardaba odio ni rencor, aunque se pasó (igual que toda la familia) la noche del 23-F pegado a la radio… y al televisor. Y también sería mentira decir que el 20-N no sintió una mezcla de emociones, al comprobar que había sobrevivido al viejo dictador.
Pero su pasión era la escritura, siempre lo fue… Por desgracia, su obra jamás ha visto la luz, y se acumula ahora en una serie de carpetas, donde conviven escritos políticos, novelas, obras de teatro, incluso una ópera y un par de zarzuelas… y poemas, decenas de poemas, en los que descargaba sus sentimientos, y hallaba algo de paz… Se presentó a numerosos certámenes, pero no ganó ninguno, entre otras cosas porque en su expediente personal aparecía siempre la acotación: “ROJO”. La única vez que estuvo a punto de publicar un libro, con los dibujos aprobados incluso por la editorial, misteriosamente pasó algo (se perdió el original, un agente se lo llevó, faltó dinero… cualquiera sabe), y jamás fueron atendidas sus peticiones… y de esto hace más de 20 años…
Nunca fue un gran viajero, pero siempre recorrió España con la familia… En dos ocasiones fue a la URSS (cuando todavía era realmente una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), la segunda de ellas, con sus nietos y con el grupo de Amigos de la URRS, y durante este viaje, era habitual verle charlar sobre filosofía, teología, política y economía y otras materias, con un Jesuita de Pamplona… durante un largo viaje nocturno en el Transiberiano…
Amigo de sus amigos, y también de sus enemigos, frecuentaba con asiduidad el Ateneo Científico y Literario de Madrid, y no había tertulia política o literaria de cierta importancia de la que, al menos, no hubiese oído hablar. No le gustaba especialmente el cine, pero sí las exposiciones… Y, sobre todo, pasear por Madrid, por “su” Madrid. Esos largos, largos paseos, por la zona de los Austrias, la Castellana, Serrano, y el Retiro, eran lo que le mantenía en forma… Y, en verano, para ser feliz necesitaba pocas cosas: su gorra (demasiado calor para la txapela), su País, su silla plegable… y la inmensidad del mar. No pasaba nunca de las rodillas, porque nunca aprendió a nadar…
Su calidad de vida empeoró drásticamente en 1995, con el primero de una serie de problemas circulatorios y vasculares, que requirieron dos complicadísimas operaciones para devolver la vida a sus piernas. Permaneció casi cinco años encamado, atendido sobre todo por su hija y una cuidadora, aunque el resto de la familia ayudaba en lo que podía… y murió un 15 de mayo, día de San Isidro, en una ciudad desierta… Al velatorio acudieron decenas de amigos y conocidos, de muchas facciones políticas, pues por encima de todo, fue un hombre bueno…
Al día siguiente, fue incinerado, en la más estricta intimidad, y gracias a un amigo del nieto, que recorrió Madrid para encontrarla, la urna de sus cenizas reposa en el cementerio de La Almudena… envuelta en su bandera tricolor… la Republicana…
Luis Rodríguez Marquez era mi abuelo… yo soy aquel nieto que no se dormía si no era en sus brazos… que siempre acudía a él cuando le surgía algún problema… que siempre le pedía un cuento con el número tres (cuentos que él inventaba muchas veces, casi siempre sobre la marcha)… que metió en mi sangre el gusto por la escritura… y que por encima de todo, siempre fue mi mejor amigo y mi confidente… Con su muerte, dejé de escribir… y ahora, diez años después, recupero la voz.
Luis Rodríguez Marquez era mi abuelo… yo soy aquel nieto que no se dormía si no era en sus brazos… que siempre acudía a él cuando le surgía algún problema… que siempre le pedía un cuento con el número tres (cuentos que él inventaba muchas veces, casi siempre sobre la marcha)… que metió en mi sangre el gusto por la escritura… y que por encima de todo, siempre fue mi mejor amigo y mi confidente… Con su muerte, dejé de escribir… y ahora, diez años después, recupero la voz.
Gran hombre tu abuelo sin duda alguna Fernando.
ResponderEliminarPrueba a publicar sus escritos, sus pensamientos y todo lo que él escribió. A muchísimas personas nos gustaría leerlos.
Ahor has vuelto a escribir, y muy bien sin duda alguna, sigue le ejemplo de tu abuelo. Yo, ahora lo conzco un poco más he intentaré seguir su ejemplo también.
Un abrazo de tu amigo Rómulo.
Mi abuelo, nuestro abuelo, era un hombre bueno, tierno y cariñoso al que los dos quisimos con pasión; yo hasta el último suspiro, a pesar de los últimos años duros, de las locuras pasajeras contando millones como si fueran nuestros. El abuelo era economista, intendente mercantil, que lo llamaban entonces; por eso, de vez en cuando, cuando se desorientaba, contaba millones, como si fueran nuestros, y por unos segundos, unos minutos a lo sumo, de noche, eramos ricos en dinero; que en amor lo fuimos siempre. Amor filial, paternal o fraternal, no siempre expresado, pero siempre latente.
ResponderEliminarYo prefiero recordar los días buenos, aquellos en los que papá nos llevaba al colegio, y por la tarde nos recogía El Abuelo, pues era el abuelo de todos los niños del colegio, siempre sonriente y cariñoso.
El abuelo era hijo de artista, de un tenor que cantaba ópera y zarzuela, que no debía hacerlo nada mal, aunque su padre le prohibiera utilzar el apellido familiar - por si al final no sabía cantar. Se llamaba Eugenio R.(odriguez) Moraleas y aún tengo en casa algunos discos de pizarra que no hemos podido escuchar porque no tenemos gramófono. A Eugenio, que además de cantante era pintor aficionado, le mató el alcohol, como mucho tiempo más tarde el tabaco mató a nuestro padre.
En aquellos días de principios del siglo pasado, el abuelo y sus hermanos -Juan y Federico- iban al colegio con pantalones cortos y alpargatas, a pesar de la nevada...
Él que era ateo - con conocimeiento de causa, pues se había leído la Biblia,el Corán y no sé que más libros religiosos, se casó con una madrileña de pro, católica, de misa y comunión diaria, buena y generosa, y pasaron el resto de su vida juntos y en harmonía. Sólo la guerra y la cárcel les separaron, pero sól temporalmente. Ni los largos años de enfermedad de mi abuela pudieron resquebrajar el amor que sentían el uno por el otro. Él le daba largas friegas con alcohol de romero para aliviarle los dolores que le producía la artritis deformante que la tuvo largos años atada a una cama. Cuando el "tirillas" de su futuro yerno, que iba para médico, consiguió levantarla de la cama y ponerla en una silla de ruedas, pudieron volver a salir y disfrutar juntos de la vida.
Mi abuela Pilar murió pocos meses antes de que yo naciera y, mi madre me ha dicho muchas veces, que yo, al nacer, salvé a mi abuelo de una muerte casi segura. No sé si es cierto, pero me gusta creerlo; porque yo le quería tanto como él me quería, nos quería a todos...
De la guerra nunca habló con nosotros, y nosotros, nunca le preguntamos. Por desidia? Por despiste? Por respeto? Por no recordar o no comprender que fue soldado? No lo sé. Solo sé que hoy le habría hecho muchas, muchas preguntas...
Mi abuelo murió un 15 de mayo, al romper el alba, y yo le cerré los párpados, lentamente, con respeto, con un beso.
Mi abuelo murió, pero sabiendo que yo iba a seguir su consejo y me iba a presentar a las oposiciones para profesor de Enseñanza Secundaria. Al mes siguiente, me presenté y aprobé; pero no me sirvió de nada... Sin experiencia, apruebas el examen, no el resto. Hoy sigo luchando por hacer realidad su sueño, que ya desde hace tiempo es también el mío: ser profesora de francés. Quizás algun día, Dios quiera que no muy lejano, mi esfuerzo se vea recompensado.
Quizás, no tardando mucho, al menos eso espero, podamos publicar los poemas que escribió...
Y, quizás hoy, pueda ver, desde el Cielo -si existe, que si existe él estará allí pues era un hombre bueno, aunque ateo- que su nieta pinta, aunque no todo lo que quisiera, y que su nieto preferido, aquél que heredó su arte de escritor, vuelve a escribir... después de largos años de silencio.
Pilar.
Uf, vaya descubrimiento tu blog, y este post.... me has hecho llorar.. bueno, hoy era fácil, pero eso no te quita méritos como escritor. ¡Enhorabuena! y por favor.... sigue. Un abrazo
ResponderEliminarZenia
como blogger, Zenia, conoces el secreto... que a veces, un blog se puede salvar de la extinción por un comentario, leído en el momento oportuno... gracias por dejarte caer por mis mundos de tinta...
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